Etiqueta: comunismo

las ciencias y las letras ante internet.

Daniel Lebrato sentado en Monte Algaida

Otro día hablábamos de las armas y las letras, cuando las armas eran parte de la ciencia, la ciencia de matar. Siendo yo profesor y hombre de letras, he aconsejado siempre a mi gente ir a las letras como a las ciencias y, a las ciencias, como a las letras. Hoy, el balance de las letras (las humanidades, el arte en general) es que son egoístas o egocéntricas, mientras que la ciencia es, aunque también se adultere y se ofrezca al servicio del mal (como cuando se vende a la industria armamentística), la ciencia es, por cuanto demuestra al servicio del género humano todo y aunque mucho científico, como Edison, quiera vivir de su patente igual, igual, al copyright donde se atrinchera el artista, la ciencia es, o ha de ser, generosa, universal y expansiva; quizá porque, con Antonio Machado, nuestras horas son siglos cuando sabemos lo que se puede aprender, y eso hace a la comunidad científica humilde, y no engreída.

La prevalencia ética de la ciencia y tecnología frente a la literatura y las letras, se ve en la respuesta de unas y otras al mundo digital que se nos ha venido encima: las letras, a la contra, a la defensiva: ¡Atrás, Satanás!, dice el instituto que prohíbe el dispositivo móvil a su alumnado y dice el defensor del libro de papel de la Galaxia Gutenberg. Que toda la cultura no es tan rémora, lo vemos en la música, que se acomoda a lo que pase por taquilla o por Spotify: no hay tabarra con el disco como soporte físico. Y ¡Adelante, adelanto, siempre adelante!, dirá la investigación que haga al humano más bueno, más sano y más libre, también de sus cadenas y de la cadena del trabajo de la explotación del hombre por el hombre. Internet es la Internacional. Lo que hay que hacer es conquistar la red como antes se conquistaron la Bastilla o el Palacio de Invierno. Vayan y lean El plan del inventor de la web para devolver la libertad a internet.

el arte y el artista

Más de dos millones de personas han megusteado (verbo que me acabo de inventar) Muertos de hambre, vídeo de 6:04, de Karel Sánchez, quien sale en defensa de la creación artística dentro de los sistemas educativos. Suena bonito y quién podría decir que no. Sucede que si el arte, como la escolarización por la ESO (con O de obligatoria), se vulgariza, el artista desaparecería como han desaparecido escribas, letrados, bachilleres o escolares con derecho al alfabeto en un mundo analfabeto. Es lo que tiene el humanismo desprendido y, por eso, no pasa de moda el individualismo, que, predique lo que predique (la bondad del arte, por ejemplo), barre siempre para dentro.

La polémica no es nueva. En 1870 (siglo del genio y del artista en su torre de marfil) ya estaba escrito por Bécquer: podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía. Ocurre que el poeta se resiste. Él quiere ser artista para que otro sea albañil o repartidor de bombonas. Y ahí demuestra el artista lo artista que es. El arte, como el sexo (ahora que nos la quieren pegar con el trabajo sexual) sucede en el fragmento de ocio y, por tanto, todo el mundo debería tener acceso al arte en su tiempo libre y abolir de una vez el artista como oficio en exclusiva, como curas y monjas que, para que Dios exista, quieren convencernos de que exista una Iglesia que les dé de comer. El artista rinde culto al Arte, algo que, en una sociedad que se precia de igualitaria y democrática, nadie sabe lo que es ni lo sabrá por mucho que incluyan la asignatura creación artística en las escuelas. ¿Sin cambiar las bases del arte? ¡Escuela de niñaterío!

el informático y la informática

No sabemos cuántos megusta habrá recibido esta otra noticia que titula El plan del inventor de la web para devolver la libertad a internet, con este explícito: Tim Berners-Lee presenta una plataforma que quiere devolver la privacidad a internet, contra la concentración de poder en unas pocas plataformas como Facebook, Google o Twitter, las cuales controlan qué ideas y opiniones se visibilizan y son compartidas. Tim Berners-Lee no lo dice, pero las revoluciones clásicas (francesa o rusa), que asaltaron edificios, serán en el futuro millones de millones de megusta a la conquista de la red, es decir de la información y comunicación, y nadie hará mucho caso del Muertos de hambre de Karel Sánchez, sin duda buena persona y con capacidad de amar, de pensar y, sobre todo, de crear, Karel, de crear.


 

para no hablar de soberanismo (receta).

Para no hablar de soberanismo, llamemos referundismo a lo que está pasando en Cataluña. No hablemos de un soberanismo que no se ha ejercido ni de un independentismo que nunca se ha dado. El truco es viejo. Esa trampa de anticiparse el significante (la palabra) al significado (la realidad) nos dejó un gigante anticomunismo contra un ismo que jamás existió y que siempre fue molino, mi señor don Quijote que sale ahora por los cerros de Úbeda de la unidad popular, como si fuese nuevo y milagroso bálsamo de Fierabrás. Del independentismo (como del comunismo y de otros ismos demonizados), se podría decir lo que Jorge Manrique, de Jesucristo: que en este mundo viviendo, el mundo no conoció su deidad. Así pasa con la independencia de Cataluña que, sin haberse producido, tiene ya los anticuerpos preventivos cuando el paso honroso en que estamos es: quién ejerce la soberanía en Cataluña (y en Andalucía y en Extremadura o en Asturias, patrias queridas). Y ahí, con democracia o con unidad popular, Cataluña será lo que quiera ser. Escríbanlo cien veces por carilla, a ver si se les mete en la cabeza y, si no, a ver si tienen huevos, digo argumentos, para hacer otra tortilla.


comunismo y vanguardia.

Escribe Manuel Altolaguirre en España en el recuerdo (1949): En la revista Ambos (1921) no se expresó ni una sola idea revolucionaria. Unas ingeniosas greguerías de Gómez de la Serna y unos dibujos de Picasso producían confusión entre los comentaristas familiares de nuestra poca difundida revista. Para ellos futurismo, cubismo y comunismo eran una misma cosa.

Yo sabía por Mayakovski la sintonía inmediata entre futurismo y comunismo, fácil de entender entre dos movimientos que apuntaban a un mundo más funcional y más bueno. De los dos ismos, el comunismo (mejor: el marxismo) lo aprendí y, del futurismo, confieso que (aparte de aquel coche de carreras que era más hermoso que la victoria de Samotracia)[1] mi conocimiento fue siempre muy primario. Lo que no se me pasó por la cabeza es que el comunismo fuese interpretado, en su día, como una manifestación más de las vanguardias artísticas.

Cuatro años después de la Revolución del 17, en 1921, mismo año de la revista de Altolaguirre, se consumó en España la negación del futurismo político.[2] Desde entonces, el Psoe que administra la noble palabra socialista (socialista soviética fueron las eses de la URSS, entendido el socialismo como fase superior al capitalismo y hacia una sociedad sin clases) no ha hecho más que torpedear las luchas sociales. La misma biografía de Santiago Carrillo, pasándose al Psoe en su edad provecta, ilustra la trayectoria de tanta militancia del Pce que emigró al Psoe, que se hizo psoecialista. Y si algo ha puesto de relieve la cuestión catalana es la cantidad de reaccionarios (hay quien dice fachas) que había, y al presente afloran, en el Psoe y alrededores.

Otro día hablamos de cómo las expectativas electorales del Psoe son tan bajas (bajaría en toda España y desaparecería del voto influyente en Cataluña) que por eso se ha convertido en el principal apoyo del PP (ved la pacata reprobación anunciada de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría) en lo que a todas luces se debería arreglar convocando elecciones y que las urnas decidan (tanto en referendos como en elecciones generales anticipadas), no que ‑en vez de eso‑ aquí mandan los demócratas Ferreras, Marhuenda, Inda y compañía de la Sexta a la Primera. El viejo comunismo, el de la unidad popular y del frente común, pasado un siglo, sigue siendo vanguardia. Honor a quienes en su vida custodian y defienden sus ideas.

–enlace a España en el recuerdo en ProyectoRosaleda.com

[1] Manifiesto futurista publicado en Le Figaro el 20 de febrero de 1909. Cuando fui al Louvre, me dio penilla aquella victoria alada que parecía distribuir, por aquí o por allí, la gran escalera que da acceso a la primera planta del museo. Una azafata de congresos.

[2] El Psoe se quedó en la Segunda Internacional y el recién creado PCE se entendió como sección española de la Tercera Internacional.


 

la revolución laboral.

Malo es esperar salud en muerte ajena, decía Sempronio en La Celestina. En economía, malo es esperar progreso en atraso. La lucha contra las máquinas es histórica en el movimiento obrero pero, por dar trabajo a los carteros, no volverán las cartas de sobre, sello y buzón. Es la revolución científico técnica. Revolución que parecen no querer ver ni patronal ni sindicatos ni partidos políticos que les ríen las gracias, y a autónomos y pequeños oficios o empresas no competitivas, en vez de fomentar la productividad mediante el cooperativismo y las grandes empresas nacionales o nacionalizadas. La patronal lleva muy mal la reducción de jornada porque, a sueldos iguales, supondría una subida salarial. Los sindicatos no van más allá de sus narices decimonónicas, como en las novelas de Dickens: pedir trabajo y, a igual trabajo, igual salario, consigna que ya desmontó Carlos Marx, pues no habría que medir solo lo que cada obrero trabaja sino también lo que a cada uno le cuesta y lo que cada uno necesita y, más aún, lo que no trabajan las clases parasitarias, rentistas o improductivas. A Comisiones y Ugt, por combatir el desempleo o el cierre de factorías, les da igual fabricar barcos o aviones de guerra (Navantia en Cádiz, Airbus en Sevilla). Pero Amazon, Uber, Airbnb y plataformas colaborativas son el futuro y hasta se da la absolución por internet. La pérdida de oficios por causas tecnológicas tendría un final feliz en cualquier sociedad menos la nuestra. Lo que, en cálculo anual y poblacional, hoy son horas de trabajo pasarían a ser horas de ocio. Extrapolando el fenómeno, la ciencia ficción sería realidad: una sociedad de robots, pantallas y mandos a distancia que habría vencido, por fin, la maldición del trabajo. Claro que el violinista algún bien material, tangible, tendría que producir para la sociedad, algo tendría ‑lejos de su violín‑ que trabajar: muy poco, porque el total de horas de trabajo necesarias divididas entre el total de personas en edad y condiciones de trabajar sería, a nivel mundial y persona a persona, una cantidad de horas de trabajo ridícula. Y, a cambio, más público ocioso llenaría los conciertos. El comunismo, o sea.

*

libertad

el bien común en pñagina PROCOMUN

LA LIBERTAD
–Defensa del colectivo (2). Mito y negación del sé tú mismo–

(1)
No se habla aquí de la libertad metafísica del hombre, del ser humano o como lo quieran llamar. Hablamos de libertad interiorizada por individuos que realizan ninguno o muy pocos actos libres a lo largo (a lo corto) de toda su vida y que presumen de libertad y afirman vivir en un país libre.

(2)
Hombres y mujeres nacemos bajo coordenadas que niegan la libertad, pues nadie elige sexo y condición, cuándo, dónde y cómo nacemos, lo que obligaría a responder qué o quién nos dio la libertad en nuestro ámbito privado (familia, medio inmediato, etcétera) y qué o quién, en el ámbito público (Estado, empresa, formas fijadas por una comunidad).

(3)
Suponiendo que mi trabajo, ser profesor, sea fruto de una decisión libre (lo que supone que también fue libre mi decisión de no ser rey, tapada islámica, repartidor de butano, refugiado sirio, ama de casa, discapacitado pensionado, prestamista o prostituta) y suponiendo que vivo con la persona que libremente elegí (lo que significa entre miles de millones y descartado el azar); suponiendo ‑que es mucho suponer‑ que mi vida laboral y mi vida sentimental son realmente las que yo he elegido, ¿qué otros actos de libertad cuento en mi vida? ¿A dónde voy de vacaciones?, ¿si vio en este o en aquel barrio?, ¿si voy andando o en bici?, ¿si soy fiel a mi pareja?

(4)
Donde libertad, debo decir a) albedrío o voluntad dentro de un orden que yo no he fijado y b) libertad de voto cada cuatro años. Para ejercer algo parecido a la libertad, no solo tendría yo que descreer de la democracia sino, y sobre todo, de mí mismo.

(5)
Antes y después de la democracia a la francesa con adornos de la Grecia clásica, la humanidad pensante ha conocido estrategias que llevaron a ciertas minorías a pensar el todo y por todos. Algunas de esos movimientos ‑que llamaremos intelectuales‑ fueron los aristoy (egoístas griegos a quienes el pueblo les importaba un carajo, pero, por lo menos, no engañaban a nadie), los jesuitas (con su educar a las élites para a través de las élites influir sobre la masa iletrada y controlar los Estados), el despotismo ilustrado (de todo para el pueblo pero sin el pueblo) y los bolcheviques de la dictadura del proletariado, al final, del partido comunista.

(6)
En un mundo en manos de una minoría de malos hechos polvo (militaristas, yihadistas y otros enfermos mentales) contra la cual clama y se rebela una minoría de buenos hechos un lío (buenrollistas y solidarios), una tercera minoría tendría que acudir a su responsabilidad histórica por encima y al margen de quienes en el fondo le parecen pobrecitos, inocentes, ignorantes, engañados, manipulados o directamente gilipollas. Muerta la fábula de mi libertad individual y del sé tú mismo, a través de la opinión pública, se impondrán, sin opiniones, las necesidades del colectivo.

enlace a el colectivo

MOVIMIENTO / COALICIÓN / PARTIDO

tres generaciones

MOVIMIENTO / COALICIÓN / PARTIDO
–larvas, orugas, capullos, crisálidas y mariposas–

Un partido político se sabe lo que es. Una coalición resulta una especie de unión temporal de empresas, una u.t.e. de siglas unidas por un fin electoral. Y un movimiento es un estado de ánimo y de opinión, algo aprehensible en las encuestas y en las conversaciones.

Podemos ha seguido una evolución de más a menos: movimiento > partido > coalición. Podemos fue movimiento, inaprensible magma de unas ideas que estaban ahí para quien quiso verlas: el 15‑M; después, Podemos se hizo partido contra sí mismo y contra Izquierda Unida; y ahora, el partido Podemos, visto que su techo fue insuficiente el 20 de diciembre, se aviene a la coalición con Izquierda Unida.

Izquierda Unida sigue una evolución de menos a más: partido > coalición > movimiento. Izquierda Unida empezó en partido, el PCE; después quiso ser coalición pero en la práctica se quedó en refundación del PCE y, con Podemos, quiere llegar a movimiento. Estas tres fases se encarnan en tres generaciones de militancia o simpatizancia: la vieja guardia comunista (siga o no militando en el PCE), la vieja guardia izquierdaunidista (Llamazares) y la nueva hornada intercambiable o paralela a la Generación Podemos.

En la coalición de partidos IU‑Podemos, lo que importa es la música y lo de menos es la letra (programa, nombre y puestos en las listas electorales). Lo que importa es el estado de opinión o movimiento que IU‑Podemos puedan generar entre la gente con su fórmula de unidad.

Lo que está a deshora es el izquierdaunidismo. IU no consiguió unir a la izquierda. Si por ganar un movimiento se pierde un partido, no se perdería absolutamente nada. La prueba, que analistas muy reaccionarios (ABC, El País) practican estos días la nostalgia de IU y de sus indudables valores, etecé, etecé. Todo, con tal de desacreditar lo que siempre les dio miedo: la unidad, la unidad y la unidad. Es propio del ser demócrata dividir la razón y la fuerza.

Ni tontos ni marxistas, 6 del 5 del 16


 

LA LUCHA DE CLASES

Desayuno en un rascacielos 1932
Lunch on a Skycraper (1932) 

LA LUCHA DE CLASES

Siempre hubo clases. En las sociedades esclavistas: propietarios libres y esclavos. En el feudalismo: nobles, clérigos y siervos; después vendrán los comerciantes: el cuarto estado. Pensar que los antagonismos han dejado de darse en sociedades capitalistas, es pensar la utopía. Bien está creer que vivimos en el mejor de los mundos, pero negar las clases sociales sería como negar la redondez de la Tierra.

La lucha de clases no es un concepto individual ni voluntario, que una persona o un grupo puedan activar o desactivar como quien pone en marcha un vehículo. La lucha de clases ‑como la erosión, como las caries, como la vida o el tiempo‑ es algo que simplemente pasa. Negar la lucha de clases es hacer el ridículo. Esto es particularmente grave en cuanto llega el 1º de mayo.


Historia de una foto.


el bien común

el bien común en pñagina PROCOMUN
el bien común según la página de Tomás Bradanovic

EL BIEN COMÚN

Dos conductores van a infringir el tráfico. El primer conductor, en la autopista, va a poner su auto a 140 por hora cuando sabe que la velocidad está limitada a 120. El segundo conductor, en una avenida urbana que dispone de tres carriles en cada dirección, va a dejar su auto en doble fila ‑“Solo será un momentito”‑ mientras él hace una gestión.

Los dos conductores infringen, actúan contra el código o reglamento de circulación. La pregunta es ¿cuál de dos actúa, además, contra el bien común? Sus respuestas a eLTeNDeDeRo y a nuestra página amiga De Barbas y Boinas.


 continúa: la solución

LA CULTURA

–LA CULTURA–

# 0-1 minuto

–LA CULTURA–
y las dos culturas

Culturas ‑como la envidia, como el cinismo o como el colesterol‑, la hay buena y la hay mala. La mala es la que, en la medida que ensalza a quienes saben, humilla a quienes no saben, que en adelante recibirán nombre de incultos. Otra cosa es la cultura en tanto cultivo de uno mismo y de su entorno, también cantidad de experiencia acumulada que hace mejor a la persona que puede permitirse conocimientos y habilidades en materias que nos colocan en ventaja en la carrera de la buena vida (cultura de idiomas, libros y bellas artes; cultura de viajes, razas y países; cultura gastronómica y del vino). La primera cultura, la exclusiva, resulta odiosa y merece ser destruida. Es la cultura de quien se ríe de quien comete faltas de ortografía. La segunda cultura, la inclusiva, es amable y habría que repartirla por los cuatro costados del universo. Eso, supongo, es el comunismo.


el SIC

Utopía

EL SIC

Visto que Izquierda Unida no agrupa a la izquierda unida y visto que siguen en pie un análisis marxista y una utopía social, lo suyo es disolver IU y que las personas que alientan esos dos puntos de vista (crítica y cambio) refunden algo que no sería IU ni PCE ni sigla conocida: una Sociedad de Ideas (Comunes, Compartidas, Comunistas, Críticas o de Cambio, todo empieza por C: SIC, así en latín). Esa sociedad apátrida y librepensante funcionaría como grupo de presión por la expansión de un nuevo mundo menos capitalista, más igualitario, más social y más justo y pacífico, totalmente laico y coeducado. En esa Sociedad, culto a la personalidad no habría ninguno, ni estructura de partido ni órganos de gobierno, ni carnet ni militancia ni campañas al uso. Sería un foro internacional y plurilingüe a través del cual conectaríamos, haríamos propuestas o bajaríamos a la arena de la micro acción política, con intervenciones que vayan desde las asociaciones vecinales, hasta los Parlamentos y la hoy inalcanzable Onu, que habría que conquistar en nombre de la Aldea Global. Ponernos en vanguardia de las nuevas tecnologías y de la revolución científico técnica con el objetivo último de acabar con la explotación del hombre por el hombre. No necesitamos más programa. Yo me apuntaría, ¿y usted? [Si estás de acuerdo, pásalo.]

El comunismo utópico

Utopía

DEL COMUNISMO CIENTÍFICO AL COMUNISMO UTÓPICO
Manifiesto comunista 2015

DILE (o DRAE): utopía o utopia. (Del gr. οὐ, no, y τόπος, lugar: lugar que no existe). Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación. VOX: Plan o sistema ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en armonía. Proyecto, deseo o plan ideal, atrayente y beneficioso. Tomás Moro acuñó en 1516 utopía en una obra del mismo título en la que imaginó una isla desconocida en la que se llevaría a cabo la organización ideal de la sociedad. Bajo forma de aspiración íntima, ensueño o utopía, el hombre, simplemente por ser hombre, aspira a su plena felicidad.

En 1848, fecha del Manifiesto comunista, la inteligencia europea estaba marcada por un gran cientificismo. Con ese espíritu, Federico Engels acuñó el término socialismo científico (Del socialismo utópico al socialismo científico, 1880) para referirse al socialismo marxista, basado en el materialismo dialéctico, frente al socialismo anterior, desde entonces conocido como socialismo utópico: utópico en el sentido de irrealizable. Pero hay otros sentidos en utopía donde lo utópico, realizable o no, se asocia con el optimismo y la armonía, lo ideal, lo perfecto, lo justo, lo atractivo, lo proyectado, lo deseado, lo beneficioso. A la política que concita o reúne esas cualidades, bien podemos llamarla utópica, donde el adjetivo irrealizable será cierto si perdemos, si no ganan nuestras ideas, pero sería realizable si nos salimos con la nuestra, si conseguimos vencer (y eso es política: unir un proyecto a una acción). Lo que es seguro: para que se cumpla un sueño, primero hay que soñarlo. Si la izquierda o los de abajo o las fuerzas de progreso no van un punto por delante de la Historia, nunca serán protagonistas, y nuestra historia es la batalla por la igualdad, lema, de los tres que tuvo la Revolución Francesa, el más hermoso y el que no ha conocido el mundo, más allá de declaraciones sobre el papel. El reto del siglo 21 es hacer efectiva la igualdad y esa es la utopía comunista. El comunismo del siglo 20 fue el nombre de un producto final, nada que ver con Soviética, con Stalin, China o Cuba, ni con barbaridades totalitarias que el anticomunismo (este sí real, muy real) quiera echarnos encima. En cierta forma, la culpa ha sido nuestra por creer que el comunismo era la ciencia de la revolución, heredera infalible de Marx y Engels y de un lenguaje y unos métodos, los de la Tercera Internacional, totalmente desfasados en la era digital y de revolución científico técnica, cuando la revolución puede ser cuestión de darle a un me_gusta, a un sí o a un no, en nuestros teléfonos móviles. Pongamos el orgullo comunista al frente y por delante de las siglas que lo confunden o enmascaran. Sea por la utopía, por la igualdad, por la comunidad y por el comunismo.

Daniel Lebrato, Ni tontos ni marxistas, 3 de agosto de 2015

comunistas, discurso del incoherente.

COMUNISTAS (5) / DISCURSO DEL INCOHERENTE

Me diagnostican indicios benignos de incoherencia y demagogia. «En su día ley tu Defensa del colectivo con sus apostillas. Si existe en este mundo algo opuesto al colectivo, ese eres tú, que desprecias a la plebe cuyos intereses dices defender. Tendrás claro que mis opiniones son elogiosas, ya que prefiero la demagogia a la estupidez.» La demagogia tiene raíces griegas y es un instrumento de ambición política [yo no la tengo] para ganarse con halagos el favor popular y mantenerse luego en el poder. Se tiene por degeneración de la democracia, aunque demagogos han sido caudillos, dictadores y antiguos tiranos. El Vox define coherencia como el acuerdo de uno mismo con su discurso y ser coherente, actuar en consecuencia con sus ideas o con lo que expresa. La Academia, más exacta, ve en la coherencia la actitud lógica y consecuente con una posición anterior. Lo hago por coherencia con mis principios, pone de ejemplo. Que la vida es incoherente lo sabe la filosofía existencial, desde el momento que somos para la muerte y nuestras ideas, para la vida. Sería Sócrates el que puso el deber del auto conocimiento: Conócete a ti mismo, que viene bien para no hacer el ridículo. Del Conócete a ti mismo, se pasó al Sé tú mismo, aforismo cuya paternidad también se encuentra muy disputada. Ya me conozco, ya soy yo mismo, ya no tengo que ir al analista. ¡Con ustedes: Yo mismo!, puedo decir al salir a escena para encontrarme con tu yo, con el yo del otro, todos somos artistas. Ya tenemos vida social; sigue pendiente la vida de las ideas. Las ideas tienen otra coherencia. Al ser abstractas, ahí cabe el mundo feliz, la fantasía, la anticipación futurista, la religión. Mi amigo ve una incoherencia entre la persona Daniel Lebrato y la plebe. Pero no hablábamos de vida social sino de modelos políticos o utopías sociales más o menos realizables. Si un hombre, mortal, concibe la inmortalidad, y cree en Dios, ¿por qué un hombre, solo, no puede concebir lo colectivo, y creer en la comunidad? A las ideas, amigo, a las ideas. Si usted las tiene individualistas, yo las tengo colectivistas (por llamarlas de alguna manera). Que, en lo personal, unos seamos más estándares que otros, más personajes o más del montón, eso afecta al cotilleíllo de gaceta, no a las ideas. Mis ideas, que no son mías, no han ganado ninguna elección, no están en ningún sitio y tengo la ventaja y la obligación de pensarlas al vacío. Y son coherentes los tres pasos de Defensa del colectivo para la economía social: concentración, socialización y participación en la producción, reparto y disfrute de los bienes (no el rosario de mi madre, que sigue siendo mío). También sigue siendo coherente la aspiración a tomar de cada cual según su capacidad y a dar a cada cual según su necesidad. Y si esos lemas pasaran por mi casa, no me voy a quedar mirando desde el balcón, y me echaré a la calle. Un momento: duchadito, bien afeitado, con mi bastón de caña y con mi panamá. Yo sería el Gatopardo, el incoherente, acabo de darles la receta de la incoherencia: la plebe y yo, al fin reunidos. Otras recetas contra la incoherencia, conozco dos. La receta mala la expresó Jesús de Nazaret con coge tu cruz y sígueme, que tanto daño ha hecho al pensamiento lúcido y tanto ha inflado al buenismo resabiado, y que debió servir para los desfiles procesionales por Semana Santa, porque, ¿para otra cosa?: no sé qué arregla (¿qué arregló él?) que te crucifiquen. Veinte mil cruces, veinte mil crucificados, ¿y qué? La receta buena se la oí a Isabel Álvarez de Toledo, la Duquesa Roja: El día del reparto me tocará perder pero para eso estamos, y seguía fumando su cigarrillo incoherente. Voces hipócritas y fariseas quisieron que se aplicase a sí misma la coherencia cristiana, poco menos que dejar palacio y ducado de Medina Sidonia, coger la cruz de sus ideas socialistas, darlo todo y, hala, a vivir como jornalera del campo. El individualismo tiene muy mala leche [mi amigo, no] y haremos bien, como la Duquesa, en no caer en sus provocaciones. ¿Qué hubiera arreglado el mundo el gesto de una sola mujer rica? Ni crucificados ni jornaleros: a las ideas puestas en marcha y, ponerlas en marcha, no podemos solos. Millones que fuéramos con las mismas ideas, y los cambios sociales tardan más que las eras geológicas. Pero, si no lo hablamos, si no damos vida al proyecto (y cómo hacerlo, si no es con palabras), si no van por delante nuestras ideas, ¿qué será de nosotros ante la realidad el día que toquen a cambiarla? Porque, que el mundo cambia, e pur si muove, amigo, eso es seguro.

La manzana de Newton

Toma uno. Carlos Marx murió en 1883 y difícilmente fue marxista. Culpar a Marx del exterminio metódico y de la realización inexorable del socialismo es tan exacto como culpar a Jesús de Nazaret de las atroces cruzadas, lo dijo Borges, y coger al marxismo por el rábano de China o Cuba es coger al cristianismo por las hojas del Papado de Avignon.

Toma dos. No estuvimos en la Bastilla ni hemos cortado el cuello a rey ninguno pero nuestros avances en república y laicismo algo le deben a aquella guillotina, igual que nuestra pacífica transición democrática algo le debe también al atentado terrorista contra Carrero Blanco.

Toma tres. Quien se mofa de la teoría de la evolución y ríe el chiste del mono vendrá usted se beneficia de una ciencia médica en deuda con Darwin. Desde que la Tierra es redonda ‑o sea, desde Galileo‑, evolucionismo, psicoanálisis o relatividad no son asignaturas optativas sino obligatorias. Todos estuvimos en la pizarra de Einstein y a todos nos dio en la cabeza la manzana de Newton. Algo así pasa con el marxismo.

Para no ser marxistas, tendríamos que haber nacido antes de Adam Smith, último en creer que el trabajo es la riqueza de las naciones. Desde El capital (1864), donde Smith puso naciones se pone burguesía. Marx despejó la fórmula de la plusvalía como trabajo acumulado, y de la fuerza de trabajo como la única mercancía capaz por sí sola de generar riqueza, al tiempo que demostraba el doble fetichismo del dinero y del salario que es la base de la alienación. Este análisis no ha sido nunca rebatido.

Un fanatismo muy común es ver la paja del dogmatismo en el ojo marxista y no ver la viga fanática en el ojo propio. De entre libertad, propiedad o democracia, tomemos por caso el pensamiento religioso, empezando por el curioso método que tiene el Vaticano para lavar sus trapos sucios. Pidiendo perdón a Galileo Galilei, el Papa se perdona a sí mismo, mientras que los terribles delitos marxistas no prescriben nunca.

La militancia cristiana puede justificarse (a) desde sus orígenes: Jesús de Nazaret, aquel hombre tan bueno cuyo mensaje adulteró la Iglesia, que así se salva porque, además de divina, es humana, o (b) desde sus finales: una institución, la Iglesia, que es pilar de occidente. Biblia o Corán serán unas veces (c) la sagrada escritura que a ver quién la mueve, o (d) esa escritura relativa, adaptable a los tiempos que corren. Se trata de (e) bautizar al niño, que la niña haga la primera comunión y que a la morita la tapen de por vida. De la (a) a la (e), hasta con cinco barajas, marcadas todas, juega la religión. Y para el marxismo, ni cartas.

Ni tontos ni marxistas, el juego es que un sistema injusto lo tome por justo quien lo sufre o quien podría ‑con otro sistema‑ vivir mejor, gran masa que, en tiempos democráticos, qué curioso que no acierte nunca a plasmar sus mayorías en el conjunto de unas naciones que se llaman unidas. Ahora que se habla de visibilidad, pongámonos las gafas de la visibilidad social que nos quitamos cuando cayó el Muro de Berlín, y a ver qué vemos en andamios, inmigración, tercer y cuarto mundo. Puede que el marxismo haya muerto. Quien no ha muerto, porque se necesita viva, es la mano de obra a la que un sistema extrae plusvalías y materias primas a cambio de unos salarios que si fueran justos no serían salario. ¿Alienados? No, gracias.

daniellebrato@gmail.com, 10 del 5 de 2012

¿Qué significa ni tontos ni marxistas?

¿QUÉ SIGNIFICA NI TONTOS NI MARXISTAS?

En ciencias sociales, no se conoce método de análisis y síntesis del conocimiento que supere al marxismo. No es que sea el método mejor; es que es el único. Pero lo mismo que a la gente de Media Markt no gusta que la tomen por tonta, tampoco gusta, o “no se lleva”, que nos tomen por marxistas.

Ni tontos ni marxistas nació como frase en respuesta a un artículo de Alfonso Lazo en el que el ilustre se despachaba con aquello de que la democracia es lo menos malo que se conoce, frase piloto del pensamiento tópico, más de derechas que sus muertos. (Donde muertos adquiere todo su sentido literal, porque los tiene, y muchos, la democracia.)

Ni tontos ni marxistas, no hace falta leer a Marx ni ser muy listo para darse cuenta de la vaina que nos venden por democracia. Estaremos de acuerdo en que la democracia mejor sería la más estadística. Contra la estadística y a favor ‑es un decir‑ de la democracia ahí están esos países que eligen presidente a su banquero (Pujol, Berlusconi).

El pilar de la democracia es ridículo y es el principio de “igualdad (todos somos iguales) ante la ley”. Riamos pues. Y no hace falta comparar los tratos que de la justicia reciben Garzón, Urdangarín o un vagabundo común. Aunque la justicia funcione, ya dijo Marx que todo derecho es el derecho de la desigualdad, o sea que, incluso tratando por igual a esas personas, la desigualdad se queda como está. Somos 364 días del año desiguales pero un día, el de las urnas, “una persona, un voto”. ¿Mande?

El mecanismo que consagra la desigualdad es doble: representación y profesionalización. Representación no es presentación, igual que el teatro no es la realidad. Si en teatro hay público y actores, en la democracia hay una clase política (activa) y una masa electoral (pasiva). Añadan censos, circunscripciones, sistemas más o menos proporcionales. Fijen un sueldo a sus señorías y unas condiciones para su mandato. Con ustedes: ¡la democracia!

Pero si la democracia fuese democrática, las clases trabajadoras ganarían por goleada. Si la democracia fuese democrática, resultaría un poder diferenciado de los otros poderes del Estado y ni la monarquía ni la banca ni las iglesias ni la milicia tendrían nada que hacer allí. Bastante sería que el banquero siguiera siendo banquero; y el señor obispo, obispo. De cuya existencia democrática (tema de la democracia social) habíamos dicho que no íbamos a hablar hoy, ni tontos ni marxistas ni demócratas.

comunistas.

Diez días que estremecieron el mundo
John Reed (1919)

Que siguen los rusos en tu patria / y que nunca llegaron a la mía
Jesús Munárriz (1975)

De tanto ir por la vida en igualdad y a fondo común, uno se hace comunista,
y eso, al margen de la propaganda anti y de las malas prácticas reales
que ha conocido la humanidad en nombre del comunismo
Ni tontos ni marxistas (2012)

Guion gráfico. Storyboard.

No hay línea de Alta Velocidad que no haya costado un plus en vidas humanas. Obreros que se precipitaron al vacío desde un viaducto o por aplastamiento por estructuras que se les vinieron encima. Aun tomadas todas las medidas de seguridad e higiene en el trabajo, el accidente es inevitable. Lo cual no consuela a la familia de la víctima, que pensará ‑con razón‑ que siempre mueren los mismos, no ingenieros ni accionistas de la empresa constructora. Otro modo de verlo es que los muertos a buen seguro hubieran preferido otra política de obras públicas. Menos Ave y más viviendas, escuelas y hospitales en sus barrios obreros, si es que tiene que haber ‘barrios obreros’. En fin. Para pactar el tema, podemos aceptar un número de bajas por kilómetro en comunicaciones, por último, el progreso. No diremos lo mismo de los caídos por Keops o Notre-Dame, obras levantadas a mayor gloria de un solo hombre, el faraón, o de una casta, sacerdotal. Tampoco en la exótica medina somos ajenos a que buena parte del exotismo lo aportan las mujeres tapadas, por ellas o por sus varones familiares. Da igual. Una costumbre que no progresa. Una cultura que lo permite. Una religión que invade espacios que deberían ser laicos en todas partes ‑como derechos humanos‑, paisaje humano “sin discriminación por nacimiento, raza, sexo o religión”. ¿Les suena? Sin tapadas en la Yemá y sin parias en Benarés se perderá exotismo pero se ganará en salud y civilización. Y la misma lógica, a las corridas de toros. El Coliseo de Roma, mejor sin sangre de gladiadores.

Panorámica. Milenios y milenios de costumbres, cultura o religión (esos horrores) se enseñan en colegios y se inscriben en Constituciones. El pretexto es que el mundo no conoció su bondad, caso de unos Derechos Humanos, “que no se cumplen”; caso de un Reino de Dios que “ojalá se cumpliera aquí en la Tierra”. Obreros muertos, mujeres maltratadas y animales intocables se venden como civilización, y se está a la espera. Que si un mundo mejor, otro mundo es posible. En cambio, no se da la más mínima oportunidad a la utopía social. Primer plano. Puede usted seguir tapando a su mujer y abrir comercio respetable. Puede darle permiso o ella tomárselo para quitarse el velo en pie de igualdad. Voz en off: ¿No serán ustedes comunistas?


Vuelta atrás (flashback)

Toma 1.

Desde la Gloriosa Revolución, inglesa de 1688, hasta la Revolución de los Claveles, Portugal, 1974, en todas las revoluciones coinciden una guerra y un pueblo que pasa hambre. Un soldado ruso apunta al zar.

Toma 2.

El soldado se cuestiona en la guerra lo que en tiempo de paz ya era evidente. Cuál es su bando. Una patria o una clase social. Si es por patrias, yo francés y tú alemán, podemos pegarnos unos tiritos. Pero, si es por clase social, los dos obreros, no vamos a matarnos por intereses de la patronal.

Toma 3.

En tiempo de crisis ‑esa otra guerra‑ la emigración anula el factor nacional y el trabajo se paga por su cotización mundial: ingenieros con ingenieros, mano de obra con mano de obra. La patria era el lujo que podíamos permitirnos.

Toma 4.

Dos fechas. 1848. Manifiesto comunista. 1948. Fundación de Israel. Hoy sabemos lo que los muertos de las dos Guerras y del Telón de Acero no podían ni imaginar: que Rusia y Estados Unidos, Merkel y Sarkozy iban a darse un beso.

Toma 5.

La gran guerra del siglo no fueron las mundiales de reparto capitalista. La gran guerra fue contra el socialismo, forzado por el bloqueo a socialismo en un solo país. Un solo país significa el fracaso del internacionalismo, de la Internacional.

Toma 6.

De la Primera a la Cuarta, las Internacionales van a compás de la historia. Las de 1889 (centenario de la Revolución Francesa) y 1900, dieron la Internacional Socialista. La de 1919, la Tercera, Comunista. La Cuarta, 1938, ya será el sueño de Trotski por una revolución mundial. Che Guevara exportó otra revolución, otra internacional: la guerra de guerrillas. Del Che hicieron camisetas.

Toma 7.

Noviembre de 1989. Quienes saludan con euforia la caída del Muro de Berlín, ignoran lo que espera a la pobre gente: mendicidad, emigración, subempleo, mafia y xenofobia. Lo dice mi asistenta, que es rusa y desconfía de las rumanas, y lo dicen los mendigos por el puente Carlos, Praga.

Toma 8.

El guiño de Occidente funciona mientras que el desarrollo y la cuota de mercado pinten bien para las clases trabajadoras, de pronto convertidas en clases medias y sus organizaciones, en cómodos partidos y dóciles sindicatos.

Toma 9.

Veraneos con niños saharauis. Oenegés sin fronteras. Galgos por la Alameda. Especies protegidas que habrá que comerse en cuanto apriete el hambre.

10. Epílogo

Después de Berlín, el progresista se declara por la paz y no violencia, no por la paz y el desarme. Se lleva ser crítico con la democracia pero con la muletilla de que es el menos malo de los sistemas posibles. Se lleva ser antisistema aunque asociando bienestar a dinero y dinero a sistema porque “eso es lo que hay”. Esta postura es de raíz posmoderna (Umberto Eco, Apostillas, 1987). Ya nadie puede ingenuamente hacer declaraciones de amor al capitalismo pero, salvando las distancias, podrá seguir amándolo y vivir del cuento como intelectual o como artista sin parecer un yupi o un pringado de mierda. Más claro, el 15-M.

11. Créditos

Alguien calcula las víctimas y atropellos del ismo comunismo, incluyendo todo el terror rojo que nos han contado y todos los Paracuellos de este mundo. Calcula luego el peso en sangre de otros ismos. Salen más atrocidades con cargo a cristianismo, religión o progreso. Sin embargo, se elevan a la Alianza de Civilizaciones. Lo que no va en civilización, va en cultura o en costumbres. Y, si no, en democracia. O en libertad o en si les gusta.

12. The end

En la misma hoguera que el estalinismo, arde el socialismo, fase primera hacia una sociedad sin clases sociales, que sería el comunismo. De paso, se quema el marxismo, esa dialéctica que explica la historia como una sucesión de sistemas económicos. Se termina haciendo creer que era el marxismo ‑no la economía‑ el causante de la lucha de clases. Muerto Marx, se acabó la Historia.

13. Toma falsa

Tráiler del siglo 21. Torres Gemelas. Alguien se sube al metro. Parece Londres. Pero es Atocha. La toma, desgraciadamente, es real.

IGUALDAD

IGUALDAD

De los tres lemas soberbios de la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad, solo la igualdad es absoluta. La fraternidad es de carácter altruista, algo parecido al amor al prójimo modernamente desarrollado en forma de oenegé. Ser fraternos no cuesta nada, y la libertad…

La libertad la entendemos en tres planos: en un plano metafísico, en un plano político y en un plano individual. La libertad metafísica nos iguala, así que no hay para qué hablar (ni de ella hablaban los revolucionarios franceses). La libertad política que da libertades civiles ha sido fácil de redactar en constituciones y declaraciones pero de qué valen esos derechos si la mayoría no se los puede costear. Ya te diré cuando me compre el yate.

Libertad es elegir y elegir, ni elegimos nacer (fuimos nacidos) ni elegimos la cuna y clase social. A partir de ahí, la mayoría se va de este mundo sin saber qué es la libertad. Simplemente, porque quien manda en sus vidas no es ni libertad ni igualdad ni fraternidad, sino necesidad. Los acomodados del primer mundo no queremos ver este estado de necesidad que padece el tercero y por eso le aplicamos al mundo indigente graciosas categorías y valores espirituales que conformen su espíritu. No me dirán que no quedan graciosas nuestras consignas de realización personal (sé tú mismo, tú a tu bola, si es lo que te gusta) aplicadas al negrito muerto de hambre de nuestros sueños oenegeros (antes domundgueros). Solo por esa falta de libertad que padece quien solo piensa en sobrevivir, merecería la pena repartir con ellos nuestra igualdad, esa que sostiene nuestro derecho al sé tú mismo protagonista de nuestras vidas: yo artista y ella abogada. Aunque entre derecho o arquitectura, o entre tocar el violín o escribir novelas también nosotros elegimos muy limitadamente.

La clase que hereda ni elige ni le hace falta, no es libre más que para salirse del guion de lo previsto: es la libertad de la duquesa que salió roja y lesbiana, la del príncipe inglés que por amor a una plebeya renunció a la corona. Aparte de estos colorines, la herencia impone su necesidad: la de asegurar esa línea que hará del infante futuro rey, y de un otro mocoso, terrateniente o ganadero. A otra escala, también de la farmacia sale la hija farmacéutica y donde hay tienda o taller, tenderos o mecánicos herederos.

Libertad libertad solo se tiene y se practica cuando la necesidad (de sobrevivir o de heredar) no aprieta y donde una estrategia individual puede dar una vida u otra. Desde El lazarillo de Tormes la libertad es de clases bajas que quieren venir a más y que tienen las justas luces, las habilidades de imitación como para arrimarse a los buenos y ser uno de ellos. La libertad es la novela y la novela es libertad. Fuera de cuatro casos ejemplares, las clases medias ejercemos poquísimas libertades, elegimos lo mínimo que se despacha: si estudiar o no, si ciencias o letras, cosas así. Ni en el amor hay libertad. El amor de nuestra vida no es más que un mito para consumo interno de las parejas que se quieren bien y se subliman como nacidos el uno para el otro. La verdad es que queremos (y dejamos de querer) a quien se pone en nuestro camino, y ese camino está lleno de nuestras limitaciones y de las limitaciones de las otras personas: encontrarse, conocerse en el momento oportuno, casualidades.

Me nacieron en Ciudad dentro de una familia clase media. Me pudieron dar estudios y con esos estudios elegí hacerme funcionario profesor. Dentro de poco me jubilaré sin haber cambiado nunca de trabajo. A las mujeres de mi vida, a una la conocí en la facultad y a otra en el instituto donde ella vino destinada. Es verdad que dentro de un margen hubiera podido elegir otra carrera y que a lo peor, si no hubiera yo aprobado las oposiciones, estaría ahora trabajando en un colegio privado; que hubiera podido sumar otra licenciatura a la de Filología; que hubiera podido quedarme en la Universidad. En el plano familiar, en vez de tener dos hijos hubiera podido tener tres o tener ninguno. Cuando la paguita dio algún ahorrillo, pude irme a la Sierra y después pude vender la Sierra y comprar algo en el Mar. Mi libertad es un cruce de voluntades. Fui libre para hacerme la vasectomía, para no romper mi primera relación de pareja, libre para hacerme homosexual, libre para escribir o no los libros que tengo escritos. Fui libre para acceder a mi primer ordenador y, con permiso de mi analítica, soy libre entre cubata o cerveza. Una sola pieza que yo hubiera cambiado en mi vida, mi biografía hubiera sido distinta, pero básicamente mi vida estaba ‑está‑ escrita, entre genes y adeenes, casualidades y circunstancias como las que he contado por encima. Mi libertad compartida deja nombres que hubieran podido ser otros: Javier, Juan, Juan Rabadán, San Isidoro, De quien mata a un gigante, Citroën, Sanlúcar de Barrameda están en mi vida porque yo quiero y porque los he podido querer. Así, puedo decir con Machado que al cabo nada os debo. Aunque sí debo. Basta que el Estado patrón me rebaje el sueldo, como ha pasado y está pasando ahora, para que mis libertades (en igualdad) disminuyan. Dadas las formas de vida, no es probable que mis hijos cuiden de mí en la edad provecta y entre consultas médicas y quirófanos a la vista, parte de mi dinero-libertad sé que lo tengo que destinar a una jubilación y a una vejez dignas.

Entre la libertad y mi libertad, la política, quiere hacerme creer que disfruto de libertades cívicas. Para ello, me hablan de Constitución, elecciones libres, votaciones en urnas de cuatro en cuatro años. Pero eso no es libertad ni igualdad. En el mejor de los casos, sería estadística. Mi libertad no estuvo en el franquismo, ni en la transición, ni con Felipe González ni con Aznar ni con Rajoy. Mi libertad no la veo en los sacrosantos conceptos o instituciones: cultura, civilización, occidente, OTAN, Europa. Y aunque una vieja teoría de raíz cristiana me ofrece siempre la fraternidad como salida, y esos modelos (Gandhi o Teresa de Calcuta) supuestamente altruistas, mi fraternidad se limita a condolerme del mal ajeno, a sufrir (tampoco mucho) con quienes sufren. Gracias a mis cultivos fraternos no soy un hijo de puta. Me duele ver que hay quien busca en los contenedores la comida que me sobra, altramuces del cuento de Patronio, cáscaras que otros aprovechan.

Del total de mis actos en mi vida adulta, cinco de cada siete tienen una motivación económica, quiero decir: para ganar la vida. Supongamos que sábado y domingo son más de mi libre disposición, pero también mi tiempo libre está predeterminado, sigue un guion. Mis compras, mis planes, mis viajes, mis lujos siguen dependiendo de mi jornada y mi jornal. Ya pueden políticos y constituciones democráticas garantizarme libertades, que nunca iré a aquel hotel de lujo. Ya pueden poner se vende campo de golf. Alguien lo comprará con su libertad porque mi libertad no me alcanza.

Biblias y Constituciones son el cuento de la lechera de la igualdad y los cuentistas debieran dejarnos en paz. Eso abriría paso a discursos menos cínicos. Valores como cultura, civilización o democracia lucirían como lo que son: no joyas de la humanidad sino bisutería para la ocasión.

Ni tontos mi marxistas, la igualdad la practicamos en nuestros círculos inmediatos. En igualdad, mi pareja, en igualdad la cuenta que pagamos en los bares. En igualdad, mi derecho y el tuyo. De tanto ir por la vida en igualdad y a fondo común, uno es sanamente comunista, y eso, al margen de la propaganda anti y de las malas prácticas reales que ha conocido la historia en nombre del comunismo. Quien sepa de otra utopía más igualitaria que el comunismo, que corra pronto a decirla. Quien sepa de otra égalité.

daniellebrato@gmail.com, febrero de 2012