Todavía hay quien duda que el trabajo productivo de bienes materiales (oficio: la mano de obra) es la fuente de la riqueza. Lo dijo Marx en El Capital, y ese análisis no ha sido nunca jamás rebatido: sin materia prima y sin productos manufacturados (pinceles, guitarras, libros) no habría pintores, ni músicos ni autores, ni teatros ni bibliotecas. No habría vida tal y cual la conocemos y, menos aún, habría cultura.
La gran tragedia intelectual del siglo 20 fue el descrédito del marxismo por confusión con el experimento en países que se llamaban comunistas. Separado el grano de la paja, el marxismo económico sigue vigente. Negar las clases y la lucha de clases (lucha aunque sea latente bajo la narcolepsia del Estado del Bienestar) sería como negar la redondez de la Tierra.
Pasa que la clase culta, que de estas cosa sabe, se hace la tonta porque les va muy bien a artistas e intelectuales seguir en su torre de marfil mientras los demás bajan a la mina, suben al andamio, fabrican su pc o limpian su estudio o su despacho. Es muy soberbia la cultura. De ahí, que se escude en pamplinas de autoayuda como “sin poesía me moriría” o sin la Quinta de Gustav Mahler. Por aquí que te vi.
Comparto contigo todo esto. Pero el trabajo, la manufactura que añade el valor a la materia, y sus actores, los trabajadores, andan hoy desdibujados. No es que la gente desconozca su condición pues a poco que uno ponga la oreja en un bar, una cola, un autobús…, detecta conversaciones donde esto que digo se patentiza: quejas de horarios, de recortes salariales, de carga laboral, de abusos y/o favoritismos… , pero esto no se convierte en conciencia colectiva, antes bien parece que fueran situaciones pasajeras a la espera de «una vida mejor» que, paradójicamente, se ve más posible que llegue de la mano de un golpe azaroso de la fortuna: loterías, concursos, matrimonios…, que de la lucha emancipatoria. Y en este sentido, lo que podría ser un instrumento de lucha, el sindicsto, anda muy lejos de ser así considerado, en parte por las campañas orquestadas de desprestigio pero también por su propia degeneración.
Es como si eso que nos constituye como clase dominada frente a otra clase dominante se hubiera naturalizado, tal que sucede en el caso de la dominación de género.
En fin, perdón por la chapa…
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