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literatura en tiempos infames.

Antonio Delgado Cabeza

Despedimos a Antonio Delgado Cabeza, quien a partir de ahora se independiza de [eLSoBReHiLaDo] para montársela por su cuenta en su propia red. Son tres relatos cortos, cortísimos, que dicen del confinamiento lo que no dicen los telediarios. Gloria a Antonio y gloria a quienes sus palabras nos dejaron para que las leamos por las mismas maquinitas que tienen enganchadas a las criaturas de que tanto nos quejamos. Larga vida en html. Queden ustedes con

El parto,

La UCI y

La tentación,

de Antonio Delgado Cabeza,
en total, diez minutos bien aprovechados.


contra la vanidad: html.

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CÁLCULO DEL NIÑO DIOS
(arte y artistas)

¿A quién pertenece el arte, la creación? Porque mientras la obra no artística solo aspira a un valor de uso y un valor de cambio, la obra artística aspira a un valor inmaterial universal. Desde el “ande de mano en mano a quienquier lo pidiere”, del Arcipreste a su auditorio, al Manuel Machado de “las coplas que no son coplas hasta que las canta el pueblo y ya nadie sabe el autor”, todo arte aspira (como azucarillo) a su disolución.

Y desde que concebimos el Patrimonio del Estado con sus museos y bibliotecas nacionales, conjuntos históricos, parques nacionales, bienes inmateriales, etc., y desde que las naciones disputan qué patrimonio o cultura es mayor (si la francesa con la Chanson de Roland o la española con el Cantar de Mío Cid; si España, con Cervantes, o Inglaterra, con Shakespeare), el copyright de obras gigantes en manos de descendientes o editoriales particulares debería preocuparnos. Por hacer una autopista, se expropia y se indemniza y ¿no se va a expropiar el Corominas, el Casares o el María Moliner? ¿Para qué el Estado, entonces?

Otra forma de verlo. El poeta escribe gracias a los oficios que fabricaron su casa, su cuarto de estudio, su lámpara o su ordenador. ¿No será su poema, cuando lo termine (y si es que acertó a escribir algo de mérito, que se publica mucho churrete) también un poco propiedad de esos oficios? ¿Hubiera escrito el poeta sin albañiles, sin fontaneros, sin electricistas? O, más aún: ¿devolvería el autor el dinero ingresado si su cliente lector no queda satisfecho?

Queden ustedes con una interpretación del niño dios Juan Ramón Jiménez, con algo de Bécquer.

CÁLCULO DEL NIÑO DIOS

Yo tengo escondida en mi casa,
por su gusto y el mío, a la Poesía.

Se empieza en mientras haya algún misterio
para el hombre, no para la mujer
que posa por hermosa o fastuosa
de tesoros. No es un misterio a voces
el campo, la vendimia y los jornales,
el largo ajuar que bordan las muchachas.
Se sigue con que siempre habrá poesía
–incluso sin poetas dios existe–,
su altar será la sociedad de autores.
Y acaba uno encerrándose en la casa
que fueron levantando por su gusto
y el suyo antepasados y albañiles,
con muy pocas visitas, las precisas,
y viendo, apasionado, cosas raras.

Daniel Lebrato, Historias de la literatura

Mañana [eLTeNDeDeRo] les pasa más originales a disposición en lenguaje html (no pdf) en la revista libro [eLSoBReHiLaDo]. Antonio Delgado Cabeza y José Luis Macías Rico aportarán luz en tiempos oscuros.

4 de diciembre.

Juan Manuel Trinidad Berlanga bandera de andalucía 4 diciembre 1977
para pensar la memoria histórica.

El 4 de diciembre de 1977, el joven malagueño de 17 años Manuel José García Caparrós, trabajador militante de Comisiones Obreras, murió por disparo de la Policía durante la manifestación por la autonomía de Andalucía. Nunca se identificó al culpable y el crimen sigue impune. La figura de Caparrós se cruza y a veces se confunde con Juan Manuel Trinidad Berlanga, chico que durante la manifestación logró trepar por la fachada de la Diputación hasta colocar una bandera de Andalucía. 40 años y 1 año después, Antonio Delgado Cabeza reconstruye aquel día:


TRAGICOMEDIA

Aquel día fue premonitorio. Trágico. Triste, muy triste. Hoy, aún impune. Si hubiéramos sabido leer los augurios del destino, habríamos concluido que no nos iban a permitir transitar a ninguna parte. Pero el dictador había muerto hacía poco y la ilusión colectiva era enorme, inmaculada, contagiosa y, sobre todo, ciega. No supimos ver ni esa señal ni otras muchas que vinieron después en la misma dirección. Muerto el perro, la rabia continuaría.

Habíamos entendido la convocatoria como un día de celebración, una jornada festiva, una explosión de júbilo. Todo el mundo se echó a la calle para abrazar la llegada de la democracia. En las semanas previas el ambiente se fue caldeando, nos convencíamos los unos a los otros de la necesidad, de la importancia de participar. Incluso mis padres, que habían padecido la guerra y eran reacios a manifestarse públicamente, se contagiaron de aquel espíritu festivo.

Aquella mañana el paseo del parque estaba espectacularmente lleno. Ni lo había visto antes así, ni después. Nos manifestábamos masivamente en un ambiente familiar distendido, como si estuviésemos acostumbrados a ello, como si tuviéramos experiencia. Con naturalidad, la gente buscaba su familia, sus amigos, su peña, su partido, su sindicato y se iban formando filas, filas y filas, infinitas filas llenas de color, de pancartas con mensajes de esperanza.

Iba con mi hija de año y medio a horcajadas, con su madre al lado, mis padres y algunos amigos. Recuerdo todavía emocionado las sensaciones de esos momentos, la inmensa alegría compartida, el flotante olor a libertad, los cánticos y las consignas reivindicativas, la magia transformadora de un acto cívico ejemplar de una madurez democrática impropia de unos ilusos recién llegados.

Cuando íbamos pasando a la altura de la diputación, un joven trepaba al balcón con una bandera. Fue el final de la fiesta, el final de la celebración. Sirenas, coches de policía, furgonetas de policía y policías. Policías por todas partes que sin mediar palabra iniciaron un brutal ataque contra unos ciudadanos sorprendidos e indefensos que nos preguntábamos incrédulos qué había pasado, qué habíamos hecho para merecer tan desproporcionada agresión.

Gritos de pánico, carreras, caídas, balas de goma, heridos, barricadas en el puente, autobuses atravesados, autobuses ardiendo… llevamos como pudimos a mi hija y a mis padres a su casa perchelera y cuando volvimos a la batalla, junto a la esquina del viejo diario, la policía seguía disparando, pero ya no balas de goma. Nos miramos angustiados cuando lo que recogimos del suelo fueron los casquillos de un fusil ametrallador.

Poco después empezó a correr el rumor de que un chaval había muerto.


En el cumpleaños de la Constitución de 1978 y recién vueltos los fachas a campar por sus respetos y, con Vox, por sus escaños, [eLTeNDeDeRo] anima a profundizar en lo que llamamos libertad, democracia o autonomía.

La autonomía que aquel 4 de diciembre Andalucía reclamaba hoy se llama (ayer también, aunque con otras palabras) derecho a decidir. Y es curioso que mucha Andalucía democrática y autonomista ese derecho a decidir se lo niega a Cataluña (y a Andalucía misma se lo niega).

La democracia del 77 se hizo Constitución el 78 y, a partir de ahí como si no hubiera más democracia en este mundo. Y, aunque el Podemos del 15-M habló de echarle el cerrojo a la Constitución del 78 y aunque todos los partidos que todavía se llaman “de izquierdas” insisten en que hay que reformar la Constitución (entre otras razones, para el encaje federal de Cataluña), lo cierto y verdad es que nunca se reforma ni partidos nacionales “de izquierdas” llaman a salir abiertamente a la calle por la libertad en referéndum para Cataluña.

La libertad de que habla Antonio Delgado en su artículo, ustedes dirán qué queda de ella. La jerga de la oficial política reparte calificativos y descalificativos a favor de un solo relato: contra Constitución y democracia y Estado de Derecho, lo que se mueve es xenofobia, populismo, chavismo, comunismo, golpismo, etiquetas que manipulan lo que no tiene vuelta: se llama democracia al gobierno mayoritariamente salido de la autodeterminación de las personas y de los pueblos. Y no hay más democracia que la que vota. ¿Que votan Vox? Que voten. ¿Que votan independencia y república? Hay que aguantarse. No se puede estar a favor de la memoria histórica (y Caparrós lo es) y en contra del futuro histórico de comunidades y ciudadanías que quieran ser lo que quieren ser. ¡Sea por Andalucía libre, España y la Humanidad!

Tema de Caín y Abel.

nacionalismos y nacionalidades

Una de las fábulas bíblicas que no he entendido nunca es la de Caín y Abel. Acostumbrado en el colegio a que la agricultura es un grado superior a la ganadería (por cuanto la vida se hace sedentaria y deja de ser trashumante), no comprendía que Dios ‑en su egoísmo‑ prefiriera al ganadero Abel frente al agricultor Caín, quien tenía que ser por fuerza más civilizado que su hermano. Después, la fábula la interpreto así: Dios nos avisaba de que el cultivo de la tierra traería a la larga la propiedad privada del suelo y ‑con la propiedad‑ las civilizaciones constituidas que, a base de lindes, trajeron los estados y fronteras, con sus banderas, que desgraciarían esa aldea global y común llamada Paraíso.

Quizá por eso, al presente, igual miedo me da quien plantea acoger abierta e incondicionalmente a quien venga de fuera (política de acogida o de refugiados) como quien plantea no acoger o poner condiciones para la acogida. Una y otra postura juegan a Caínes y Abeles, pátridas y apátridas: quienes poseen la tierra y quienes no, y la buscan. Y tan peligroso me parece el xenófobo ¡No vengas! como el recepcionista ¡Ven con lo tuyo! cuando lo tuyo es opuesto a lo que teníamos en casa, caso del velo islámico en sociedades que avanzaban hacia el laicismo y la igualdad total de la mujer, también en hábitos e indumentarias.

Ya de mayor, y educado en la escuela marxista de sin teoría (revolucionaria) no hay acción (revolucionaria que valga), me he propuesto teorizar, si quiera, sobre sociedades de religión cero‑cero y nacionalidad cero‑cero, tanto a propios como a extraños, con un ejemplo elemental: para que no haya burkas tampoco tiene que haber nazarenos.

Hacia la nacionalidad única y universal dentro de unas auténticas ‑y no condicionadas‑ Naciones Unidas, sacaría a España de todos los organismos de enfrentamiento o de bloque: UE, Otan, bases de Morón y Rota, y, como país neutral y no alineado, prescindiría del ejército (gastos militares para inversiones sociales) y daría un plazo de una o dos generaciones para la nacionalización total del suelo, que pasaría al Estado; y a los particulares darlo en usufructo, que ya es bastante. ¿Lo hablamos? Si no lo hablamos, no lo haremos nunca.

Para otra versión más pedagógica y sujeta al hilo de la historia, vayan a Antonio Delgado Cabeza, The nationalism (1).

the meditation (II). Antonio Delgado Cabeza.

relajación de Antonio Delgado

«Hay mucho tópico alrededor de la meditación. Se divulga la imagen del meditador en posición de loto, con un mudra en los dedos y una sonrisa estúpida en la cara como algo inútil propio de sectas raras. Corre el bulo de que los meditadores son como encefalogramas planos que no sienten ni padecen, que meditar es de majaretas. Elegir la meditación, como forma de sentirse mejor con uno mismo y con el entorno, es una libre decisión personal a la que cada uno llega justo cuando tiene que llegar.» Artículo completo: THE MEDITATION (II), de Antonio Delgado Cabeza en elSoBReHiLaDo.

relajación de Antonio Delgado a la inversa o bocabajo


the meditation (I). Antonio Delgado Cabeza.

THE MEDITATION (I)

«Budismo, cristianismo e islamismo no son más que interpretaciones interesadas que han convertido en dogmas fundamentalistas, en religiones integristas que rivalizan con los nacionalismos a la hora de ostentar el siniestro record de muertes. En nombre de Dios y de la patria han muerto más seres humanos a lo largo de la historia que por ningún otro motivo.»

–artículo THE MEDITATION (I), de Antonio Delgado Cabeza
en versión completa original publicada por elSoBReHiLaDo.

the industrial revolution (2). Antonio Delgado Cabeza.

benagalbon foto Diario Sur

Llegué a Benagalbón en septiembre de 1980. Mi primera tutoría fue un séptimo de EGB. No he olvidado a aquellos alumnos de 13 y 14 años. Pepe, Manolito, Paco, Enrique, Salvador, Salvori, espigados, fuertes, con la piel curtida y callos en las manos. Cuando terminaban el colegio, ayudaban en los huertos familiares, dominaban las labores agrícolas y ganaderas. Sus padres pertenecían a la primera generación que había tenido que cambiar el campo por la construcción, trabajaban de albañiles o de peones en empresas malagueñas que se movían por la costa y los hijos compaginaban la escuela con su responsabilidad en las tareas del campo.

Recuerdo con especial cariño a los alumnos de El Valdés. Eran niños con una sensibilidad diferente. Académicamente fracasaban, eran considerados no aptos por la enseñanza tradicional al uso. Sin embargo, aquellos jóvenes eran capaces de cavar una viña, desmontar y arreglar el motor de su moto de 49 centímetros cúbicos o de estar un fin de semana vendiendo sacos de patatas en un cruce de carreteras del Campo de Gibraltar. Pasaban el verano yendo a Murcia o Manilva por uvas. La viña es un coñazo, maestro, hay que estar alrededor de ella todo el tiempo. Podar, sarmentar, cavar, vinar, sulfatar, despuntar, tapar, vendimiar… todo el año liados en unos pechos en los que no entran tractores ni nada, tenemos que usar amocafres, hasta los palos de los azadones sobran. Después, las pasas en los paseros, pendientes del cielo para poner los toldos en cuanto cae una gota. Antonio, ezo noztá pagao con ná.

Esa fue la última generación de jóvenes que se relacionaban con la tierra, que sabían los nombres de los árboles y de las plantas, que controlaban los cultivos de cada estación y los ritmos de la naturaleza. La mayoría de los adolescentes de ahora no distingue una encina de un olivo, el secano del regadío, las especies autóctonas de las foráneas. De una generación a otra se ha perdido la sabiduría acumulada durante miles de años, se ha producido una desconexión brutal con la Naturaleza, una enajenación artificial de la producción de alimentos, un desenraizamiento con el planeta de consecuencias imprevisibles.

Te he contado hasta ahora cómo he vivido la llegada de los motores a mi vida y a la sociedad que me rodea y quiero que sepas mi opinión acerca de este proceso de industrialización y modernización que ha concluido en la llamada globalización. Cuestionar que ha habido progreso, carece de sentido. Que vivimos mejor después de esta revolución es una obviedad. Que las máquinas en general y los electrodomésticos en especial han hecho más fácil y confortable la existencia es indiscutible. El último siglo ha cambiado radicalmente el paisaje rural y el urbano. Grandes edificios, carreteras, autopistas, coches, metros, aviones, cosechadoras, ordenadores, teléfonos móviles, todo diseñado para aumentar la calidad de vida.

Pero si ponemos la lupa en este macroproceso, descubriremos que no todo se ha hecho bien y, sobre todo, que no se han elegido ni el camino adecuado ni las formas correctas. El desarrollo tecnológico se ha dejado en manos de un poder fáctico supranacional sin escrúpulos que usa a los gobiernos -democráticos o no- para conseguir sus fines: perpetuarse en el poder y enriquecerse cada vez más. Los ricos son cada día más ricos y los pobres cada día más pobres. Se tiran a la basura millones de toneladas de alimentos mientras los habitantes del tercer mundo mueren de hambre. Los medios de producción -como los de comunicación- están en manos de una élite feroz que no entiende de justicia, equidad, solidaridad o redistribución de la riqueza.

Por mantener la sartén por el mango, lo mismo fuerzan guerras -el negocio de las armas es de los más rentables- que ignoran las alarmas de los científicos que advierten de las irreversibles consecuencias del efecto invernadero o del calentamiento global. Las miles de especies desaparecidas y las que están a punto de extinguirse les traen al pairo. Los contratos de los trabajadores son cada día más leoninos. Las petroleras ganan más. Las textiles ganan más. Las farmacéuticas ganan más. Los bancos ganan más. Y cada vez hay más pobres que son más pobres.

Mira este dato como ejemplo. Las grandes empresas españolas de todos los ramos están publicando sus balances de 2016. Todas coinciden en superávits muy positivos y en que la crisis está superada. Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, el gobierno y la patronal, lejos de aconsejar un reparto equitativo de los beneficios entre los asalariados, apuntan ya a profundizar en las políticas que han dado lugar a esa plusvalía, es decir, más reformas, más recortes, más precariedad en el empleo…

¿Qué podemos hacer? Pues podemos hacer mucho. De entrada replantearnos nuestra participación política, nuestro compromiso social. ¿Qué hacemos además de votar cada cuatro años, a quién votamos, de qué nos sirve? Replantearnos el consumo. Este sistema se hunde si no consumimos o lo hacemos con moderación. Comprar lo indispensable, lo que realmente necesitemos. Mirar las etiquetas, saber de qué está hecho lo que compramos, dónde y por quién. La publicidad nos intoxica hasta hacernos creer que somos más felices cuanto más tenemos, pero en el fondo sabemos que no es así.

Replantearnos nuestra relación con el Universo y con la Tierra. Recuperar el contacto directo con ella, relacionarnos con nuestra energía telúrica, poner consciencia en nuestro cordón umbilical con la atmósfera, reaprender los ciclos de la Naturaleza, aprender a cultivar nuestros propios alimentos ecológicos, hacernos responsables de nuestra salud.

Replantearnos nuestra existencia, a qué hemos venido aquí. Nos pasamos la vida en un estado de ensoñación permanente, de anhelos y frustraciones, de apegos y miedos, a caballo entre los errores del pasado y los posibles éxitos futuros, sin disfrutar del presente, sin aceptar lo que ya es. Esperamos soluciones externas -políticas, financieras, amorosas- pero la solución está en nuestro interior. Somos seres completos. Tenemos que recuperar nuestra capacidad de oírnos y encontrarle sentido a Todo.

Nuestra razón de ser es crecer, hacernos mejores personas, ser más comprensivos y amorosos y e influenciar en nuestro entorno en la medida de nuestras posibilidades. Para este crecimiento personal hay un camino milenario que en occidente se usa poco pero que da los mejores resultados: la meditación. Pero eso es otra historia.

La próxima.

Antonio Delgado Cabeza, 10/03/2017

PlayaBenagalbon foto inforural

the industrial revolution (1)

tractor-john-deere-foto-foro-de-tractores-antiguos
tractor John Deere (foto foro de tractores antiguos)

Antonio Delgado Cabeza

THE INDUSTRIAL REVOLUTION (I)

Una pequeña foto en blanco y negro sintetiza perfectamente lo que hoy te quiero contar. Debe ser de julio o agosto del 56 o 57. Con tres o cuatro años estoy desnudo rodeado de la familia de mi madrina, todos sentados en círculo en sillas de enea en el porche, pelando patatas. En el centro junto a mí, la madre cocina con leña en el suelo una enorme sartenada de papas sostenida por una trébede de hierro.

Recuerdo esos veranos en San Pablo de Buceite como los más felices de mi vida. Mis padrinos no tenían hijos y para mis padres mi ausencia era una boca menos, todo el mundo contento. Me llevaban a la finca familiar, un naranjal precioso a orillas del río Guadiaro. La casa de campo sin luz ni agua corriente, tenía una planta baja con cocina y salón diáfanos y una habitación despensa con sacos de granos y grandes tinajas de cerámica con tapaderas de madera que conservaban aceite, sal, harina y los panes que amasábamos y cocíamos una vez al mes en el horno árabe que había junto al porche y el pozo. Siempre en penumbra, con un olor característico, con los restos de la matanza colgados del techo. Chorizos, morcillas, salchichones, morcones. En la primera planta, los dormitorios.

Junto a la casa, había otra con la cuadra para los mulos y la pocilga para los cerdos. Arriba, un pajar y una habitación en la que vivían los caseros, el matrimonio que ayudaba todo el año en las faenas agrícolas y domésticas y su hijo Ildefonso, mi amigo. Con siete y ocho años, con él ejerciendo de porquero oficial y yo de ayudante, sacábamos al campo de madrugada la piara de setenta y tantos cochinos, antes de que pasara la pareja de la guardia civil. Cuando alrededor de las ocho pasaban los civiles inspeccionando, los marranos estaban ya comidos y recogidos, saltándonos así la prohibición expresa de sacarlos del redil a causa de la peste porcina africana. Claro, el ahorro en pienso era importante. Para ser tan pequeñitos, teníamos ya un cierto sentido de la responsabilidad… y de la clandestinidad.

Aunque desde la perspectiva de hoy te parezca mentira, a Ildefonso y a mí no nos despertaba nadie. Nos levantábamos al alba con el canto de los gallos, antes de amanecer del todo. Hacíamos nuestras necesidades y nos aseábamos en un pequeño arroyo, cumplíamos con nuestra única obligación diaria y teníamos el resto del día para jugar y holgar. Holgar, dulce holgar. Con el barro que se formaba junto al pozo, modelábamos figuritas que metíamos en el horno que irremediablemente se resquebrajaban y partían. No importaba, hacíamos más.

Uno de nuestros pasatiempos favorito era fabricar barcos de corcho con la navaja, ponerles un palo de mástil, una vela triangular de trapo y hacer apasionantes carreras en las acequias de riego. Otras veces, cortábamos las cañas más largas del cañaveral y construíamos auténticos coches de competición. La parte gruesa de la caña, descansaba sobre nuestro hombro y justo delante le ajustábamos una corcha circular que ejercía de volante. En la otra parte, atravesábamos la caña con otra más fina que llevaba dos ruedas también de corcho en los extremos. Qué invento, cuántas horas felices echando carreras por el carril de tierra que bajaba hasta el río por detrás de la casa.

Otro momento diario mágico era la recogida de huevos. Con un canasto de mimbre cada uno y aunque había un gallinero en la parte exterior derecha de la casa, como las gallinas estaban sueltas, lo más emocionante era buscar y descubrir los ponederos y volver con el cesto lleno. Después, el baño. En el centro del río emergía un tronco anclado en el fondo. Tirándonos para alcanzar el tronco, aprendimos a nadar. Con el impulso del salto desde la orilla llegábamos al palo, pero había que volver nadando y sorteando la corriente. Hoy, resulta sencillamente increíble. Dos mocosos solos en el río, disfrutando del sol, del agua y la libertad.

La comida cocinada por la madre de mi madrina era servida en dos mesas. En una comían los padres, los hermanos, los sobrinos y mis padrinos. En la otra, los padres de Ildefonso y seis o siete jornaleros que había cada estío para las faenas propias de esa estación. A mí me encantaba comer con ellos, no solo porque estuviera mi amigo sino porque no había platos individuales como en la mesa de los patrones. De un enorme perol central comíamos todos en un ambiente genial dicharachero, de igualdad y camaradería en el que los adultos comentaban la rutina de sus tareas, contaban historias intrigantes y nos ayudaban a los pequeños a alcanzar los alimentos.

Cenábamos con las últimas luces de la tarde. Encendían los quinqués y los niños caíamos rendidos en la cama. Algunas noches de luna llena, nos escapábamos a los cortijos vecinos. Sabíamos dónde tenían protegidos en fresqueras los melones y sandías en su punto. Eran hoyos en el suelo disimulados con matorrales. Qué emocionante y qué placer disfrutar de lo prohibido a la luz de la luna. Algún atracón de estos me produjo un cólico con diarreas, única enfermedad que padecí en aquellos meses de la canícula, de noches cortas y días infinitos.

Un verano, con diez u once años, llegué y no estaban ni Ildefonso, ni sus padres, ni los temporeros, ni los mulos ni los cerdos. Había un extraño vehículo verde con cuatro ruedas, las dos traseras gigantescas y me presentaron a Miguel el tractorista, que se encargaría de hacer las labores de todos. Los padres de Ildefonso se habían ido a la costa, a San Pedro de Alcántara a buscarse la vida en la construcción o en la hostelería, como los demás trabajadores del campo.

Ni que decir tiene que nunca volví a aquella querida huerta de riquísimas naranjas, a pesar de que ya tenía agua corriente y luz eléctrica.

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Antonio Delgado Cabeza, 17/02/2017.

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neuroeducación.

Publica El País una entrevista que no tiene desperdicio para padres, madres, maestres y educadores en general. El neurólogo Francisco Mora, autor del libro Neuroeducacion. Solo se puede aprender aquello que se ama, retrata indirectamente, pero con nitidez, la artificialidad de la enseñanza que se imparte actualmente y el origen del fracaso escolar. Hay dos frases espeluznantes. Una, que hasta los seis años el cerebro humano no está neurológicamemte formado para descifrar letras y números. Se puede empezar a los tres a leer y escribir, claro, pero como un papagayo y con sufrimiento. Y la otra, atroz también, es que la escuela se ha actualizado tan poco, que un maestro podría tener en su clase a un niño del Neolítico, sin detectarlo. Tan patético como triste y cierto. Antonio Delgado Cabeza.

Enlace a entrevista en El País.

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the letter (to the Rolling Stones).

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por Antonio Delgado Cabeza

Queridas Majestades Satánicas:

Soy fan, seguidor desde que tengo memoria musical. Fui partidario vuestro cuando nos hacían elegir en artificiales dicotomías de la España casposa. Canarios o Bravos, Serrat o Raphael , Beatles o vosotros. Os apoyé hasta cuando incondicionales históricos empezaron a dejar de serlo alegando que repetíais y repetíais el mismo sonido de los primeros éxitos. Incluso me puse a defenderos, cuando ex forofos os llamaban acabados, momias, zombis y otras lindezas que os daban por finiquitados. Me mantuve fiel argumentando que me gustaba vuestra imagen alegre y juvenil, vuestras estilizadas siluetas rockeras, las viejas caras maquilladas, caricaturizadas por arrugas esculpidas por la edad, las jeringuillas y el Jack Daniel’s.

Ayer tarde, después de una larga marcha solidaria en recuerdo de La Desbandá, me preparé un merecido baño reparador con sal y oí relajado y muy atento vuestro último trabajo. What a disappointment, Darlings!, qué decepción, queridos. Blue & Lonesome, a pesar de la advertencia del título, son sólo doce temas trasnochados más propios de vuestros comienzos sesenteros que del siglo 21. Hay cantidad de músicos en todo el mundo investigando, innovando, evolucionando y revolucionando, esforzando su creatividad por hacer cosas nuevas y vanguardistas. La mismísima Amy Winehouse hacía blue y soul más actuales y frescos. Ni la perfección del sonido ni el virtuosismo instrumental ‑especialmente, la armónica- justifica o valida esta regresión para obtener resultados que BB King, Fleetwood Mac, Johnny Winter o Eric Clapton lograron hace mucho, mucho tiempo. Decía mi madre que para ese viaje no se necesitan alforjas.

Y hablando de decepciones, fui a La Habana especialmente para veros por cuarta vez en directo. No era mi intención tomarle el pulso a la Revolución. No era mi intención encontrarme unos cubanos más inermes, desilusionados y tristes que cuando estuve en el verano del 84. Ni era mi intención comprobar que había más jineteras, jovencísimas y esculturales vendiendo su cuerpo por casi nada a esos occidentales fantasmas que vuelven contando que han ligado. Fui expresamente a veros. A las tres de la tarde, bajo un sol ecuatorial de justicia, estaba ya en aquel enorme y destartalado recinto deportivo, dispuesto a presenciar el concierto anunciado para las ocho y media. Quería disfrutaros en primera fila, como en aquel Madrid ilusionado de la Movida o en el puerto de Málaga con mi hija sobre los hombros.

Para mi sorpresa, junto al escenario había una zona VIP reservada de alrededor de cien metros de larga, ¡vallada! Aunque no le daba crédito, me tuve que conformar con veros desde lejísimo por las pantallas gigantes. Fue como un jarro de agua fría. Me pregunto por qué aceptasteis esas condiciones, para quiénes era ese espacio privilegiado prohibido, si para las autoridades y enchufados del PC o para vuestros amigos. O ambos. Qué fea esta discriminación en un país en el que se supone que la igualdad es una de sus mayores señas de identidad ideológica.

Me fastidia pensar, Queridas, que ya no sois ni Majestades ni Satánicas. Me avergüenza sorprenderme especulando con los motivos que os llevarían a aceptar esa área exclusiva para personas muy importantes en un concierto gratuito de rocanrol en una isla comunista. Y me niego a aceptar que el CD blusero y el concierto habanero sean el principio del final de una idílica relación de cuarenta años.

No me doy por vencido. Volver a hacer de ave fénix. Reinventaros otra vez. Poneros las pilas. A currar. Ha habido, hay y habrá músicos extraordinarios abriendo caminos, partiéndose la cabeza para crear sonidos originales. Jackson, Manu Chao, Bjork, Ferdinand, Coldplay, Chemical Brothers, Prodigy, Rage Against The Machine y miles más. Así que pegar la oreja y al tajo. ¿Lo pilláis?

You can!!!

Antonio Delgado Cabeza
09/02/17

Antonio Delgado Cabeza

the celtic spirit

Castro de Castrolandín.JPG

THE CELTIC SPIRIT

por Antonio Delgado Cabeza
01/12/16

Aprovechando el tibio sol de otoño, te escribo desde el asentamiento celta de Castrolandín, una aldea fortificada del final de la Edad de Hierro en la Galicia profunda, a mitad de camino entre Santiago y Pontevedra. Arqueológicamente recuperado hace poco, como otros cientos, este poblado forma parte de la denominada cultura castrenxe que se extendía entre los ríos Duero y Sella y que se dio por terminada cuando los romanos decidieron anexionar también a su imperio el noroeste la Península Ibérica.

Algunas familias procedentes de cercanos castros sobrepoblados osaron afincarse en este otero aún a sabiendas de que el trabajo iba a ser brutal. Explanaron la cima de la colina y con el material extraído construyeron parapetos defensivos y un foso alrededor. Fortificaron la loma con una doble muralla circular usando la roca más abundante en la zona, la piedra caliza, la misma con la que levantaron sus redondas casas.

Cada choza tenía anexos un espacio oval para el grano y otro para el ganado, con planta de piedra hasta media altura -que es lo que se ha conservado-, rematados con vigas de madera y una argamasa frágil de forma cilíndrica en los laterales y cónica en la techumbre de ramajes entretejidos, sujetado todo por un tronco central. En el interior, un rústico lar a ras de suelo para cocinar y calentar.

El motivo de establecerse aquí precisamente, se puede adivinar todavía hoy. Un espacio en alto, desde el que se domina toda la región, fácilmente defendible, con el frondoso valle del río Gallo por delante y un caudaloso arroyo por detrás, franqueado de bosques de robles, castaños, nogales y, sobre todo, encinas. La harina de bellota era la base de su alimentación. Había abundante caza mayor, menor y pesca. Existían ya explotaciones auríferas, férreas y plúmbicas. Qué más se podía pedir.

En la época no existían ni por asomo la unidad política ni la homogeneidad cultural ni religiosa, lo que concedía a los castros una independencia y autonomía difícilmente imaginable en el actual mundo globalizado. Las endebles estructuras defensivas y la ausencia de armas en las excavaciones, hacen pensar en unos habitantes pacíficos dedicados a la agricultura, la ganadería, la cantería, la minería, la metalurgia y algunos oficios más sofisticados y artísticos como la cerámica, la escultura y la joyería.

No hay edificios mejores que otros, ni tampoco templos ni cementerios y eso nos lleva a suponer una sociedad igualitaria, clanes muy poco jerarquizados y la ausencia de sacerdotes. Los ancianos eran la voz de la experiencia y en consecuencia sus opiniones eran sabias y respetadas. Que la transmisión fuera hablada permite especular mucho sobre los celtas, habiéndose llegado durante el romanticismo a inventar mitos y leyendas de los que a la gente le gusta oír y creer, con druidas, hadas y meigas de protagonistas, pero sin ninguna base científica.

Pero no he venido por cuarto día consecutivo a sentarme en las murallas de estas ruinas para contarte su historia. No. Lo que quiero transmitirte son mis sensaciones desde que crucé la puerta de entrada por primera vez. Eso es lo realmente inquietante, lo que me moviliza, me excita y hace meditar. El poblado está lejos de donde vivo. Qué fuerza magnética me atrae hacia aquí. Qué energía esotérica se apoderó de mí al entrar. Por qué me embarga esta emoción tan intensa desde que entré. Por qué tengo la sensación de haber estado antes aquí, de sentirme familiarmente como en casa. Por qué percibo presencias y sin embargo no tengo miedo en este lugar alejado y solitario en mitad de la nada.

Quizás, las respuestas la sepan las únicas testigos que han sobrevivido milenios y siguen aquí a mi lado revoloteando, silenciosas y expectantes. Las aves, que la espiritualidad céltica relacionaba con el regreso de las almas de los muertos.

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the birdie

the-birdie-de-antonio-delgado

| Antonio Delgado Cabeza. 22/10/16. Estaba dándole vueltas a las experiencias cercanas a la muerte -ECM- que detalla Carlos Gómez Carreras en su recomendable y documentadísimo libro El Juego Infinito, cuando recordé este misterioso suceso que por increíble había olvidado. Apenas lo conté a los más íntimos, quién me iba a creer. Ahora, pasado un tiempo, no sé por qué extraña asociación de ideas lo he recuperado. Y yo, que siempre he sido incrédulo e incluso reacio a este tipo de historias, me sorprendo dispuesto a contártela en esta tarde otoñal. (Relato completo, en El Sobre Hilado.)