Nombrar algo es darle vida. Y el terrorismo es un cuento que nos han contado. Ocurre como con la palabra populismo, que se alza como un hacha contra posiciones políticas que podrían amenazar las mayorías establecidas y en populismo meten desde Donald Trump a Pablo Iglesias, como si no hubiera diferencias.
Descontando el sabotaje (que atenta contra un objetivo estratégico predeterminado y provoca víctimas casuales) y el magnicidio (que apunta a un poderoso: asesinato de César o de Kennedy), lo característico del terrorismo es la herida o muerte de personas desprevenidas, y en ese sentido ‘inocentes’, víctimas al azar. Ese azar y esa inocencia son de cualquier población involucrada en guerra o conflicto armado, daños colaterales, como lo titulan cuando les interesa: desde los primogénitos víctimas de las Plagas de Egipto a los pánicos del Dos de mayo, del Guernica o de las Torres Gemelas. Si el problema es que el terror (de grupo, frente, banda, guerrilla o guerrillero) no es un terror autorizado, la pregunta es ¿quién autoriza?, ¿la Convención de Ginebra?, y ¿qué autoridad moral tiene un gobierno o Estado para enviar civiles que son soldados que son peones al sacrificio como si los generales fuesen los reyes del ajedrez? No. No hay actos terroristas. Hay guerras a dos niveles, regular e irregular, y terrorismo puede ser la guerra de quien no tiene ejército y el terrorista, un héroe o un mártir. Hay David y Goliat. Hay Viriato y Espartaco y hay Imperio. Hay Alcalde de Móstoles y Napoleón. Quienes no se resignan y quienes escriben la historia. Visto lo cual, pasó el tiempo del caballero y del escudero, de la sangre y del río, pasó la historia. Nadie que no esté en contra de las armas ‑contra su uso, fabricación y transporte‑ está realmente contra el terrorismo. En tiempos de cacareada democracia (cacareada, de caca), el pacifismo al uso de oenegés es creer que unos disparos o unos misiles son guerra justa o misión de paz y otros, no. Esa doble moral, que ejemplifica la plataforma Escuela: espacio de paz, apoyada por la Junta de Andalucía, da náuseas. Háganse caso: háganse pacifistas de verdad y no a medias. Cuestiónense la Andalucía de Rota y de Morón, del Airbus y de Navantia y del arsenal en Gibraltar. Y luego, si les divierte, lean a Gandhi.
percepción del acto terrorista
Cuando el poder se hace vitalicio y hereditario, caso de dictaduras y monarquías, el sueño de la rebeldía es que el rey o el dictador desaparezcan. Y si la muerte arrastra a sus familias, al nietecito o a la infanta que estaban criando para sucederles en el cargo, qué se le va a hacer: así nadie conspirará en el futuro alegando sus derechos dinásticos. En este desear la muerte no hay nada personal, ni crueldad ni violencia ni terrorismo. Es lógica “vida por vida para tener otra vida”. Y es un derecho humano de gente pacífica contra las dictaduras.
Atentados como contra Melitón Manzanas, torturador inspector de policía asesinado por Eta en 1968, o contra el vicepresidente Carrero Blanco en 1973, nadie de mi sensibilidad y generación los lloró. Lo mismo, cuando atentaron contra Leónidas Trujillo o contra Anwar el-Sadat. La muerte violenta dada a persona muy importante por su cargo o poder se llama magnicidio, no terrorismo, y hay magnicidios que han sido una especie de justicia poética.
tipos de terrorismo
No confundir el asesinato de Carrero Blanco (Madrid, 1973) con la matanza de Hipercor (Barcelona, 1987). El atentado contra Carrero favoreció la transición política y lo de Hipercor la entorpeció. Otro tipo de terrorismo ha sido el secuestro: de gente rica, a cambio de dinero, y de funcionarios o políticos, para chantajear al Estado: tales fueron los secuestros del funcionario de prisiones Ortega Lara (Logroño, 1996) o del concejal Miguel Ángel Blanco (País Vasco, 1997), por quienes Eta pidió el acercamiento de sus presos. Cuando es un rico millonario el secuestrado, el rescate se paga, y en paz, casos del doctor Julio Iglesias Puga (Madrid, 1981) o del empresario Emiliano Revilla (Madrid, 1988), ejemplos que desmienten que “con los terroristas no se negocia jamás”. Otro fleco de interés está en la ética del rescate: si es lícito que el millonario pague sabiendo que sus millones alimentarán al monstruo por dentro: más extorsiones, más secuestros, más atentados. Entre las amnesias colectivas, se omite que Eta avisó de la bomba en Hipercor, pero empresa y policía (¡qué olfato!) desestimaron el desalojo: 21 muertos y 45 heridos. Y cabe preguntarse qué hubiera pasado si ese día al rey le hubiera coincidido algún acto oficial en Barcelona o si, en vez de al concejal Miguel Ángel Blanco, hubieran secuestrado al príncipe heredero.
después de Eta: economía y prevención del yihadismo
Antiterrorismos, hay dos, el curativo (vía militar y policial) y el preventivo: el que no da motivos al extremismo. Si la mejor enfermedad es la que no existe, ¿por qué ante el yihadismo no se acude a las causas? –¡Más policía, más detenciones, más tropas a Siria!, animan con entusiasmo desde Interior, Defensa y Exteriores. Con lo que cuestan las “misiones de paz” al contribuyente y el buen dinerito que deja la industria armamentística.
flash back
España pudo haber cerrado sus cuentas con el extremismo islámico en 2004, cuando perdió el PP y ganó el Psoe del No a la guerra. Los atentados de Atocha habían sido el 11 de marzo, las elecciones el 14, y el 21 de septiembre el presidente Zapatero propuso en la Onu la Alianza de civilizaciones en contraste con el militarismo dominante.
Vamos a verlo de otro modo. Sueldo del militar que envía España al exterior + sueldo del policía que previene en España la respuesta del terrorismo interior = dos sueldos. Si España fuera neutral, el gasto sería cero sueldos. Aun no es tarde para esa España neutral y no alineada en el concierto de las naciones. Es un consejo de TeVeo y eLTeNDeDeRo de
Daniel Lebrato.
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