Etiqueta: marxismo

aprendiendo a pensar.

Rodin,_El_Pensador-foto rincón del pasado

Es axioma que los pilares del saber son cultura (para conocer) e historia (para opinar) [1]: lema: «Quien desconoce la historia, está condenado a repetirla» (frase que se atribuye desde Confucio a Cicerón, Napoleón o Ruiz de Santallana). Y se añade que, más que transmitir saberes (conjunto cerrado), hay que enseñar a pensar: conjunto abierto a las ideas que puedan venir.

Descartando ideologías –ideas en caliente, como buenismo, bienestarismo, yoga o religión– maneras de razonar, con la cabeza fría, hay dos: la dialéctica y el estructuralismo.

La dialéctica actúa por superación de contradicciones: Tesis ±Antítesis =Síntesis. Y el estructuralismo se rige por oposición (marcado/nomarcado) de términos sobre un sintagma.

El estructuralismo lingüístico (Saussure, Suiza, 1916) resultó progresista contra la morfosintaxis de verbo, oración y predicado, y fue extendiendo sus alas a la etnología, al psicoanálisis, al marxismo. Pero se mostró inoperante ante los cambios sociales que se avecinaban: Revolución Rusa del 17. Cuando todo se movía, fue un modo de razonar absolutamente inmovilista. Hoy, dialéctica contra estructuralismo miden sus armas ante el referundismo, último reto al pensamiento universal visto desde España. [2]

De las otras premisas de la buena ciencia, que eran cultura e historia, la experiencia nos dice que rara vez cultura e historia se han decantado por la emancipación; más bien, al contrario. No es la historia la que explica el presente. Es el presente quien explica la historia. Del actual periodismo o de la actual universidad, ¿qué cultura y qué historia quieren ustedes que salgan? Son gremios que no van a bajar de su pedestal, pues que de eso viven. No hay borracho que se coma su propia mierda, dicho en García Márquez; y al pueblo, Piensos Sánders: ideología para la cabaña, por ejemplo, hay que “aprender a pensar”, casi 30 millones de resultados en Google. Sócrates, el de yo solo sé que no sé nada, no pasaría de contertulio en La Sexta.

[1] El arte sería para disfrutar y, de momento, no pinta nada aquí, pero qué duda cabe que el triángulo de la sabiduría aúna arte y cultura y ciencia (historia).

[2] independentismo sería aplicable (como producto final) a la culminación de las expectativas catalanistas, pero la fase donde estamos es el encaje de un referéndum legal dentro de la legislación española. Para empezar, el rechazo a un nacionalismo no puede ser otro nacionalismo ni tiene sentido salir por los cerros de lo internacionalista o globalista que es uno frente a lo pueblerino de Cataluña sola independiente. Sin entrar en quién mejor que Cataluña para saber lo que a Cataluña interesa o beneficia, la antítesis a nacionalismo es el apatridismo más absoluto: algo difícil de demostrar en quien en algún lugar fiscal residencia rentas y paga impuestos. –Bueno, sí. Pero ¿y lo que Cataluña debe a España? «Las deudas se pasan al cobro y se pagan.» –Bueno, vale. Pero en España no existe el derecho de autodeterminación. «Se inventa.» –Pero Cataluña es España y tendríamos que votarlo toda España. «Lenguas y dialectos, hijos que se emancipan, ninguna nación se hizo pidiendo permiso a otra y, mucho menos, a la que considera su metrópolis.»

ni anticapitalistas ni botafumeiros

El joven Marx
de un capitalismo de andar por casa

En la dialéctica marxismo capitalismo, tres incongruencias recorren el mundo de las ideas. Una: ignorar que El Capital existe: incongruencia igual a ignorar la redondez de la Tierra o la teoría de la evolución o el calentamiento global. Dos: definirse anticapitalista, siendo así que en la Historia de los sistemas económicos nada anti- ha venido a suceder a lo que antes había: idea del progreso que se puede discutir pero que, en principio, es lo que la humanidad desea y necesita: ir hacia adelante. Y tres: ponerle nombres supuestamente nuevos a lo que es tan viejo como el final de la Edad Media: el capitalismo, modo de producción dominante perfección de los modos esclavista y feudal. Nada es eterno, el capitalismo tampoco.

A la caída del Muro de Berlín (1989), el pensamiento plano quiso ver el final de la Urss como el final del marxismo. Y desde entonces proliferan estudios y bibliografía que titulan el capitalismo como capitalismo afectivo, big tech, welfare o neofeudalismo digital, cognitivo, de vigilancia, de plataformas, flexible, gore, humanista, inclusivo, jerárquico, justo, liberal, líquido, límbico, mixto, rosa, sostenible, solidario, conceptual, verde, woke o zombie.

En realidad, capitalismo hay solo uno, y en tres grandes fases, por orden de llegada: mercantil (manda la moneda), industrial (manda la fábrica), financiero (manda la Bolsa) y en dos revoluciones transversales: la revolución científico técnica (o segunda revolución industrial, 1880-1920) y la revolución digital, a partir de 1950. A día de hoy, moneda, fábricas, finanzas, la Banca, la Bolsa, la ciencia y la técnica y la electrónica se siguen usando (junto a maneras feudales o esclavistas que todavía sobreviven) sin que el capitalismo haya cambiado de condición ni faltado a su esencia, esto es: la explotación del hombre por el hombre y el trabajo asalariado como fuente y origen de la plusvalía, de la riqueza. Ese fue el Carlos Marx invencido, el que escribió El Capital.

El Marx político tanto entendió el socialismo como fase superior del capitalismo, que imaginó la revolución en el país de capitalismo más avanzado: Inglaterra (y no Rusia, donde finalmente estalló algo parecido a la revolución proletaria, ‘algo’ nada más). Marx no hubiera sido nunca anticapitalista. Su dialéctica consistía en superar, no en destruir. El socialismo, como fase superior del capitalismo, promovería la acumulación y concentración de capital (por grandes empresas y servicios, no el tendero en su tiendita) mediante cooperativas, expropiaciones, nacionalizaciones y socializaciones que habrían de ir, naturalmente, en contra de los intereses de la burguesía y, de ahí, la toma del Estado por la fuerza por lo que Marx concibió como dictadura del proletariado. Dictadura que aboliría la propiedad privada de suelo, materias primas y medios de producción; no el rosario de mi madre, que seguiría siendo mío.

Lo que no pudo imaginarse el joven Marx es la cantidad de pamplinas o fantasías, bien o mal intencionadas, que harían botafumeiros del capitalismo en una enorme perífrasis con tal de no nombrar al capitalismo por su nombre.


 

vigencia del marxismo.

Todavía hay quien duda que el trabajo productivo de bienes materiales (oficio: la mano de obra) es la fuente de la riqueza. Lo dijo Marx en El Capital, y ese análisis no ha sido nunca jamás rebatido: sin materia prima y sin productos manufacturados (pinceles, guitarras, libros) no habría pintores, ni músicos ni autores, ni teatros ni bibliotecas. No habría vida tal y cual la conocemos y, menos aún, habría cultura.

La gran tragedia intelectual del siglo 20 fue el descrédito del marxismo por confusión con el experimento en países que se llamaban comunistas. Separado el grano de la paja, el marxismo económico sigue vigente. Negar las clases y la lucha de clases (lucha aunque sea latente bajo la narcolepsia del Estado del Bienestar) sería como negar la redondez de la Tierra.

Pasa que la clase culta, que de estas cosa sabe, se hace la tonta porque les va muy bien a artistas e intelectuales seguir en su torre de marfil mientras los demás bajan a la mina, suben al andamio, fabrican su pc o limpian su estudio o su despacho. Es muy soberbia la cultura. De ahí, que se escude en pamplinas de autoayuda como “sin poesía me moriría” o sin la Quinta de Gustav Mahler. Por aquí que te vi.


la revolución del ocio y tiempo libre como una de las bellas artes.

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Mierdas iluminadas por Navidad.

Desde la revolución industrial, mitad del siglo 18, hasta antes de ayer, y todavía en alguna vieja guardia que no se entera de nada, la teoría de la emancipación se ha basado en el reparto del trabajo y la riqueza. Así lo expresó el Manifiesto comunista de Marx y Engels, en 1848, que contaba con un objeto y un sujeto y un método; un qué y un quién y un cómo. Qué: el modo de producción capitalista. Quién: el proletariado. Cómo: mediante la conquista del Estado. La revolución traería nacionalizaciones y socializaciones que regirían por el principio “a cada cual según su aportación”, hasta el “a cada cual según sus necesidades”, que regiría la fase superior o comunismo.

Marx ni Engels ni Lenin ni Trotsky, tampoco Bakunin ni el anarcosindicalismo, pudieron prever las resistencias del capitalismo; unas, por las armas, el bloqueo y la confrontación contra todo lo que se movía en colonias y zonas preindustriales (confrontación, desde Rusia en el 17) y, otras, por hegemonías inyectadas al proletariado del primer mundo que actuarían como un virus o como un troyano: ese fue el Estado del Bienestar, que hizo, del proletariado, clase obrera; después, trabajadora y, por último, clase media involucrada en Estados sistemáticamente tenidos por democráticos donde mediante las urnas sería posible no solo la resolución de conflictos (se acabó la lucha de clases) sino la máxima expresión de la libertad del individuo (el comunismo, como totalitarismo; la democracia y el capitalismo, con sus inconvenientes, como lo menos malo que se conoce), de manera que si la explotación del hombre por el hombre y el capitalismo seguían dándose, se daban por mayorías nacidas de las propias clases dominadas, porque de todo se puede hablar en las urnas de los países libres. Se acabó la revolución gracias al voto a partidos socialdemócratas o democristianos y a la dormición de los viejos sindicatos y de las viejas consignas (aunque perduren en el lenguaje de una vergonzosa izquierda).

Dos revoluciones vinieron tras la industrial: la revolución científico técnica y digital (formulada a finales de los años 70) y la revolución de la información que está empujando ahora. La clase obrera no volverá ni será sustituida por olas migratorias ni por minorías en lucha; tampoco por colectivos o por grupos de sexo (ese feminismo que saca pecho). Todos esos movimientos, con oenegés y solidaridades, no moverán los cimientos de este mundo; tampoco, el islamismo como alternativa a la decrepitud de Occidente. La revolución basada en el reparto del trabajo se quedó sin vehículo y sin piloto. Lo que nos queda es el reparto del individualismo y del tiempo libre y del ocio como revolución pendiente. Otro día hablamos de Internet como Palacio de Invierno o Bastilla que habrá que conquistar.

En esa revolución ocupa un primer lugar la conquista del calendario laboral, vinculado al trabajo, y, cómo no, ahora que se aproximan las navidades, las fiestas y celebraciones que nos vienen impuestas en nombre de tradiciones y artes y costumbres populares.


incitación al mundicidio.

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El marxismo tenía una razón de ser en una clase, el viejo proletariado, cuya emancipación traería la emancipación de toda la humanidad. Hoy, acaso por mis pocas luces, no veo clase ni grupo social sujeto protagonista de la revolución. La acción política y su hija guapa, la izquierda, son un cadáver. El feminismo, la solidaridad, la economía compartida, la ecología, el animalismo, la infancia, el tercer mundo, la lucha por la igualdad, por la educación, la enseñanza o la cultura, todos esos valores que conforman lo que llamamos occidente y progreso, pasado y presente, se han desplomado. Sigo las conversaciones, conecto la prensa o los telediarios, estoy en redes sociales, respondo cuando me preguntan, pero cada vez opino menos. Como entrar en detalles, sería aburrirles (y los detalles están en eLTeNDeDeRo), me acojo al Manuel Machado que decía: con dejarme, lo que hago por vosotros, podéis hacer por mí. La noticia que espero de los telediarios, no es presentable y nadie estaría de acuerdo: que explote el primer mundo, que el ciudadano medio vea en peligro su modo de vida, que a mi vecina la que saca la banderita de España a su balcón, contra Cataluña, se le seque la hierbabuena, que partidos y sindicatos vean deshojarse su voto y su militancia, que estallen metros y torres gemelas en todas la ciudades del turista occidental, que se quemen la ferias del libro y las librerías, que haya un artefacto en la butaca de la ópera, del concierto, del teatro, de la película o de la conferencia. Que no esté el colegio, el trabajo, la lavadora, el lavavajillas; ni el fin de mes ni el fin de semana ni a dónde vamos de vacaciones; ni tatuajes ni orgullo nada, ni elegetebés, ni parejas guais por la alameda con perro y con bebé. Que se muera el mundo guapo. No me hablen de Estado del Bienestar ni nada que termine en palabras como solidaria, de acogida, compartida o sostenible. Basura para mantener estatus y privilegios, empezando por los míos. Llámenme, eso sí, para las viejas luchas contra el capitalismo, contra el trabajo, contra las religiones y contra los amos del mundo. Pero eso, me temo, no va a pasar. Porque los amos del mundo nos creemos nosotros y nadie está dispuesto a suicidarse.


comentario de un texto que comenta otro texto.

La_Regenta_portada (1884-1885)

Sobre Clarín y su personaje, Ana Ozores, la Regenta, comenta Ángeles Caso: «Quiero creer que la amó y que detestó a la sociedad que obligaba a todas las Regentas del mundo a padecer. Pero recuerdo al mismo tiempo sus patriarcales y duras palabras contra la educación igualitaria de las mujeres, que “pugna tanto con las costumbres, con las preocupaciones y acaso con el temperamento nacional”. Recuerdo sus críticas a Emilia Pardo Bazán por querer ser académica. Y recuerdo sobre todo, como un bofetón, que la llamó “puta” en una carta a Pérez Galdós por atreverse a tener opiniones propias.» (Ángeles Caso, Las regentas, Mercurio, febrero 2018, pág. 13.)

La tentación es legítima y común: salirse del texto para interpretar (no el texto) otro texto. Imagínese usted que el texto es anónimo o de autor desconocido, que le falta la última o la primera página y la biografía de quien lo escribió. Lo que Leopoldo García‑Alas y Ureña (1852‑1901) hizo o pensó en su vida no tiene por qué coincidir con Clarín, ni Clarín con La Regenta. Para saberlo, no hacía falta inventar el psicoanálisis ni el marxismo ni haber leído a Heidegger.

–enlace al artículo de Alfonso Vázquez, Emilia Pardo Bazán, una mujer que se atreve.

 

la Generación del 98 pasea por Cataluña.

La izquierda de la revolución para cambiar el mundo dejó de existir al final del siglo 20 (pongamos a la caída del Muro de Berlín en 1989) y en el siglo 21 sobrevive como epígono o parodia[1], como etiqueta o marca (Psoe) solo reconocible por contraste con la derecha, que, esa sí, sigue viva. Seguramente, la desconfiguración de la izquierda tuvo que ver con la hegemonía del Estado del Bienestar tras el abandono del marxismo como método de análisis (no como praxis tal y como la entendieron la URSS y los partidos de la II Internacional).

La izquierda del siglo 21 solo es oposición (parlamentaria) a un régimen (conservador todo él) que se presenta en bloque ante cualquier cosa que se mueva y que ponga en peligro las bases del sistema. Rajoy y Sánchez son como Cánovas y Sagasta en la España de la Restauración (conservador uno, liberal otro) y Cataluña es Cuba, cuya independencia rechazaron conservadores y liberales y tan solo la apoyó el partido federalista de Pi y Margall, casualidad que fuera él también catalán para hablar ahora de Cataluña.

Por un lado, se sacan argumentos del viejo armario social y progresista: el independentismo es de derechas (ya me gané al obrerete y a mi asistenta) y, por otro, se da un salto hacia el mundo único y global donde las fronteras y banderas serán antiguallas (ya me he ganado a la utopía). Otra opción es el escapismo hacia el mejoramiento o crecimiento personal: ya me he ganado a mí mismo.

Está al llegar otra generación del 98 que haga ‑o no‑ la digestión intelectual del gran desastre que está resultando España. Pero, eso sí, la izquierda quiere seguir apostando por el romanticismo y seguir siendo romántica mientras machacan a un pueblo, puro y duro realismo.

[1] epígonos (nombre epiceno) son los tardíos, los rezagados, los últimos brotes verdes que da un ismo ya desaparecido o antes de desaparecer del todo. Epígono, Gustavo Adolfo Bécquer, romántico en pleno realismo, o el Quijote, parodia, también, como La venganza de don Mendo sobre el teatro poético.

 

comunismo y vanguardia.

Escribe Manuel Altolaguirre en España en el recuerdo (1949): En la revista Ambos (1921) no se expresó ni una sola idea revolucionaria. Unas ingeniosas greguerías de Gómez de la Serna y unos dibujos de Picasso producían confusión entre los comentaristas familiares de nuestra poca difundida revista. Para ellos futurismo, cubismo y comunismo eran una misma cosa.

Yo sabía por Mayakovski la sintonía inmediata entre futurismo y comunismo, fácil de entender entre dos movimientos que apuntaban a un mundo más funcional y más bueno. De los dos ismos, el comunismo (mejor: el marxismo) lo aprendí y, del futurismo, confieso que (aparte de aquel coche de carreras que era más hermoso que la victoria de Samotracia)[1] mi conocimiento fue siempre muy primario. Lo que no se me pasó por la cabeza es que el comunismo fuese interpretado, en su día, como una manifestación más de las vanguardias artísticas.

Cuatro años después de la Revolución del 17, en 1921, mismo año de la revista de Altolaguirre, se consumó en España la negación del futurismo político.[2] Desde entonces, el Psoe que administra la noble palabra socialista (socialista soviética fueron las eses de la URSS, entendido el socialismo como fase superior al capitalismo y hacia una sociedad sin clases) no ha hecho más que torpedear las luchas sociales. La misma biografía de Santiago Carrillo, pasándose al Psoe en su edad provecta, ilustra la trayectoria de tanta militancia del Pce que emigró al Psoe, que se hizo psoecialista. Y si algo ha puesto de relieve la cuestión catalana es la cantidad de reaccionarios (hay quien dice fachas) que había, y al presente afloran, en el Psoe y alrededores.

Otro día hablamos de cómo las expectativas electorales del Psoe son tan bajas (bajaría en toda España y desaparecería del voto influyente en Cataluña) que por eso se ha convertido en el principal apoyo del PP (ved la pacata reprobación anunciada de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría) en lo que a todas luces se debería arreglar convocando elecciones y que las urnas decidan (tanto en referendos como en elecciones generales anticipadas), no que ‑en vez de eso‑ aquí mandan los demócratas Ferreras, Marhuenda, Inda y compañía de la Sexta a la Primera. El viejo comunismo, el de la unidad popular y del frente común, pasado un siglo, sigue siendo vanguardia. Honor a quienes en su vida custodian y defienden sus ideas.

–enlace a España en el recuerdo en ProyectoRosaleda.com

[1] Manifiesto futurista publicado en Le Figaro el 20 de febrero de 1909. Cuando fui al Louvre, me dio penilla aquella victoria alada que parecía distribuir, por aquí o por allí, la gran escalera que da acceso a la primera planta del museo. Una azafata de congresos.

[2] El Psoe se quedó en la Segunda Internacional y el recién creado PCE se entendió como sección española de la Tercera Internacional.


 

los impuestos.

1º) Los de arriba los quieren bajos, claro: lo que el Estado no cubre se lo pueden pagar con su dinero (en realidad los de arriba casi no quieren ni que haya Estado; con que haya leyes y policía que les guarden lo suyo, tienen bastante). Los de abajo, en cambio, los impuestos los necesitan altos (pues ¿cómo, si no, financiar prestaciones y servicios sociales que los de abajo no alcanzan?).

2º) De los impuestos, el más justo es el que grava la riqueza y ‑no digamos‑ la herencia. ¿Qué valor añadido, qué aporta al PIB heredar? Al menos, el rico que se hizo rico, algo hizo (y éticamente discutible: acumular capital a costa de los demás). Pero el heredero, sin hacer nada, ya es rentista. Y no hay riqueza sin pobreza: expolio de materias primas, de mano de obra, márgenes abusivos.

3º) Y, al fondo, la familia. Una cosa es que padre madre acumulen para el día de mañana de sus descendientes y, otra, que un hijo hija quiera vivir de la renta acumulada por sus antepasados.

Arriba los impuestos directos e indirectos y abajo las herencias y donaciones en vivo.

eLTeNDeDeRo no apoyará la campaña Hereda 100 x 100. Por mucho que se presente vía Change.org, la campaña la carga el PP.

crítica de la crítica de los derechos humanos.

El Estado del Bienestar nos ha dejado encantadoras igualaciones. La base fue la Declaración universal de derechos humanos de la Onu en 1948,[1] que respondió al modelo de los países aliados que querían con la Declaración prevaler sobre los totalitarismos fascista y nazi, ya derrotados, y sobre el estalinismo, no derrotado y con enorme auge en Europa al final de la SGM a través de los partidos de la Segunda Internacional, que inmediatamente fueron descalificados como dictatoriales a partir de una interesada interpretación de la futurible dictadura del proletariado, hecha por Karl Marx un siglo antes, donde la dictadura, al ser ejercida por la mayoría (la clase obrera), dejaba de serlo y pasaba a ser más democracia que la democracia. La Declaración fue instrumento propagandístico para un estado de opinión favorable a la libertad de los países libres (frente a los comunistas) como grado superior de organización social, democracia política que impedía en la práctica la democracia económica y laboral, sin las cuales, ¿qué democracia era esa? Papel votado: un voto cada cuatro años y ahora pidan ustedes derechos humanos, que, por pedir, que no quede. Por eso, la primera crítica que tienen los derechos humanos es su palabrería, su frivolidad, su insoportable levedad del no pasar, de las buenas intenciones, a leyes vinculantes y perseguibles por tribunales internacionales en el seno de unas Naciones Unidas que no tenían otra cosa que hacer, más que pasar del dicho al hecho, y no lo hicieron. En respuesta, un anciano que había participado en la primera redacción de la Declaración quiso antes de morir dejar testamento testimonio de su indignación y ese fue Stéphane Hessel (1917-2013), quien animó a la juventud a indignarse. Su ¡Indignaos! (2010) tuvo la altura intelectual de un mosquito. Su enorme éxito entre gente bien preparada y de universidad, que ya calzaba los treinta años (Pablo Iglesias, 32; Monedero, 47), fue el infantilismo más lamentable que ha padecido la reciente izquierda y, a siete años vista, ya sabemos en qué acabó tanta indignación: en tierra, en polvo, en sombra, en humo, en nada.

La segunda crítica de la Declaración no es histórica sino lógica y conceptual. La fórmula nos la dio el viejo Marx en su Crítica del programa de Gotha (1875): Todo derecho es derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por su naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero individuos desiguales sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando se les mire solamente en un aspecto determinado y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás (“a igual trabajo, igual salario”, unos obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc; a igual salario, unos obtienen más que otros). El derecho no tendría que ser igual, sino desigual.

Jóvenes: pedir derechos es fácil. ¿Quién en su sano juicio se va a oponer? Lo difícil es pedir deberes a uno mismo y a quienes por sus niveles de vida y renta llevan siglos explotando a los demás. Pedir es fácil. Lo jodido es quitar a quienes les sobra. De ahí, el buenismo. Mejor, ¡nos vemos en la revolución!

de la serie Ni tontos ni marxistas, 16 de enero 2016

[1] De 30 artículos que son, la palabra todos aparece 44 veces. Como adjetivo: todos los miembros de la familia humana, todos los pueblos y naciones, todo[s los] ser[es] humano[s], toda persona, todo individuo, todos los niños, en todas partes. Como pronombre: todos son iguales, para todos.

la invención del paraíso.

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Daniel Lebrato, de Juez Supremo (peluca: Ikea) -Este hombre está peor de la cabeza, declara Sor Haya de Santa María.

*

Lo que caracteriza a la izquierda ideológica es la invención de lo nuevo. Primero se piensa y se concibe la idea y después se ve cómo llevarla a la práctica: esa será la revolución, triunfe o no.

Lo que caracteriza a la izquierda hoy en el mundo es la falta de ideas y de soporte humano con interés y fuerza para realizar el cambio. El marxismo confió en la clase obrera: la clase obrera, en el siglo 21, está desaparecida. El feminismo, la ecología son luchas sectoriales: no darán respuesta global a la injusticia del mundo; tampoco, el animalismo, la dietética o el yoga; tampoco los avances de la ciencia y de la técnica porque sus logros seguirán repartiéndose desigualmente entre quien tiene y quien no tiene acceso y dinero para comprarlos.

La clave está en la redefinición del trabajo, de lo que es el trabajo y la división social del trabajo: que unos, a la mina o al andamio y, otros, a su despacho; que unas, a sus labores y, otras, a su escoba y su fregona; que haya quienes tengan para familia numerosa mientras hay quien se las ve y se la desea para criar a uno solo o, simplemente, para sobrevivir. La clave está en que son las propias personas interesadas las que se resisten a otro reparto del trabajo y la riqueza, hacia la igualdad. De tanto como nos han metido en la cabeza la cláusula del sé tú mismo.

Aun así, lo único que sacamos en claro es que, por debajo de esa mínima apuesta por la igualdad, no hay conversación, no hay filosofía, no hay política, no hay religión, no hay democracia, no hay progreso ni hay feliz año nuevo que valga. Contra quien concibe la igualdad, la condena sigue siendo la expulsión del paraíso. Feliz año nuevo para los hombres y mujeres que creen en la igualdad.

*


Cándido, of course.

Cuatro reflexiones sobre El espíritu de las Leyes más acá de Montesquieu y sobre el factor Estado para el optimismo de las criaturas, Ilustración de que es vaso el Cándido de Voltaire.

1.
La historia no es la historia del pasado sino del presente. La historia no remonta de atrás alante, sino desde aquí al atrás que más conviene. Por ejemplo, que esta democracia estaba ya en el siglo quinto griego y en la Revolución Francesa. Por ejemplo, que el buen dios nació en Belén.


2.
Aunque solo fuera por ir contra el feudalismo, el nuevo Estado y las nuevas Leyes del siglo 18 merecieron la pena. Doscientos años después, el Estado y las Leyes pueden ser lo contrario, al servicio de la dominación y del atontamiento de las masas.


3.
¡Más que nos gusta el Estado a marxistas, leninistas o comunistas! Nadie fía tanto en el humanismo de Estado como único dios verdadero. Ha sido la socialdemocracia o en alianza con la democracia cristiana la que, con el consentimiento de sindicatos, descuartizó el Estado (del Bienestar) poniendo las Leyes a los pies de los caballos del individualismo capitalista, con brillantes conceptos (eso hay que reconocerlo) como libertad o país libre junto a conceptos no tan brillantes pero más efectivos (de en efectivo o con tarjeta) como mercados, Bolsa o finanzas, exigencias del guion del que los socialdemócratas no se han movido una coma.


4.
El 18 no vuelve. Quienes habían leído a Voltaire y a Rousseau ocuparon escaños y se olvidaron, como suele ocurrir, del programa de libertad, igualdad y fraternidad que los llevó a ganar las elecciones. Y la igualdad se quedó en igualdad entre obreros de un mismo gremio, y entre la marquesona y el burgués, o sea, entre el nuevo y el viejo régimen, que no desapareció en absoluto. La libertad se quedó en la libertad que tenemos de no ser rey, cuando otro lo es, o de no ser ricos, cuando otros lo son. La fraternidad, esa sí, triunfa como el cándido que se cree las misiones de paz del ejército español o el buen rollismo de Acnur y de tantas oenegés. ¡Menuda película!


Lectura relacionada: Cándido en la Asamblea, por J. J. Díaz Trillo.

España, último modelo de golpe de Estado

. Por orden de agente (o emisor), el golpe de Estado ha conocido tres fases: 1) El golpe absolutista (napoleónico o monárquico). 2) El golpe militar. 3) el golpe constitucional o democrático, que está siendo la última estrategia de la Cía para América Latina (Honduras, 2009, Paraguay, 2012, Brasil, 2016) centrada ahora en el golpe en Venezuela. | En España, el primer golpe de estado lo ganaron los golpistas con un pronunciamiento (1874); el segundo, con una guerra civil (1936‑39); el tercero con una Constitución (1978) y, el cuarto con dos palabras: en funciones (investidura de Mariano Rajoy el 29 de noviembre de 2016). | Hacia el 29‑N los pasos fueron: 1. Creación de un enemigo interno (soberanismo, como ruptura de la unidad nacional, y populismo como ruptura del discurso político). 2. Creación de un estado de opinión (inconvenientes de un gobierno en funciones y de unas terceras elecciones). 3. Prevalencia de la ley (Constitución, judicialización y autoritarismo incluso en partidos de oposición). 4. Presiones internacionales. 5. La democracia como solución: reelección de Mariano Rajoy con solo el 33,03 por ciento del voto.

GOLPES DE ESTADO
por Eduardo González Calleja

En 1639 Gabriel Naudé (Considérations politiques sur les coups d’état) acuñó el término coups d’état como un empleo audaz y extraordinario del poder por parte del príncipe que elige en secreto la acción más eficaz a sus intereses. Tras el paréntesis napoleónico, la Restauración contempló el golpe como coup de force impuesto por el poder absoluto de un monarca, revolución de palacio que fue quedando obsoleta por la democratización y burocratización del aparato del Estado. El golpe fue adquiriendo un sentido negativo tras el asalto al poder de Luis Napoleón el 2 de diciembre de 1851.[1] El término acabó adaptándose al italiano, portugués y castellano y, en forma literal, al vocabulario político inglés. En 1909 Charles Maurras (Si le coup de forcé était possible…) [2] observaba que la tarea previa al golpe debía ser la creación de un estado de ánimo a través de la propaganda ideológica, para que no fuera un mero pronunciamiento, sino una acción dirigida políticamente, tras convencer al ejército de la toma del poder. Maurras observaba que un grupo de conspiradores resueltos y bien preparados podría hacer caer el régimen, al estilo de los golpes de mano en las guerras convencionales. El período de entreguerras volvió a poner el golpe de actualidad por tres ensayos de signo diverso: la toma del poder por los bolcheviques (1917), la Marcha sobre Roma (1922) y las asonadas en los primeros pasos de la República de Weimar (1923). En 1931 Curzio Malaparte (Técnica del golpe de Estado) intentó demostrar que el arte de defender el Estado está regido por los mismos principios que rigen el arte de conquistarlo. Tras la Segunda Guerra Mundial y al final del proceso descolonizador EEUU difundió la creencia de que, en sociedades transicionales con instituciones democráticas débiles, el ejército disponía de una experiencia técnica, de una organización burocrática compleja y racionalizada y de una impregnación de las ideas occidentales que le permitían jugar mejor que los civiles el papel de élite reformadora. Fuente: Eduardo González Calleja. En las tinieblas de Brumario: cuatro siglos de reflexión política sobre el golpe de Estado [3] (pdf descargable).

ESPAÑA, ÚLTIMO MODELO DE GOLPE DE ESTADO

Por orden de agente (o emisor), el golpe de Estado ha conocido tres fases: 1) El golpe absolutista (napoleónico o monárquico). 2) El golpe militar. 3) el golpe constitucional o democrático, que está siendo la última estrategia de la Cía para América Latina (Honduras, 2009, Paraguay, 2012, Brasil, 2016) centrada ahora en el golpe en Venezuela. | En España, el primer golpe de estado lo ganaron los golpistas con un pronunciamiento (1874); el segundo, con una guerra civil (1936‑39); el tercero con una Constitución (1978) y, el cuarto con dos palabras: en funciones (investidura de Mariano Rajoy el 29 de noviembre de 2016). | Hacia el 29‑N los pasos fueron: 1. Creación de un enemigo interno (soberanismo, como ruptura de la unidad nacional, y populismo como ruptura del discurso político). 2. Creación de un estado de opinión (inconvenientes de un gobierno en funciones y de unas terceras elecciones). 3. Prevalencia de la ley (Constitución, judicialización y autoritarismo incluso en partidos de oposición). 4. Presiones internacionales. 5. La democracia como solución: reelección de Mariano Rajoy con solo el 33,03 por ciento del voto.

[1] Este rechazo moral y jurídico debe mucho a escritos de combate de Víctor Hugo (Histoire d’un crime, Napoleón le petit), Pierre-Joseph Proudhon (La révolution sociale démontrée par le coup d’état) y Karl Marx (El 18 Brumario).

[2] A imagen de la labor emprendida por Cánovas del Castillo para propiciar la restauración alfonsina en España.

[3] Eduardo González Calleja, del Instituto de Historia del CSIC y profesor asociado de la universidad Carlos III, ha publicado La razón de la fuerza (1998), El máuser y el sufragio (1999) y «El Estado ante la violencia» en el libro dirigido por Santos Julia, Violencia política en la España del siglo 20 (Madrid, Taurus, 2000).

obreros

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OBREROS

Salen en las novelas de Dickens y en el Manifiesto Comunista

Vienen de gremios medievales.
Llevan la sangre de Espartaco.

Desde el campo vinieron con lo puesto.
Con sus mujeres y niños, con sus mayores.

Se agruparon en mutuas, uniones, trade uniones y sindicatos.
Y en partidos nunca vistos: en la Internacional.

Liaron la hostia en octubre del 17.
Fueron héroes de un tiempo que no ha llegado.
Otros dirán que ya pasó.

Se les ve mendigando trabajo y más trabajo.
Gente sin imaginación.

Van a cumplir dos siglos.
Más cumplirán sus amos.