Etiqueta: cultura

a un amigo que me preguntaba por las fiestas desde la cultura.

quien leyendo un día:«Hay que venir al sur para entender (sufrir o padecer) la insoportable levedad de las fiestas populares. Semana Santa, feria, caballos y toros. La deconstrucción de España tendrá que empezar por el sur.»me preguntaba:«Y usted, don Daniel, con su gran cultura,¿qué tipo … Continúa leyendo a un amigo que me preguntaba por las fiestas desde la cultura.

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La invención de las fiestas populares, esta es la historia.

Más distancia hay de aquí a la Edad Media,que de aquí al futuro. En materia de fiestas populares todo está preparado, desde el lenguaje, para que nadie se entienda. Las palabras fiesta[1], pueblo [2], ocio, negocio[3] disputan significados entre costumbres, tradición, cultura o patria, creencias … Continúa leyendo La invención de las fiestas populares, esta es la historia.

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el espíritu nacional en arte y cultura de la Generación Podemos.

La Formación del Espíritu Nacional (FEN) fue asignatura en bachillerato entre 1945 y 1970; de ahí, derivó a Educación Ciudadana o Para la Ciudadanía. El espíritu nacional se ha seguido inculcando por poderosos medios -educación, prensa y radio, televisión y cine y bellas artes- que … Continúa leyendo el espíritu nacional en arte y cultura de la Generación Podemos.

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SALTO al vacío.

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EL SALTO

¿Quién genera la cultura gratuita?, Brigitte Vasallo, EL SALTO, 27 abril 2020.

*cursivas, negritas y [corchetes] de eLTeNDeDeRo. En rojo, nivel de 1º de primaria.

Con el confinamiento se ha abierto de nuevo a lo grande el melón nunca cerrado de la gratuidad de la cultura. Cultura gratis para que todas tengamos acceso a la cultura. El argumento, sin embargo, tiene trampa, que se visualiza de manera mucho más clara pensándola desde cualquier otra industria[1]. Cuando una cadena de supermercados revienta el precio de un producto[2], no lo está haciendo más accesible. En su consumo directo sí, ahí está el gancho.

Pero sabemos que la trampa es que, para hacerlo, revienta la producción, expulsando de ella a las pequeñas productoras locales que no tienen medios para el cultivo extensivo y el monopolio. Y favorece, en la práctica, solo a las grandes productoras que usan métodos para el desastre. Eso mismo sucede con la industria cultural. Otra trampa, sin embargo, en el debate, es la confusión entre cultura e industria cultural.[3]

La cultura es un bien de primera necesidad, es un alimento necesario para hacernos comunidad. Creamos cultura cada vez que nos expresamos, de manera individual o estando juntas, incluso en esa forma de estar juntas tan dura como está siendo el confinamiento. Creamos cultura cada vez que posteamos cosas en las redes, cada vez que creamos o recreamos palabras, cada vez que inventamos canciones o le damos vuelta a otras para hacerlas más nuestras, cada vez que bailamos, aunque sea en una fiesta.

Es, además, un bien de primera necesidad para hacer resistencia política, para articular pensamiento que nos acompañe en la resistencia al desastre [parece que la firmante cree en el capitalismo del desastre : 459.000 usos en Google] en el que vivimos. Pero eso que denominamos productos culturales, que es una de las formas en que se concreta la cultura, no salen de la nada, como no salen de la nada los alimentos concretos con los que cocinamos. Salen del trabajo y necesitan de tiempo sostenible para realizarse. Es una mierda que el capitalismo lo cruce todo. Pero que las personas no cobren por su trabajo no es romper el capitalismo, es reforzarlo. Es, de hecho, el sueño húmedo [líquido, líquida, en sociología: 11.8 millones de usos] de cualquier magnate: hacernos trabajar gratis[4].

Igual que en el consumo de alimentos, no se nos ocurre pedirles a esas agricultoras locales que nos regalen las patatas, sino que entendemos, incluso, que su producto sea más caro que esos productos con los precios reventados en las grandes superficies.

Sin embargo, cuando hablamos de productos culturales, de libros, de películas, de discos, nos parece incluso ofensivo que las productoras híper precarizadas por la industria quieran cobrar por su trabajo. Se supone que ese trabajo es de todo el mundo, pero no lo es. Lo pueden ser las ideas que contienen, pero la forma concreta en que esas ideas han sido articuladas y plasmadas han necesitado de un tiempo y de un esfuerzo que es trabajo como cualquier otro trabajo.

No conozco a ningún grupo de música con mirada política [¿?] que se niegue a que sus canciones se canten libremente, ni conozco a ninguna escritora con mirada política que se niegue a que sus libros se presten, se comenten, se hagan clubs de lectura con ellos o que sus ideas sean difundidas y explicadas. Y, sin embargo, se pide, se exige incluso, que no quieran cobrar (la miseria que se cobra, todo sea dicho) por la ingente cantidad de horas dedicadas a realizar el producto concreto. El problema no es solo a corto plazo: ese mecanismo impide la sostenibilidad de la creación independiente de productos culturales.

La gratuidad tiene consecuencias en el acceso a la cultura. No en su consumo, pero sí en su producción. Lejos de liberar los productos culturales, los discursos, deja su creación en manos de quien se la puede permitir. Libera el consumo, pero secuestra la producción, se la entrega de manera descarnada al capital, convirtiéndola en un lujo que solo algunas se pueden permitir.

“De los libros no se vive”, es lo que nos dicen. Y, sin embargo, hay imperios económicos organizados alrededor de los libros. ¿Dónde va todo ese capital? Pues al mismo sitio que va todo el capital de las grandes cadenas de supermercados: a cualquier sitio menos a la agricultora. Si quieres escribir, si quieres poder hacerlo materialmente, tienes que buscarte otro trabajo para poder vivir.

Pero volvamos al mundo real: las dobles jornadas sumadas a las múltiples jornadas que se van sumando para sostener la vida son inviables. Se podrá escribir un libro, dos como máximo, y luego el capitalismo se impone. Por si fuera poco, cuanto más disidente es la escritura, el pensamiento, y cuanto peor te sabes relacionar con el poder, hacer contactos, alianzas, ir a saraos y todas estas cosas, más difícil es que alguien apoye ese trabajo, por muy necesario que sea. Mucho peor aún si hablamos de producción cultural en lenguas sin apoyos oficiales, otro abismo.

Es la cultura del fast food: ¿cómo puede ser que tengan tanto éxitos los McDonalds y similares, si sus hamburguesas saben a nada con salsa? Porque producen muy barato, cosa que les da mucho margen de beneficio, que invierten en dos cosas: hacerse omnipresentes y hacerse una publicidad de impacto que nos convence de que aquello que comemos mola mucho. Y por eso lo consumimos, aunque sepa a mierda y arrase con todo a su paso.

La industria del libro funciona así, e imagino que el resto de industrias culturales no deben de ser muy distintas. Y lo hace no solo en referencia a las productoras: las grandes superficies también arrasan con el pequeño comercio de librerías con unos métodos muy serios de lobby y de reducción de precios a las autoras y a las pequeñas editoriales con técnicas cercanas al chantaje denominadas negociación de porcentajes. Cada vez que veáis un libro más barato en una gran superficie, recordad que la banca siempre gana, y las grandes superficies nunca pierden. Esa es la realidad de la cultura si la cruzamos con la mirada de clase.

Hay compañeras que optan por asegurarse un lugar en la academia que debería garantizarles tiempo para escribir. Esa garantía de tiempo ya no funciona así y la precarización en la academia está a niveles que dan miedo (e invoco aquí, y a partir de aquí, a la maravillosa Remedios Zafra). Y aun así, no olvidemos que el acceso a la academia no está al alcance de todo el mundo. Es necesario un capital económico que sostenga los largos años hasta alcanzar el puesto de trabajo y es necesario un capital cultural que contemple esa posibilidad con el que no todas crecemos. Y aunque esos capitales no existiesen, es dramático para la cultura que su producción tenga que pagar semejante servitud [catalán, por servidumbre] a la institución que ha convertido el conocimiento, precisamente, en una cuestión de clase. Así que la gratuidad de los productos culturales repercute directamente en una exclusión de clase para la creación de esos productos culturales y en el monopolio de las grandes cadenas de producción, cuyos intereses tienen mucho más que ver con el capitalismo que con la cultura.

Así que tenemos un debate de fondo: ¿queremos que todos los productos culturales que nos alimentan provengan de la burguesía? ¿Queremos un arte cuya única experiencia de opresión de clase sea inventada, o un arte que solo responda a los intereses del amo y se vea obligada a silenciar las cuestiones que realmente apuntan al amo? Porque si queremos un ecosistema un poco más variado tendremos que apoyar económicamente a las pequeñas productoras de alimento y asegurarnos de que puedan seguir trabajando con un mínimo de independencia.

[1] La cultura no es comparable con cualquier otra industria. En la comparación se escamotea la especificidad de la cultura. Ver nota 2.

[2] La trampa es la comparación industria cultural : supermercado. Tomen por caso el agua. El agua es gratis en el manantial que fluye, de pago corriente en mi grifo en casa, y a precio venta al público el agua embotellada. Donde ‘agua’ pongan libro o poema.

[3] confusión a la que artículo se presta y no desenreda.

[4] El artículo invierte los papeles. Al magnate le importa poco o nada la cultura. Al artista sí interesa vivir del arte por huir del trabajo manual.


la industria cultural.

FNAC

La secuencia “la industria cultural en España” arroja en Google 119 mil resultados y “la industria cultural española” 31.600. Hablamos de periódicos como Público o El Mundo, y de entidades como el BBVA. industria, del latín industria, es palabra que ha ido ampliando su campo de significación; campo que va del individuo al colectivo, y de lo manual a lo abstracto: 1. Maña y destreza o artificio para hacer algo. 2. Conjunto de operaciones materiales ejecutadas para la obtención, transformación o transporte de uno o varios productos naturales. 3. Instalación destinada a la industria [fábrica, factoría, taller]. 4. Suma o conjunto de las industrias de un mismo o de varios géneros, de todo un país o de parte de él. La industria algodonera. La industria española. Negocio o actividad económica. La industria del espectáculo. La industria del turismo. Hasta ahí el Dile. Vamos ahora con la industria cultural.

Decimos industria cultural lo mismo que decimos ingeniería financiera, biomédica, genética o industrial, donde la palabra ingeniería, “técnicas para el aprovechamiento de los recursos naturales o para la actividad industrial”, acaba adquiriendo un valor de uso semejante al de las palabras ciencia (ciencia biomédica), técnica (técnica genética) o investigación (investigación industrial), que serían sus sinónimos. Pero, cuidado, industria y cultura son términos opuestos: industria pertenece al mundo económico (es sector secundario o de transformación, según los repartos de la economía clásica), mientras cultura y arte pertenece al mundo improductivo (es ocio, al menos para una de las partes).

Poniendo algunos ejemplos, sería industria cultural la producción y comercialización de lienzos y bastidores, óleos y pinceles, paredes y museos para el cuadro de Velázquez, pero no el genio ni el talento de Velázquez. Sería industria cultural la producción y comercialización de vinilos o discos y micrófonos, estudios de grabación o auditorios para oír a los Beatles, pero no las habilidades creativas de los Beatles, o de Lennon y McCartney, que procesan por la privada, nunca sus derechos de autor son patrimonio del Estado ni contribución al pib de su país.

Es ahí donde el factor humano, de cultos y artistas, quiere meterse de polizón: yo el poeta, como parte de la industria cultural, soy pib, creo riqueza y empleo y levanto el país. ¡Vamos allá! Yo el poeta quiero igualarme con una tradición de poetas que han ido antes que yo (yo, el enano en hombros de gigantes) y quiero ser el motor de actividades manuales que abomino: ¿fabricar lienzos?, bastidores?, óleos?, pinceles?, discos o vinilos?, museos y auditorios? O actividades económicas que me apropio: turismo, hostelería, viajes y agencias de viaje, bares y restaurantes que harán negocio por cuanta gente acuda a ver mi cuadro (no siendo yo Velázquez: nadie) o a mi concierto (nadie, no siendo yo los Beatles). Así el sector del libro de papel, tan necio últimamente, mezcla y confunde la musa puesta en libro, con manufacturas reales de papel, de máquinas de imprimir, de puntos de venta o librerías que efectivamente son negocio, y no ocio, pero yo me sumo como poeta al sector manual y cuelo, a ver si cuela, que no solamente la creación es un sector estratégico y vital para la marcha de la economía de mi país, sino que yo con mi creación debo ser tratado como especie protegida.


vigencia del marxismo.

Todavía hay quien duda que el trabajo productivo de bienes materiales (oficio: la mano de obra) es la fuente de la riqueza. Lo dijo Marx en El Capital, y ese análisis no ha sido nunca jamás rebatido: sin materia prima y sin productos manufacturados (pinceles, guitarras, libros) no habría pintores, ni músicos ni autores, ni teatros ni bibliotecas. No habría vida tal y cual la conocemos y, menos aún, habría cultura.

La gran tragedia intelectual del siglo 20 fue el descrédito del marxismo por confusión con el experimento en países que se llamaban comunistas. Separado el grano de la paja, el marxismo económico sigue vigente. Negar las clases y la lucha de clases (lucha aunque sea latente bajo la narcolepsia del Estado del Bienestar) sería como negar la redondez de la Tierra.

Pasa que la clase culta, que de estas cosa sabe, se hace la tonta porque les va muy bien a artistas e intelectuales seguir en su torre de marfil mientras los demás bajan a la mina, suben al andamio, fabrican su pc o limpian su estudio o su despacho. Es muy soberbia la cultura. De ahí, que se escude en pamplinas de autoayuda como “sin poesía me moriría” o sin la Quinta de Gustav Mahler. Por aquí que te vi.


Arde París.

En Castaño del Robledo, Sierra de Huelva, un grandioso templo inacabado, que hoy llaman el Monumento, da ejemplo de adecuación cristiandad sociedad: Si no hay dinero ni feligresía, porque decae la población, dejamos la iglesia sin terminar y nos vamos. Frente al Castaño, Barcelona está empeñada en concluir una Sagrada Familia que no responde ni a la oferta ni a la demanda religiosa; cierta soberbia a la catalana.

Ahora que arde Notre-Dame de París, varias soberbias y orgullos heridos serán portada. Desde el ¿cómo es posible? (que no se hubiesen tomado medidas preventivas anti chispa o anti incendio) hasta el ¿qué hacer? que debería correr por cuenta de la fe privada, no de la municipalidad ni de fondos unescos o europeos.

Arde Notre-Dame porque Dios lo ha querido, piense el creyente que el ¡hasta mañana! nos lo redondea con ¡si Dios quiere! Dios lo ha querido y, sin nosotros desear a nadie tristeza o desolación, es hora de ajustar los relojes de la sociedad civil y de la sociedad creyente. No estamos en el siglo 12. Dios es un particular. Y hay una belleza especial en la contemplación de las ruinas; tópico muy literario, muy paspartú de la pintura clásica, muy romántico y decadente tan atractivo o más que la catedral impecable que saldría de las obras o que saldrá de la reconstrucción.

La poesía de ruinas de nuestro siglo de oro (aquella que explicaba la derrota de una Roma pagana para el triunfo de otra Roma, cristiana) no sirve ya. Aparte Víctor Hugo, detrás de Notre-Dame de París no había nada que no fuese grandeur o chovinismo, así lo llamen arte, cultura o patrimonio de tal o cual. Déjenlo arder.

Ensayo sobre Luzbel

a propósito de Elvira Sastre.

El medio sigue siendo el mensaje. El mundo editorial es, desde hace años, un huevo con dos yemas: la Galaxia Gutenberg y la Galaxia Internet (que resulta más ecuménica y económica, cuando no gratis, más sostenible y ecologista con los árboles). Digan lo que digan mis amigas librerías, yo puedo imaginar un mundo sin libros pero no me puedo imaginar una vuelta a los correos de sobre y sello ni yendo al cine o a la cajita de membrillo cada vez que quiera ver una foto, un vídeo o una película no comerciada: no puedo entender (nadie lo entiende) un mundo sin Internet y sin redes sociales. El libro de Elvira Sastre es cuestión de estilística o crítica literaria pero, puestos a criticar el medio digital que a ella la ha impulsado y hecho yutúber, milénial (palabras así), critiquen las atrocidades que se siguen cometiendo durante la lenta agonía de la era Gutenberg en nombre de lo que llaman cultura.

A propósito de Ronaldo Menéndez sobre Elvira Sastre.

feriantes, turistas y gente culta.

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El disfrute de la cultura empieza por saber las tonterías que se dicen o los abusos que se cometen en nombre de la cultura.

Supongamos los viajes al tercer mundo. Allí nos será fácil ver “la vida como hace años”, dice el turista occidental por Marrakech, la Amazonia, el Cuerno de África o la Polinesia, donde fotografiamos, flash, flash, lo que no querríamos para nosotros ni en pintura.

Supongamos las míticas canciones que, siendo míticas o porque las cantaban generaciones o las abuelitas, te metían cada letra impresentable que no hay más que hablar.

Supongamos las fiestas que acarrea el folclore o se inventa la concejalía de turismo.

Cuiden su viaje y el destino que elijan, cuiden lo que ven o lo que pagan por ver. Cuiden lo que bailan en el gimnasio y lo que cantan en la fiesta, y si lo disfrutan, mejor que mejor, pero no quieran ignorar o hacer pasar por bueno lo que nunca lo fue.

Cuiden también noticias como la pederastia en la Iglesia. Igual que España, capital: Madrid, «Pederastia, capital: Celibato católico» (no pervertidos casos aislados al margen de Roma). Si la Iglesia no estuviese presente en la esfera pública, tampoco la pederastia eclesial sería problema o cuestión de Estado: todo lo más, un asunto propio de una asociación privada que impone esa castidad y que, por esa imposición contraria a las normas que rigen el Registro Nacional de Asociaciones, debería estar prohibida.


–enlace a Daniel Lebrato en 6 pasos

La estafa de las revistas científicas se acerca a su fin.

Moustaki nous sommes deux

(o la cultura de pago se acerca a su fin)

Será por el podrido contexto de la Rey Juan Carlos y por la vacuidad universitaria de currículos como Cifuentes, Montón o Casado. Será por la interesantísima tesis de Pedro Sánchez, doctor en Economía y Política, de cuyo doctorado, más allá del cum laude y del grado de honestidad en el manejo de sus fuentes, quién va a creerse algo investigado, algo que arroje una proposición que merezca la pena en lo que Sánchez titula Innovaciones de la diplomacia económica española aplicadas al espeluznante análisis del sector público 2000·2012. Será por ese contexto vulgar y podrido y será porque la “estafa científica” puede referirse a muchas estafas (de método o de intención, de conocimiento o aplicación), el caso es que el título puede no decir nada: La estafa de las revistas científicas se acerca a su fin. Sin embargo, nada más empezar a leer, una auténtica tesis nos engancha:

«Los contribuyentes desembolsan dos veces: primero para financiar la investigación y luego para leer el trabajo que han patrocinado.»

Caramba. La idea de [eLTeNDeDeRo] es que ese [doble] pago no multiplica por dos, sino por tres o por cuatro, si incluimos las cantidades indirectas que a través de impuestos llevan a unas personas por la senda del trabajo intelectual y a otras por la efepé o directamente a los trabajos más duros y peor pagados. Y la idea es que, como se privilegia la financiación de la investigación, se privilegia el amplio y risueño campo de la cultura, del artisteo y de la creación, donde, igualmente a través de impuestos, becas o ayudas, hay quien vive de hacer cuadros o poemas igualmente subvencionados que el público tendrá que comprar y pagar. Al final del artículo, la conclusión de su autor, George Monbiot, es esta que podría extenderse:

«Mientras tanto, y como una cuestión de principios, no pagué ni un céntimo por leer un artículo académico. La elección ética es leer el material robado que publica Sci-Hub

Lo cual nos llevó a la Wikipedia, siempre dispuesta a enseñar al que no sabe: Sci-Hub ofrece artículos a los lectores sin requerir una suscripción o pago alguno. Cada día visitan Sci-Hub un promedio de 30.000 usuarios, generalmente investigadores. Diariamente se suben nuevos artículos, mediante un servidor proxy del dominio .edu. Antes de que se bloqueara el dominio original del proyecto, el sitio .org tenía un promedio de 80.000 visitantes por día.

Queden ustedes con La estafa de las revistas científicas se acerca a su fin en la muy recomendable revista SinPermiso y léanlo con fondo de Moustaki, célebre porque empezó por dos, Nous sommes deux, y acabó por mille vingt et trois. Gracias: Profesor Miguel A. Garrido