
Corre por ahí un vídeo de Antonio Muñoz Molina en exaltación de la enseñanza: maestros, profesores, libros.
Vaya por delante que, como dijo aquel[1], por sus frutos los conoceréis, y si el mundo, tal como está, le gusta a alguien, no seré yo quien presuma de mis frutos. Algo he tenido que hacer muy mal.
La enseñanza es aparato transmisor y reproductor de roles, conductas y saberes que obedecen siempre a un estado de cosas, a una ideología. Maestros y profesores, maestras y profesoras, lo mismo hemos transmitido verdades como puños que mentiras catedralicias.
Quien lo dude y quiera insistir en la copla de la importancia del libro, a ver si no es libro el corán que tanto daño ha hecho, por no citar biblias que puedan herir sensibilidades más próximas. Todo es conforme y según, Manuel Machado.
Vivimos un tiempo de creyentes que, por grupos de intereses, ligan un dios al que adoran a lo que es su oficio y en el cual medran, para que los demás al mismo dios igual lo adoren.
¿Qué va a decir Muñoz Molina de los libros, si él forma parte del libro? ¿Qué dirá el gremio de la enseñanza de su ejercicio? ¿No es la sanidad y ahí anda, contra el virus, por las nubes? ¿Dirá lo mismo el albañil de los ladrillos que coloca? ¿El fontanero, del grifo? ¿El repartidor, de su bombona? ¡Seguro que no! Y, sin embargo, para que Muñoz Molina esté en los altares de El País y BBVA, alguien le hizo la casa, la estantería, la cámara en que se está grabando.
Este pensamiento (que alguien dirá demagogia) me ha acompañado siempre y siempre he procurado motivar con él a mi querido público:
–Estudiad, para salir del hoyo.
Porque el hoyo está, lo diga el profesor o no lo diga. En esa conciencia, tal vez marxista, ha consistido mi lucha pero lejos de toda afectación y todo culto a la personalidad.
Es tarde. La clase va terminando. Uno se hizo profesor por evitar el andamio, por escapar del trabajo más duro. Para eso, uno ha tenido que nacer en un ambiente propicio; que no te hayan puesto a trabajar de chico en el campo, como a mi abuelo, o con pantalón corto ponerte a trabajar, como le pasó a mi padre.
Una vez profesor, puedes, una de dos: hacerte cómplice de la gran mentira o revelar quién eres y rebelarte en contra. Y que tu gente aprenda a administrar el bien que tiene en el estudio. Porque quien ingresa al aula es también un ser tocado por la varita mágica de la vida, es también un ser privilegiado.
A esta hora contemplativa de balance y resumir qué he sido, no se me ocurre más que dejarles a ustedes, mujeres y hombres, madres y padres, algunas ideas que pueden ser, además, mi agradecida herencia:
1.
Antonio Machado: «A mis maestros guardo vivo afecto y profunda gratitud.» Lo mismo digo, sin decir nombres. Saberse hilo conductor. ¡Cuidado con lo que transmitimos!
2.
Borges: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído.» Cambiando libros por alumnos: “Que otros presuman de las clases que han impartido; a mí me enorgullecen las que he recibido y mi alumnado”.
3.
Juan Ramón Jiménez: «Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo.» Soy don Quijote y Sancho. El Libro de Buen Amor lo escribí yo. Don Juan Manuel era un señorito.
4.
«No hay peor mentira que la que dicta un catedrático, porque esa viene con autoridad de fuentes y bibliografía.» [2]
5.
Juan de Mairena, a sus alumnos: «De mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos.»
6.
«Un alma verdaderamente hermosa no alcanzaría la gloria, porque no la desearía.» La frase es de Yourcenar, y perdón por tanta cita: es como si uno necesitara la anti frase contra tanta majadería (quise decir muñozmolinería).
/ os querré siempre /
[1] Mateo 7.16
[2] Esta cita sé que no me la he inventado: la he leído en alguna parte antes del servicio de citas y frases célebres por internet. Al buscar yo ahora su autoría, Google no me responde; así que puede que sí: me la habré inventado. La arrastro hace cuarenta años.
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