de izquierdas, no comunista.

Lo que distingue y diferencia a la izquierda verdadera, de la izquierda nominal, es la voluntad de acabar con un estado de cosas. La izquierda nació en agosto de 1789, cuando el reparto de posiciones en la Asamblea Nacional francesa, ya saben: quizá por analogía con la Cámara de los Comunes. Esa gauche (que antes fue la montaña), llevó a la guillotina al rey al poco de proclamarse la República; regicidio estrenado en Londres siglo y medio antes. Fue la burguesía, alma del tercer estado, quien inauguró la izquierda; no los zelotes, ni los Graco ni los esclavos de Espartaco; no los fraticelli ni los campesinos con Thomas Müntzer; no Thomas Moro ni Orwell ni Bradbury; tampoco los cartistas ni los socialistas utópicos. Todos ellos, desde el gremio, la religión, la razón o la literatura, concibieron una mejoría de las cosas o un estado de cosas distinto, sí, pero en otra parte (utopía) o en otra época (distopía).

Así vista, la izquierda revolucionaria anticapitalista ha durado de 1864 (Internacional Obrera) a 1989 (caída del Muro de Berlín). Su gran derrota se fraguó en dos batallas. Primero, aceptando la existencia misma de los Estados, lo que se plasmó en las naciones europeas en torno a 1870 (Guerra Franco Prusiana, ensayo de guerras mundiales), y a cada víspera de Guerra Mundial. Durante ese lapso las clases objetivamente interesadas en la revolución se alinearon con sus burguesías. En ese Jonny cogió su fusil estuvo la clave: ¿qué hacía un oficinista francés matando a un sastre alemán al otro lado de la trinchera?, ¿qué hacía un obrero inglés o francés oyendo por la radio a Churchill o a De Gaulle?, ¿qué hacía la camarera italiana sonriéndole la cama al soldadito yanqui? Solamente Trotski en su exilio mexicano insistía en la Internacional. En 1940 Stalin (otro que tal baila) lo mandó callar. Y el movimiento pacifista como actitud política solo tuvo expresión como objeción de conciencia. A esas clases sociales, solo faltaba que el antiguo Estado (del Capital, la Iglesia, la Milicia y el Estado) pasase a Estado del Bienestar, canto de sirena que llegaría del norte de Europa.

Por eso, cuando sigo trayectorias de antiguos camaradas que se pasaron al Psoe allá por los años 79-82, cuando la gran irrupción del nacional socialismo en nuestras vidas, no puedo seguir sin escalofrío. Caso que me sacude con Antonio Falcón, cuya ejecutoria al frente del Pce Sevilla no llegó a afectarme porque yo había dejado el partido un par de años antes. Yo leo su Ejercicio de memoria con palabras que gimen y recuerdo una trashumancia triste por los partidos. Qué rara cosa ser comunista.

Portada del libro de Antonio Falcón 'Ejercicio de memoria'.
Portada del libro de Antonio Falcón ‘Ejercicio de memoria’.

Tomada de Francisco Romacho, 12 de noviembre de 2020. elPlural.com

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