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lingüística y dialéctica.

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LINGÜÍSTICA Y DIALÉCTICA

/ a Pepo Fernández /

El método de conocimiento determina el conocimiento.

Corren por mis venas dos métodos científicos como dos grupos sanguíneos. En historia,  la dialéctica de la dependencia de la economía y de los sistemas productivos y, en lengua, la independencia o autonomía del comentario de textos.

1.

Crecí a las ideas, bajo el poderoso influjo del materialismo histórico y dialéctico, en el marxismo aplicado al estudio de la historia, de la literatura, de la filosofía, del arte y de las humanidades. Cifra y espejo de aquella pasión fueron El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (Engels, 1884) y la Historia social de la literatura y del arte (Hauser, 1951), libros que leí con devoción a tiempo de servirme para aprobar en la facultad de filología todas las asignaturas comunes o de especialidad que me pusieran por delante. La explicación social o económica (el signo como reflejo, de Lukács) me aligeraba de fechas, reducidas a las de bulto redondo que marcaban el paso del matriarcado al patriarcado, del paleolítico al neolítico y, a partir del esclavismo, a los sucesivos modos de producción: 1453 para el fin del feudalismo, 1789 para la burguesía, 1917 para el socialismo. Añadan 622, 711, 1248 y 1492 para el mapa de lenguas y dialectos desde el reino de Sevilla, y paren de contar. Tres fechas, como la leyenda de Bécquer. Lo que importaba era el sistema y, en literatura, la obra. Biografías y vidas de autores, de reyes y emperadores, de artistas o de filósofos, todo era culto a la personalidad y, por supuesto, reaccionario. Oposiciones después, ya como profesor, me encontraba siempre en cada curso con estudiante espabilado en dialéctica parda que me engordaba los exámenes de Berceo, por ejemplo, con el mester de clerecía como estamento eclesiástico, para enrollarse con lo que significaba la Iglesia dentro del feudalismo, y era un milagro si ‑leído el examen‑ me había citado Los milagros de santa María. De ese modo [de producción], a Mío Cid y a don Quijote me los contextualizaba en el papel de la caballería antes y después de la invención de la pólvora, sin citar ni a Menéndez Pidal, ni al 1140, ni a los dos juglares, Medinaceli y Gormaz, y ni una palabra del caballero Zifar ni de Amadís ni de Tirante el Blanco ni de la madre que los parió, exámenes que yo aprobaba con 5 porque, total, no era plan suspender a quien militaría en Juventudes Comunistas y habían aprendido el librillo de su maestro. Horma de tu zapato o prevaricación intelectual, puede ser.

2.

En lengua, en cambio, mi formación fue estructuralista. Hablo del estructuralismo de Saussure coetáneo de la Gran Guerra y de la Revolución Rusa, años de trincheras y puños en alto[1]. Mientras los cañones y el marxismo leninismo removían las conciencias, vino la lingüística (desde Suiza, esa frialdad) a decirle al pensamiento agónico que el signo lingüístico (ni más ni menos: la palabra, el lenguaje, la comunicación) era unión arbitraria y no motivada de una imagen acústica a una imagen mental, es decir, forma, en aquella Europa como en el franquismo bajo el que estudiábamos, sobrada de motivaciones y que estaba tocando fondo.[2]

3.

Hoy, que he vuelto a Engels ‑dentro del Plan Relee [antes de morirte]‑, Engels se me cae de las manos. Cómo pude soportar aquello. Lo del patriarcado y el matriarcado está bien como dualidad conceptual pero no explica, por decir algo, la actual islamofagia o burkinifilia. Por su parte, la lingüística estructural me ha dejado un imperturbable amor al pie de la letra, al texto como espacio y texto sagrado y la convicción de que todo, absolutamente todo, tiene antes o después su comentario de texto. Incluido el texto ‘comunismo’ que me trajo aquí y que todavía espero como un chaval espera que explote su bengala la noche de San Juan.

[1] 1914. Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. 1916. Curso de lingüística general. 1917. Revolución Rusa. 1921. Internacional Comunista.

[2] Tuvo que llegar el Triángulo de Ullmann (Ogden y Richards) y la Pragmática para que personas y cosas entrasen en el análisis.

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populismo.

Populismo

POPULISMO

La derecha llama populismo a la demagogia, nombre que en política se ha dado siempre a la propaganda, variante la más tendenciosa y nociva de la publicidad. Pues ya se sabe que el objetivo de la publicidad es vender un producto verdadero o falso, con o sin ética. En cambio, el concepto de hegemonía (Gramsci, 1926) no vende nada. No es del emisor sino del receptor. Si la verdad es de izquierdas (y lo es por cuanto destapa los engaños y artificios del sistema capitalista), es de izquierdas saber que: el poder no actúa únicamente por el control del Estado mediante instituciones coercitivas que imponen miedo o respeto (fuerzas de la ley y el orden, policía, ejército, tribunales, cárceles, etc.) sino también mediante instituciones persuasivas asumidas de buen grado (sistema educativo, prensa y medios de comunicación, oenegés, entidades religiosas, empleo del ocio, deportes, etc.). La hegemonía consiste en la interiorización del poder por parte de súbditos que asumen principios y lemas que no son suyos. En términos de clases y de lucha de clases, la hegemonía de la derecha (que defiende la visión del mundo del capitalismo) es pieza inseparable de la alienación de la clientela de la izquierda. Obreros votando al PP, para entendernos. Que supuestos teóricos del cambio y de la indignación social asuman, simpaticen o simplemente crean en el concepto de populismo, es una tragedia comparable a la musulmana que asume con orgullo el velo que la tapa. El reto para la izquierda (Unidos Podemos, en España) consiste en ganar a la derecha la batalla por la hegemonía sin demagogias. Y al populismo, que le vayan dando.

–enlace a Raúl del Pozo sobre el populismo

–enlace a populismo (Íñigo Rejón sobre Ernesto Laclau)

–enlace a eLTeNDeDeRo sobre hegemonía


PACTO LABORAL

Accidente laboral
Dos muertos diarios y aún lo llaman accidente laboral.

DÍA DEL TRABAJO
–pacto laboral–

Duele mucho la cuestión Siria. La sensibilidad primermundista y occidental para con la infancia refugiada (noticia de primera plana muy aireada por los medios) quisiéramos verla con la clase obrera que muere en accidente laboral un año y otro. Solo en España, entre enero y febrero, 106 de los nuestros no regresaron de su puesto de trabajo. Se dice pronto. Ninguno era corredor de bolsa, intermediario, poeta ni oficinista. 83.771 accidentes laborales con baja.

Quienes hacen ‑y hacemos bien‑ del título universitario un destino a los mejores puestos de trabajo, qué menos que aceptar que el trabajo se pague por el trabajo: riesgo, esfuerzo físico y alienación de bienes y beneficios por cuenta ajena.

Después de esa reparación de lo que es justo, profesionales manuales y profesionales intelectuales o liberales nos condoleríamos por igual de la pobre infancia que nos viene de Siria.


LA LUCHA DE CLASES

Desayuno en un rascacielos 1932
Lunch on a Skycraper (1932) 

LA LUCHA DE CLASES

Siempre hubo clases. En las sociedades esclavistas: propietarios libres y esclavos. En el feudalismo: nobles, clérigos y siervos; después vendrán los comerciantes: el cuarto estado. Pensar que los antagonismos han dejado de darse en sociedades capitalistas, es pensar la utopía. Bien está creer que vivimos en el mejor de los mundos, pero negar las clases sociales sería como negar la redondez de la Tierra.

La lucha de clases no es un concepto individual ni voluntario, que una persona o un grupo puedan activar o desactivar como quien pone en marcha un vehículo. La lucha de clases ‑como la erosión, como las caries, como la vida o el tiempo‑ es algo que simplemente pasa. Negar la lucha de clases es hacer el ridículo. Esto es particularmente grave en cuanto llega el 1º de mayo.


Historia de una foto.


buenismo.

Martirio

malismo

Sostiene Salvador Compán que En los momentos críticos, surge el malismo: la militancia en lo tajante, en lo enterizo, en las incompatibilidades. Reconoceréis a los malistas porque se pitorrean de los buenistas (los adscritos a la duda, a los matices, a las compatibilidades) y porque les gusta mucho decir que un pesimista es un optimista bien informado. Pero podríamos redefinir todo esto: Un pesimista solo llama verdadera información a la que se deja el sol en la gatera, se siente macho pisando la esperanza y tiende tanto a la desconfianza que es profundamente religioso. En definitiva, un pesimista es un malista tan mal informado que cree que la palabra consenso es una errata (o una corrupción lingüística) de Inserso. Salvador Compán, 13 de diciembre de 2015.

Leído lo cual y leído lo que antes se encuentra escrito sobre el malismo (Concha Caballero, Ideología del malismo, El País, 06 11 2010 y Rosa Montero, El malismo, El País, 20 01 2015), llega uno a la conclusión de que el malismo no cuajará porque falta unanimidad previa para definir su contrario, el buenismo, de cuyas definiciones, la más ecuánime es la de la Wiki: Buenismo es un término acuñado en los últimos años, y aún no recogido en el Drae, para designar determinados esquemas de pensamiento y actuación social y política (como el multiculturalismo y la corrección política) que, de forma bienintencionada pero ingenua, y basados en un mero sentimentalismo carente de autocrítica hacia los resultados reales, pretendan ayudar a individuos y colectivos desfavorecidos o marginados.

Leído lo cual, también añade uno a la Wiki que el buenismo es una pataleta lingüística surgida a raíz de la sustitución de la bondad cristiana (básicamente definida por la práctica de la limosna, de la caridad y de las misiones) por las nuevas formas de bondad en las que el cristianismo se esconde y se solapa para seguir siendo, solo que, ahora, en forma de oenegé, de misiones humanitarias, de intervenciones militares calificadas como misiones de paz, etcétera, etcétera. En el terreno personal, la ideología buenista incluye y sublima a Gandhi, a Luther King o a Mandela, la psicología de la autoayuda y del autoconocimiento, yoga o meditación, literaturas a lo Jorge Bucay. Todo es explicar o arreglar el mundo por la vía personal, personalismo que se practica en tres fases: individual (se trata de que la persona logre un grado de satisfacción y de equilibrio), colectiva (se trata de que mi entorno se adhiera a las mismas prácticas y puntos de vista) y social (se prescinde de ideologías y partidos políticos de cambio y de revolución). Eso es el buenismo. No creo, Salvador, que buenistas sean los adscritos a la duda, a los matices, a las compatibilidades. Dudas y matices tengo yo pero no dudo de que el buenismo es la cara anti revolucionaria de lo que en el siglo 20 había: partidos socialistas que lo eran, partidos comunistas que alargaban la utopía más allá, frentes de liberación, de unidad popular, huelgas generales, huelgas generales revolucionarias, marxismo, feminismo, toda esa armazón en la que la Iglesia no estuvo nunca sino como excepción (teología de la liberación, cristianos por el socialismo) y en la que los neo cristianos del siglo 21 bailan y se dan la mano con neo laicos, demócratas y liberales. Entendido así el buenismo, no creo que el neologismo malismo (de raíz maniquea) aporte nada: rojos, se nos ha dicho siempre, comunistas, marxistas, revolucionarios o subversivos, con sus derivaciones violentas: antisistema, terroristas. Ante la historia, la cuestión es la misma: ¿reforma o revolución? Y ahí, querido amigo, seguimos. Militando en lo tajante, en lo enterizo, en las incompatibilidades.

Y hablando de malos, Estoy mala, de Martirio, y de colon a columna, de un enfermo de cáncer.

LA CONCIENCIA CUMPLE 60 AÑOS (1955-2015)

Gabriel Celaya por Alberto Schommer(Gabriel Celaya fotografiado por Alberto Schommer)

LA CONCIENCIA CUMPLE 60 AÑOS (1955-2015)

Gabriel Celaya

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO (1955)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmado,

como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,

piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto,

para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas.  Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.

Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas

personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica qué puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Gabriel Celaya, Cantos Íberos (1955)

La manzana de Newton

Toma uno. Carlos Marx murió en 1883 y difícilmente fue marxista. Culpar a Marx del exterminio metódico y de la realización inexorable del socialismo es tan exacto como culpar a Jesús de Nazaret de las atroces cruzadas, lo dijo Borges, y coger al marxismo por el rábano de China o Cuba es coger al cristianismo por las hojas del Papado de Avignon.

Toma dos. No estuvimos en la Bastilla ni hemos cortado el cuello a rey ninguno pero nuestros avances en república y laicismo algo le deben a aquella guillotina, igual que nuestra pacífica transición democrática algo le debe también al atentado terrorista contra Carrero Blanco.

Toma tres. Quien se mofa de la teoría de la evolución y ríe el chiste del mono vendrá usted se beneficia de una ciencia médica en deuda con Darwin. Desde que la Tierra es redonda ‑o sea, desde Galileo‑, evolucionismo, psicoanálisis o relatividad no son asignaturas optativas sino obligatorias. Todos estuvimos en la pizarra de Einstein y a todos nos dio en la cabeza la manzana de Newton. Algo así pasa con el marxismo.

Para no ser marxistas, tendríamos que haber nacido antes de Adam Smith, último en creer que el trabajo es la riqueza de las naciones. Desde El capital (1864), donde Smith puso naciones se pone burguesía. Marx despejó la fórmula de la plusvalía como trabajo acumulado, y de la fuerza de trabajo como la única mercancía capaz por sí sola de generar riqueza, al tiempo que demostraba el doble fetichismo del dinero y del salario que es la base de la alienación. Este análisis no ha sido nunca rebatido.

Un fanatismo muy común es ver la paja del dogmatismo en el ojo marxista y no ver la viga fanática en el ojo propio. De entre libertad, propiedad o democracia, tomemos por caso el pensamiento religioso, empezando por el curioso método que tiene el Vaticano para lavar sus trapos sucios. Pidiendo perdón a Galileo Galilei, el Papa se perdona a sí mismo, mientras que los terribles delitos marxistas no prescriben nunca.

La militancia cristiana puede justificarse (a) desde sus orígenes: Jesús de Nazaret, aquel hombre tan bueno cuyo mensaje adulteró la Iglesia, que así se salva porque, además de divina, es humana, o (b) desde sus finales: una institución, la Iglesia, que es pilar de occidente. Biblia o Corán serán unas veces (c) la sagrada escritura que a ver quién la mueve, o (d) esa escritura relativa, adaptable a los tiempos que corren. Se trata de (e) bautizar al niño, que la niña haga la primera comunión y que a la morita la tapen de por vida. De la (a) a la (e), hasta con cinco barajas, marcadas todas, juega la religión. Y para el marxismo, ni cartas.

Ni tontos ni marxistas, el juego es que un sistema injusto lo tome por justo quien lo sufre o quien podría ‑con otro sistema‑ vivir mejor, gran masa que, en tiempos democráticos, qué curioso que no acierte nunca a plasmar sus mayorías en el conjunto de unas naciones que se llaman unidas. Ahora que se habla de visibilidad, pongámonos las gafas de la visibilidad social que nos quitamos cuando cayó el Muro de Berlín, y a ver qué vemos en andamios, inmigración, tercer y cuarto mundo. Puede que el marxismo haya muerto. Quien no ha muerto, porque se necesita viva, es la mano de obra a la que un sistema extrae plusvalías y materias primas a cambio de unos salarios que si fueran justos no serían salario. ¿Alienados? No, gracias.

daniellebrato@gmail.com, 10 del 5 de 2012

ni tontos ni marxistas o el pollo de Pitigrilli

NI TONTOS NI MARXISTAS
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o el pollo de Pitigrilli:
Si yo me como un pollo y usted ninguno, comemos medio pollo cada uno

I.

¿Se han dado cuenta de que en las tertulias de la Ser y de Tve y en los editoriales de El País nadie usa la palabra capitalismo? Capitalismo es tabú sustituido por placebos como sistema económico, ocedeé o economía mundial. Dices capitalismo y te señalas como rojo o subversivo, marxista o comunista.


El comunismo era y es una hermosa utopía realizable (como socialdemocracia o comunidades de base) que nada tiene que ver con el socialismo ‘real’ que conoció el siglo XX, y con el que quieren quitarnos las utopías. Al capitalismo, que históricamente sólo ha practicado la democracia y el voto cuando la dictadura y la tortura no le han hecho falta, le quitas sus plusvalías y entonces da su verdadera cara: o vuelve a las andadas del golpismo (contra Cuba o Chile) o exagera su propaganda (como hizo contra la Unión Soviética). Quien defiende la democracia de fachada de Israel y Estados Unidos y de sus voceros (Onu, Otan, Unión Europea), defiende el capitalismo, aunque critique sus excesos. Otra nota llamativa de las tertulias sobre la crisis es la dormición del análisis desde el primer diagnóstico, sustituyendo los parámetros económicos por calificativos sacados del catecismo. Así, la crisis es culpa de la avaricia, codicia desmedida o ganancias excesivas de unos pocos sin escrúpulos, lo que conduce no a un cambio estructural o de modelo económico, sino a una reforma moral.


Marxista llamamos a un modo de ver el mundo que arranca de la crítica del capitalismo puro, del capitalismo en sí, del capitalismo intrínseco, no del capitalismo malo porque haya algún capitalismo bueno. Para ser marxista (muchos lo son y no lo saben) basta ver la doble alienación y fetichismo del trabajo como mercancía y del dinero como plusvalía. Lo decía mejor Machado: no ser un necio que confunde valor y precio. Todo trabajo, en tanto “explotación del hombre por el hombre”, es injusto. Trabajar o dar trabajo es como la propina, que envilece a quien la acepta y a quien la ofrece. Si hubiera trabajo justo, habría salarios justos y, si fueran justos los salarios, ¿cuál sería el beneficio? Beneficio: lo que va del valor de uso hasta el valor de cambio del trabajo como mercancía, eso que en el mercado capitalista, y con la vaina del salario y del trabajo justo, no se ve. Se ve en las películas de romanos y en el siervo de la gleba de los viejos libros de texto, donde unas lecciones más adelante nos estaba esperando el soberbio lema de libertad, igualdad, etc.


No contento con la alienación del trabajo, el capitalismo multiplica el fetichismo del que ya era poderoso caballero don dinero, y lo echa al ruedo a pelear con el trabajo. Primero, ambos mundos, trabajo y dinero, se pintan como inmutables, mundos que fatalmente tienen que ser y son, lo cual es tan injusto como mezclar a César con su esclavo o al cliente con la puta, y decir que la suma es igual a dos. Después, y para corregir el brutal fatalismo que nos divide por cuna y herencia, el sistema (que, como el del anuncio, no es tonto) nos propone algunos modelos o excepciones: el espabilado, el trabajador, el aplicado, el pelota o el trepa. Siempre hay quien estudiando llega, siempre a alguien le toca la lotería, siempre alguno sale del arroyo para que los demás crean que es posible “remando llegar a buen puerto”, como decía el Lazarillo. Tendríamos que coger la escopeta y tirarnos al monte. No lo hacemos porque la vida es breve y el pensamiento, débil. O vil: cuando alguien acanalla nuestra sobremesa con zancadillas de mira quién habla, con lo bien que vives, o qué haces tú por arreglar lo que criticas tanto. Si usted resiste el juego sucio y no cae en las trampas de la fe, si no mezcla su conciencia con la mala conciencia y no hace de su vida una cruz de las de tómame y sígueme (a una oenegé tipo Gandhi o Teresa de Calcuta), es probable que usted sea un desagradable marxista.


Y no se trata de haberse leído El Capital, de predicar marxismo ni plantearse la vigencia del marxismo. Tampoco hemos leído a Darwin ni está ‘vigente’ Darwin, y todos somos darwinistas. Ni a Galileo hemos leído, ni falta que nos hace para creernos el Sistema Solar y la humildad de la Tierra. Podrán no gustarnos Darwin, Freud o Marx y sus teorías, pero ¿es que hay otras? ¿Hay otra explicación del eslabón perdido y de lo que nos parecemos a los orangutanes?, ¿o de las neuras que habitan en nuestro fondo oscuro? ¿Hay alternativa al axioma marxista de que la riqueza, como la energía, ni aumenta ni disminuye, simplemente se reparte?