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Inés o la alegría.

20180824_192038Yo iba leyendo Inés y la alegría, novela de Almudena Grandes (2010), y tuve una pesadilla grado 9 en la escala Richter. Octubre del 44. Invasión del Valle de Arán. Operación Reconquista. Intentona militar promovida por un PCE convencido de que el final de Hitler traería consigo el final de Franco. Mi pesadilla, que les cuento, fue de primero de psicología. Yo amanecía en casa extraña y no encontraba nada de lo que era mío: mis gafas, mi ropa, mi teléfono, mi yo. Cuando me desperté (no hay mejor despertar que a la salida de un mal sueño), me dije más no leo, ni mijita. Y es que esa noche me había quedado dormido en pleno encuentro entre Inés y el capitán Galán (página 181 en adelante), escena que sucede en casa del alcalde de Bosost. Y se ve que me había metido tanto en la lectura que, de madrugada y como sonámbulo, desperté en la cama del alcalde solo y sin besos de compañía, ¿cómo iba a encontrar mis gafas?

Desayunado lo cual, el género novela histórica en el tramo Guerra Civil Franquismo, con sus variantes Eta o víctimas, les está viniendo de maravillas a novelistas de izquierda (Denominación de Origen Protegida) que entre salvar una vida o sacarle una foto prefieren el Pulitzer. Lo curioso es que Almudena Grandes cuenta algo parecido en la página 98 de su novela sobre una “mujer que se sentó en una cuneta y se sacó un pecho flaco, vacío, para intentar aplacar al bebé que llevaba entre los brazos, no para que un fotógrafo norteamericano la encuadrara con su cámara”. «Al final, aquella foto dio la vuelta al mundo desde la portada del París Match. Fui tan tonto que ni siquiera le quité el carrete.» (Inés y la alegría en StudyLib proporcionado desde LeLibros).

Otro día hablamos del cuervo o buitre que, con tanta cultura, llevamos dentro las personas cultas y cómo gente (sin duda inteligente, honesta y bien intencionada) cuya trayectoria o cuya militancia o partido han traído a España hasta aquí (es decir: cómplices o transeúntes) se reivindica o pretende alcanzar otra dignidad a costa de la literatura comprometida o del arte denuncia; todo amparado por el copyright con Sociedad de Autores y un iva cultural más bajo que el del pan (para ello, citan a Lorca). De momento, para mí, lo que titula Inés y la alegría termina siendo Inés o la alegría, disyuntiva entre novelas y más novelas o arreglar de una vez por todas una España lamentable también por culpa de sus novelas y de su amnesia histórica.


Trilogía de la guerra, Agustín Fernández Mallo y la metáfora.

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El principio del lenguaje fue bautizar, dar nombre a un nuevo ser. Después vino la semejanza entre el ser nuevo y otro anterior que ya existía, semejanza que seguiría los pasos «A como B», «A parece B» y «A es B» para reducirse a «A» [igual a B]. Y la hoja de papel se llamó hoja por la del árbol. Que ese proceso esté en el origen de la enseñanza (primeros deberes en la historia: los que puso Dios a Adán en el Paraíso) o que la retórica le dé categoría de figuras (símil o comparación, metáfora en presencia o en ausencia) no importa ahora. Lo importante es el proceso.

La última novela de Agustín Fernández Mallo propone una lectura metafórica de la paz y de la guerra en el escenario del Desembarco de Normandía (1944): ayer, tropas aliadas contra nazis; hoy, migrantes que vienen buscando Europa. Pero lo mismo que la igualdad hombres mujeres no anula la crítica por separado de las construcciones masculino y femenino, igual que al feminismo no basta la igualdad con los varones para lograr un mundo insuperable, así tampoco los movimientos migratorios de Oriente hacia Occidente se pueden comparar, sin más ni más, con lo que fueron tropas de Aliados contra Alemania. Hace falta criticar la guerra y hay que acabar con el género bélico como si no fuese un género sexista y por clases sociales (soldados en las trincheras, enfermeras en los hospitales, generales en sus despachos) y hay que ir a la política de agresión que dio y sigue dando origen a movimientos de personas y a campamentos de inmigrantes como fue el de Nord-Pas-de-Calais (2006-16). Es lo que no hace Agustín Fernández Mallo en su Trilogía de la guerra (Seix Barral, 2018) como si las potencias coloniales a las que él pertenece no tuviesen nada que ver en lo que pasa en Siria. Así es muy fácil decir A como B. Nos salen metáforas y novelas como churros.


 

para leer La Regenta.

La_Regenta_portada (1884-1885)

Es la más grande novela de la literatura española en lengua castellana. Leopoldo Alas, Clarín, se acoge al triángulo amoroso y al personaje femenino, eje y perspectiva de la historia. O sea, puro siglo 19 de novelones en Europa. Un tiempo estuvo La Regenta en el programa de lecturas para el bachillerato. Después la moda docente, más partidaria de lecturas juveniles, alejó a este clásico y a otros clásicos de donde estaban en los institutos y hoy es solo materia en la carrera de filología hispánica. Jóvenes, lean La Regenta. Puro realismo del bueno, el que no abusa de descripciones de paisajes. [eLTeNDeDeRo] se lo pone fácil (por orden recomendable):

La Regenta en html:

  1. La Regenta en Cervantes Virtual (592 páginas, cada capítulo un enlace)

La Regenta en pdf folio

  1. La Regenta en Universidad de Chile (456 páginas)
  2. La Regenta en la página de Vicente Llop (503 páginas)
  3. La Regenta en biblioteca pública de Don Benito (1896 páginas)

–Índice de personajes de La Regenta en la página de Paulina Frederick


 

reivindicación del Libro de Buen Amor.

Juan Ruiz

Por distintas razones (algunas de ellas, más políticas que literarias) la crítica literaria y la historia de la literatura española niegan al Libro de Buen Amor, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, su condición y méritos como primera novela en lengua romance castellana. Si en el sentido actual de la palabra (no de entonces), novela es “voluntad de estilo (biográfica, autobiográfica o pseudobiográfica) por narrar una vida o fragmento de vida (verdadera o falsa) de alguien que no sea ni héroe ni santo” (a quienes la épica daba voz y narrador), el yo narrador de Juan Ruiz es el primero y, por su tamaño, el más grande de toda la literatura española en lengua romance. Mayor afán de novelar no se verá hasta La Celestina y El Lazarillo y hasta la segunda parte del Quijote.


una epopeya de Andalucía, por Rafael Raya Rasero

Si el género literario de la antigua Grecia, con el que se explicaba el mundo, era la epopeya, a Andalucía le faltaba una que explicase su particular carácter. Y ya la tiene. Rafael Raya Rasero, nacido en Montilla aunque establecido en Sevilla desde joven, lo ha intentado y conseguido en La Andalucíada, el texto épico en que narra la historia de esta tierra en términos míticos.

 

Origen: Andalucía también tiene una epopeya que cuente su mito

la literatura no salva.

La manipulación de la Historia con fines partidistas no es rara ni nueva, y al juego se prestan la historiografía oficial y los libros de texto, pero también los medios, las artes y la literatura. Lo vimos cuando estudiábamos el 98, aquel Cid y aquel don Quijote que cada uno interpretó a su imagen y semejanza de una idea de España. La reescritura tiene sus propios géneros específicos y, así, el recurrente cine del Oeste o de esclavos negros de los Estados Unidos: algo sigue pendiente en la conciencia estadounidense ‑en la sociedad de ahora mismo‑ que al cineasta mueve, esparce y desordena. Lo mismo podría decirse de nuestra literatura ambientada en la posguerra, posguerra que no termina nunca de acabar. Viene esto a cuento de El hoy es malo, pero el mañana es mío, última novela de Salvador Compán. La virtud del autor, su honradez intelectual, consiste en no manipular con ojos del presente un pasado que ya quisiéramos modificar; manipulación que otros novelistas se permiten hacer, y vamos a no dar nombres en este país donde series como Cuéntame cómo pasó o El ministerio del tiempo van directamente a la percepción que el pueblo español tiene de un frustrante pasado. Los personajes y los años 40‑60 son los que fueron. Enhorabuena a Salvador Compán. Cambiada España ‑ese cargo de conciencia ‑, cambiará su novelística.

–Enlace a  Lo que queda de Franco.


cantar y contar (con Salvador Compán).

El-hoy-es-malo-pero-el-mañana-es-mío

(Artículo de Alejandro Luque, pinchando aquí.)

(Salvador Compán entrevistado por Jesús Vigorra en Canal Sur, pinchando aquí.)


cantar y contar. Por alguna razón ‑bastante obvia‑, la poesía es género de adolescencia y juventud, y la prosa se alcanza con los años. Es lo que vimos en Antonio Machado. El mito está en morir joven quien los dioses aman dejando una obra única. O la chulería de Arthur Rimbaud, quien abandonó la literatura a los 19 años. Entre mis amigos, el camino verso prosa, de poetas novelistas, lo han andado Juan Cobos Wilkins (1957), J.J. Díaz Trillo (1958) o Manuel Moya (1960). A su lado tengo quien no se movió de la prosa, novelistas o cuentistas, como José María Conget (1948), Salvador Compán (1949), Juan Villa (1954) o Hipólito G. Navarro (1961). Mi conclusión provisional es: aunque el poeta se vista de novelista o dramaturgo, poeta se queda, lo cual no es ni un mérito ni un demérito, sino una marca de agua. Y entiendo cuando se habla de narradores de raza. Véanlo, si no, en la última novela de Salvador Compán, El hoy es malo, pero el mañana es mío, que vivamente les recomiendo. Con novelas así, diga usted ahora que la novela está muerta.

Salvador Compán

(Artículo de Alejandro Luque, pinchando aquí.)

(Entrevistado por Jesús Vigorra en Canal Sur, pinchando aquí.)

Cervantes y la novela moderna o posmoderna.

1º) Novela designa novelas griegas, romanas, bizantinas, del Decamerón, de caballerías y ejemplares; luego vendrán Jane Austen y las hermanas Brontë y la gran novela decimonónica romántica (o aristocrática) y realista (o burguesa).

2º) Si Cervantes es el creador de la novela, ¿cómo llamar a las novelas picarescas, anteriores al Quijote[1]?, ¿por qué no: “la picaresca, creadora de la novela moderna” pues le dio voz en primera persona a personajes nada épicos ni didácticos, en absoluto ejemplarizantes?

3º) Para que haya sociología de un género literario tiene que darse sincronía entre unas obras y un público consciente y no accidental. Don Quijote no creó un público; chupó del de los libros de caballerías.

4º) El tópico “Cervantes, creador de la novela moderna” está bien para aumentar el pib cultural de España y del español frente a otras literaturas pero una lectura no nacionalista del Quijote reconoce que la Primera Parte es una chapuza y la Segunda está más trabajada, no porque aumenten o mejoren las técnicas novelísticas, sino las dialogales o teatrales.

Tomando por canon de novela en español La Regenta, de Clarín (1885) ‑y haciendo abstracción de que La Regenta no es novela abierta, en camino, sino cerrada y de un sitio, Vetusta‑, el Quijote contiene evidentes rasgos novelísticos:

1) La muerte como derecho de autor sobre el personaje para cerrar una serie[2].

2) La interacción entre protagonistas[3].

3) La acción en camino, como hilo conductor[4].

4) La atribución de la historia a otro autor, con ánimo de verosimilitud o distanciamiento.

Más allá de esos recursos, la novela moderna abre nudos psicológicos y del relato que el Quijote no se plantea todavía. Las habilidades de Cervantes son teatrales (Retablo de Maese Pedro, Juicios de Sancho), poéticas (Romance de Altisidora[5]) y de muy buenos diálogos y de muy buenas cartas de género epistolar (las mejores, alrededor de Sancho el analfabeto); sin olvidar sus prólogos.

Visto así, Cervantes no resulta moderno sino posmoderno. Ha hecho literatura con la literatura, novela con la novela. Algo en lo que se salta a Clarín y a toda la producción de novelas realistas cuyos personajes fingen ser de carne y hueso, mientras Cervantes es consciente de un conflicto entre autorías, lo que hoy llamaríamos metaliteratura. O sea, “Cervantes creador de la novela posmoderna” gracias a Cide Hamete Benengueli y al desconocido autor del Quijote apócrifo (1614), que tanto lo perturbó. Impostura sobre impostura, ese juego sigue en vigor mientras que la novela del 19 sucumbió a la llegada del cine, esa última tentación del novelista.


–enlace a Andrés Ibáñez en El País, Cervantes fue el primer posmoderno.

–enlace a su contradictor, Miguel Ángel Garrido Gallardo, Cervantes no es posmoderno.

[1] Lazarillo, 1554; Guzmán de Alfarache, 1599; Quijote, 1605 y 1615.

[2] Más que de novela, la muerte es patrimonio de la tragedia clásica.

[3] Sanchificación de don Quijote y quijotización de Sancho.

[4] Este ir andando es el de Ulises y el de Amadís de Gaula, y el del Cristo que iba obrando milagros y proverbios según le iban saliendo.

[5] Altisidora está al servicio de los duques, en cuyo palacio transcurren los capítulos 2:30‑57 y 68‑70. Los duques ocupan el 41,89% de la Segunda Parte. Lo calcula Alfredo Baras Escolá.

¿Arde este mundo?

Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes. La cita es de Lawrence Durrell en El cuarteto de Alejandría, (1957‑1960). Como todo es espacio y tiempo, el subordinante cuando introduce una condicional (igual a si). Construcciones de este tipo, también con mientras o en tanto que, lo mismo sirven para casos personales, como el del Cuarteto, que para situaciones humanamente universales. Conectamos con Tinta de calamar, 262:

«¿Arde París? (Paris, brûle-t-il?), novela de Dominique LaPierre y Larry Collins (1964), recrea una escena que, si no fue verdad, es muy hermosa. Sucede al teléfono entre un ayudante de Hitler, en Rastenburg, y un mando del ejército alemán de ocupación en París. La mañana del viernes 25 de agosto de 1944 el Führer quiere saber si ya están dentro de París las tropas aliadas y si se habían cumplido sus órdenes de incendiar la ciudad antes de entregarla. ¿Arde París? Por toda respuesta el alemán asomó el auricular a la ventana abierta por donde entraban La Marsellesa y el repique de todas las iglesias de París. Mireille Mathieu cantó para la película su canción Paris en colère y nosotros nos quedamos con su estribillo. Dios nos libre si no es libre París. A imagen de ese estribillo (no hay A sin B), no hay mundo libre si un país no es libre y no es libre una persona si otra persona no lo es.»

Ahora que A y B mutuamente se felicitan como si no hubiera C, y pues solo podemos ser felices en felicidad condicional (no en el telediario de los horrores ni en la plaza pública de la mendicidad) eLTeNDeDeRo opta por la película: ¿Arde este mundo? Felices ideas y prósperas opiniones.

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Palabras para Cándido en la Asamblea, de J.J. Díaz Trillo,

en el mejor de los mundos.

La secuencia “otro mundo es posible” da 399 mil resultados en Google, 352 mil en inglés, 184 mil en francés, 90 mil en italiano, 35.5 en alemán y 1.990.000 en chino. Con “change the world” se expresan 226.000.000 registros[1]. Que la gente no sepa cómo se hará y cómo será, no quita la necesidad sentida de cambiar el mundo o cambiar de mundo. Estamos hablando de un ojalá que ojalá se cumpla.

Frente a “otro mundo es posible” (vale decir: antes que él) tenemos “el mejor de los mundos posibles” del Cándido de Voltaire (1759, a través de Leibniz en 1846). El Cándido de Voltaire es una fábula del “no hay mal que por bien no venga”. A Cándido le va saliendo todo mal para el final feliz. Lo resume Pangloss, su tutor en optimismo: «Todo tiene relación en el mejor de los mundos posibles: porque si no os hubiesen expulsado del castillo por amor a la señorita Cunegunda, si no hubieseis sido entregado a la Inquisición, si no hubieseis atravesado América andando, si no hubieseis dado una gran estocada al barón y si no hubieseis perdido todos vuestros carneros de aquella buena tierra de Eldorado, no estaríais comiendo ahora mermelada de cidra y pistachos. –Muy bien dicho, contestó Cándido, pero lo importante es cultivar nuestra huerta.» Es decir, el Cándido de Voltaire en ningún momento se plantea cambiar de mundo o el mundo, no es un ser de ideas sociales sino uno que va a su avío y se aplica al cuento del beatus ille, como Fray Luis.

La clave está en los mundos que pensador o pensamiento manejan: si los mundos que caben en el corto y azaroso espacio de una biografía, si los mundos de una política de lo posible o si contemplamos ‑más allá del individuo y de los partidos políticos‑ el asalto a la utopía[2].

[1] Change the world es además una canción de Eric Clapton.

[2] En J.J. Díaz Trillo, mala señal, ya asoma la palabra antídoto contra la utopía: populismo.

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patrañas.

Defecto propio es creernos lo que nos interesa creer (que hay otra vida o que soy buen padre y mejor poeta) y, defecto ajeno, creer aquello que interesa a alguien que nos creamos. El diccionario llama patraña (de pastraña, de pastores, de pacer) a una invención urdida con propósito de engañar; fue también relato breve de carácter novelesco, como El Patrañuelo de Joan Timoneda (Valencia, 1567). Patraña rima con España, la de las mentiras y embelecos, y con campañas, las electorales y las mediáticas que llevan al pueblo a pensar como grupos de presión quieren que piensen. Para lo que importa, tan patraña es decir de los mundos posibles[1] como en el peor, porque los dos paralizan que ‑ni mejor ni peor‑ otro mundo es posible y ya tendríamos que estar intentándolo. Recuérdelo quien se acerque o vote al posibilismo de ciertos partidos (que, mientras los voten, siguen viviendo del cuento) y quien se crea las maldades perpetradas por Rusia en Siria o en las elecciones presidenciales USA. Hagan como el detective Hércules Poirot. Averigüen a quién beneficia el crimen, quién es el asesino.


[1] Como plantea el cuento filosófico Cándido de Voltaire (1759), recreado ahora por J.J. Díaz Trillo en Cándido en la Asamblea (novela, 2016).

cándidos y candidatos.

Los estados del Estado que refleja Cándido en la Asamblea (novela de J. J. Díaz Trillo, 2016) son: corrector de textos, alférez, capitán, archivera, arquitecta, diputado, farmacéutico, interiorista, médico, notario, rica heredera. Los oficios más durillos son subalternos en la Asamblea: vigilante, limpiadora, jardinero; o, de servicio, en la segunda vivienda en el pueblo o en la playa: ama de cría, cuerpo de casa o zapatero. Nadie importante trabaja a sueldo de jefe o empresa privada, nadie padece la crisis ni emprende nada, si no es en áreas de investigación o literatura. Todo es inmaterial, todo es cultura y lo que no va en funcionariado va en herencia o en propiedad privada. Si buscamos gentes de las que laboran, pasan y sueñan por cuenta ajena, no las encontramos. La novela está a la última en populismo o sorpaso. [Por ahí, y por el rechazo al visionario Julio Anguita (página 372) y a la Cuba de Fidel Castro (236), asoma el diputado del Psoe.] Pero no aparecen víctimas de despidos o cierres de empresa, de hipotecas o desahucios; tampoco, inmigrantes ni mujeres tapadas. Preciándose, como se precia, de recrear la mayor época de cambios de nuestro país y de rendir un tributo cabal a la vigencia de la Ilustración, Díaz Trillo, lejos de reflexionar sobre la utilidad del “todo para el pueblo pero sin el pueblo” en los tiempos que corren, pinta un cuadro idílico de personajes sin problemas económicos cuyos conflictos humanos (aparte los sentimentales propios de la novela del 19) suceden en países lejanos donde, eso sí, menos mal que intervienen las misiones humanitarias de las fuerzas armadas (377) o de la Iglesia (295). Así, tanto da el optimismo como el pesimismo (cara y cruz de un fatuo bipartidismo), da igual si vivimos en el mejor de los mundos (posibles, ya que el autor renuncia al pensamiento utópico) y qué importa si está escrito o no, de momento: 398 páginas para dime qué miras y te diré qué ves o qué quieres ver. Lo cual no significa que uno apueste por la novela social. Ocurre que Cándido en la Asamblea es política y partidista, y España no está para novelas ni para partidos que presumen de estar de prestado, como los votos (93), para al final instalarse y perpetuarse en sus escaños en la Asamblea de la Razón frente al malestar de la Plaza del Ruido (111). Con mi voto, no, J. J.. Y con cargo al Presupuesto que pago con mis impuestos, no debería.

Daniel Lebrato, día que llaman de la Constitución, 6 de diciembre de 2016.

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cuentos desde La Habana hasta el Congreso

se-todos-los-cuentos

Mi generación creció contra la selectividad cuando fue implantada allá por 1970. Medio siglo después, que se celebre la vuelta de aquella selectividad como una victoria, da que pensar. Las huelgas y luchas estudiantiles (de los ‘60, como las de ahora) todas son explicables: quien estudia no quiere obstáculos añadidos a una carrera que ya es carrera de obstáculos. Pero pasa el tiempo y terminamos la carrera y nos damos cuenta: selectiva es la vida laboral y, lo menos malo, la selectividad académica porque, al fin, es pública y reglamentada y escasamente contaminada por el enchufismo y la presión de intereses privados. Celebrar hoy la vuelta de la selectividad es paradoja favorable a la coyuntura política por lo bien que hizo el Psoe facilitando un PP que gobierne en minoría para que la mayoría desmonte la Lomce. No os lo creáis demasiado. La igualdad de oportunidades no existe y es falso que la selección vaya a favor de quien más sabe. Seguirá la España dominante ocupando los puestos de mando y beneficio y la España dominada seguirá soportando los trabajos más duros y peor pagados. Lo cual conecta con lo que hemos vuelto a oír y a leer (en Cándido en la Asamblea, novela de J. J. Díaz Trillo) que hizo Fidel Castro en Cuba: socializar la miseria. ¡Y cómo, si no, si solo se reparte lo que se tiene! La riqueza cubana hizo en el 59 lo que en todas partes desde los rusos blancos en el albor de la Revolución Rusa hasta la actual Miami de Cuba y Venezuela: fugar capitales, evadir patrimonios, emigrar empresas, boicotear suministros básicos para una población que, empobrecida y a riesgo de hambre por los supermercados vacíos, celebrará que vuelva el viejo régimen que ese sí que puede repartir la riqueza, no te jode. La candidez de quien desmonta o desprecia la experiencia igualitaria en Cuba o donde sea y siempre en nombre de que en Cuba no hay libertad es igual y comparable a la de quien desmontando Lomces y selectividades nuevas repone Logses y selectividades antiguas creyéndose que en España hay igualdad de oportunidades. Va por sus señorías estos versos de León Felipe (1884‑1968) en Sé todos los cuentos: Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / que el llanto del hombre lo taponan en cuentos, / que los huesos del hombre los entierran con cuentos… / y que el miedo del hombre… / ha inventado todos los cuentos. / Yo sé muy pocas cosas, es verdad. / Pero me han dormido con todos los cuentos… / y sé todos los cuentos. [Revista Babel n°22, Julio-Agosto, 1944.]

el milagro.


Texto uno

«Abrió una vez sus labios y bebieron de ellos las espumas del mar despacio y en silencio […] Vamos. Es tarde. Están cerrando ya las luces y las puertas del Museo.» (José Antonio Moreno Jurado, Veinte momentos de lucidez, poesía.)


Texto dos

«Suelo bajar al baño sobre las diez. Situado en la entreplanta, pequeño pero muy apacible, es el más cercano a mi despacho. […] Ni vivimos en el mejor de los mundos posibles ni todo está escrito. ¿O era al revés?» (J.J. Díaz Trillo, Cándido en la Asamblea, novela.)


Texto tres, Daniel Lebrato

Así empiezan y así acaban dos libros que, antes que nadie, tengo en mis manos de lector empedernido. Los une Point de lunettes y, a mí con ellos, líneas paralelas de poesía y amistad a las que ahora se une Manuel García, el de Poemas para perros, a quien conocí una tarde en la misma sede donde hace años hacíamos los libritos de El Sobre Hilado. Algunos días los círculos se cierran.


Texto cuatro

El poema de Antonio Machado (Cancionero apócrifo Doce poetas que pudieron existir) de donde Point de lunettes toma el título como editorial. Machado lo atribuye a Andrés Santayana, nacido en Madrid en 1899 y se llama, faltaría más, El milagro:

El milagro

En Segovia, una tarde, de paseo
por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de las gafas
en busca de ese andamio de mis ojos,
mi volado balcón de la mirada.
Abrí el estuche con el gesto firme
y doctoral de quien se dice: Aguarda,
y ahora verás si veo.
Abrí el estuche pero, dentro, nada:
point de lunettes. ¿Huyeron? Juraría
que algo brilló cuando la negra tapa
abrí del diminuto
ataúd de bolsillo, y que volaban
huyendo de su encierro,
cual mariposa de cristal, mis gafas.
El libro bajo el brazo,
la orfandad de mis ojos paseaba
pensando: hasta las cosas que dejamos
muertas de risa en casa
tienen su doble donde estar debieran
o es un acto de fe toda mirada.

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límites de la novela histórica

La novela histórica limita al norte con la actualidad; al sur con un tiempo pasado que fue mejor o peor; y al este y al oeste, con el autor o autora, quien se retrata por mucho que nos lleve de viaje en su doble evasión, de espacio y tiempo.

Leo El cirujano de Al‑Ándalus (2010). En principio, el esplendor de Al‑Ándalus me merece tanto como el de la América de Frank Sinatra o el del llamado milagro sueco: lo que usted diga, jefe. El cirujano de Al‑Ándalus respira bestséler, habilidad que admiro. La escritura bestséler nos sienta en la misma butaca que las películas del Hollywood clásico, que te las zampas y no te enteras; las ves pero también puedes dormirlas. Lo primero que me interesa del género histórico no es su mecánica, sino la intención. ¿Qué persigue un contemporáneo novelando o filmando una parte, y no otra, del pasado? En este caso, un cirujano español, Antonio Cavanillas de Blas (Madrid, 1938, el hombre es mayorcito), se mete en la voz y en la piel de un colega en la Córdoba califal del siglo 10. La respuesta, como todas: el autor cree haber encontrado un tema inexplorado, un filón[1], con que ganar éxito y dinero no a través de la historia, sino de él y de nosotros mismos.

Yo, lector, Abul Qasim Cavanillas de Blas, quiero ligar con Carmen, cristiana que rechaza el harén. El ya dos veces casado se defiende. «Míralo desde otro punto de vista. Los hombres somos, normalmente, más fogosos que las hembras. Vosotras, en asuntos sensuales, sois pasivas lo mismo que las gatas; nosotros somos activos, parecidos a los canes. Sé por experiencia que mis mujeres agradecen a veces la soledad nocturna, poder dormir a pierna suelta sin sentir la calidez en ocasiones pegajosa de un hombre ebrio.» Carmen insiste en su idea de mujer libre que no quiere compartir su hombre, y el cirujano responde. «Raros son los cristianos que no tienen una amante. Ninguna mujer en ninguna parte posee en exclusiva a un hombre.» Mucho antes, el hombre había sido convencido por su madre a serle infiel a su primera esposa por el generoso expediente de agregar la nueva mujer deseada a su harén, mucho mejor que el ir de putas o de amantías como hacían los cristianos. Carmen, la cristiana, acepta el juego y se hace del harén. Ya sabe que ha de ser fiel al varón pero, el varón a ella, ni mijita.

El moralista que soy, el educador, piensa que la poligamia como antídoto contra la infidelidad masculina y la prostitución femenina no se tiene en pie, ni como explicación ni como aplicación, ante lectores de ahora mismo, hombres y mujeres a quienes quieren hacer creer que el burka es cultura y feminista el burkini, que al final es de lo que hablamos, Cavanillas de Blas, cirujano propagandista de la alianza de inculturas e incivilizaciones.

Otro día vemos cómo mi amigo el diputado psoecialista se inventó otra novela histórica para dar paso a Mariano Rajoy y seguir siendo él muy de izquierdas: la culpa no es del Psoe sino de Pablo Iglesias por no haber ingresado a Podemos en el harén de Pedro Sánchez.

–enlace a carta a un diputado

[1] No tan inexplorado como para una tesis, que el autor publicaría si pudiera, argumento que utilizó Umberto Eco para justificar El nombre de la rosa: tenía tanta información de aquella Edad Media que solo inventándose una novela podía echarla fuera.

comulgar con ruedas de molino

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RUEDAS DE MOLINO

En español se dice comulgar con ruedas de molino a lo que sería aceptar, o no, una situación que parece humana o personalmente inaceptable. No es refrán ni de consejo ni de experiencia, sino de frase hecha, como a llegar tarde decimos mangas verdes. comulgar, del latín communicāre, comunicar, significa por este orden: 1. Dar la comunión. 2. Recibirla. 3. Coincidir en ideas o sentimientos con otra persona.

En una novela ambientada en Al‑Ándalus, un islamita dice e otro ‑los dos son médicos: –El Alcorán sitúa a la mujer en un plano más bajo con respecto al hombre, teoría con la que no comulgo.[1]

¿El islam comulga? Me vino a la cabeza el episodio de Maese Pedro en Don Quijote (2:25) cuando el narrador titiritero provocó las iras del muy enterado caballero con estas palabras: El rey Marsilio mandó tocar alarma; y miren con qué prisa, que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan. Y saltó don Quijote: en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.[2]

Sirva de aviso a quienes se meten en novelas históricas o en relatos de ambientación histórica. De todas las recreaciones, la más difícil, la que más da la pauta de calidad es la recreación de un lenguaje y con ello de esas palabras que por anacronía o por imposible aplicación dejan en evidencia. Pudiendo decir compartir, coincidir o estar de acuerdo, ¿a qué viene comulgar, que tanto suena a hostia o a piedra de molino según nos coja el cuerpo? ¡Vaya que a uno le saquen las coplas de Manolete: si no sabes torear, pa qué te metes! (continuará)

[1] El cirujano de Al-Ándalus (2009), de Antonio Cavanillas de Blas.

[2] Lo cual oído por maese Pedro, cesó el tocar y dijo: No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo que no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates? (Q2:25)

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