Defecto propio es creernos lo que nos interesa creer (que hay otra vida o que soy buen padre y mejor poeta) y, defecto ajeno, creer aquello que interesa a alguien que nos creamos. El diccionario llama patraña (de pastraña, de pastores, de pacer) a una invención urdida con propósito de engañar; fue también relato breve de carácter novelesco, como El Patrañuelo de Joan Timoneda (Valencia, 1567). Patraña rima con España, la de las mentiras y embelecos, y con campañas, las electorales y las mediáticas que llevan al pueblo a pensar como grupos de presión quieren que piensen. Para lo que importa, tan patraña es decir de los mundos posibles[1] como en el peor, porque los dos paralizan que ‑ni mejor ni peor‑ otro mundo es posible y ya tendríamos que estar intentándolo. Recuérdelo quien se acerque o vote al posibilismo de ciertos partidos (que, mientras los voten, siguen viviendo del cuento) y quien se crea las maldades perpetradas por Rusia en Siria o en las elecciones presidenciales USA. Hagan como el detective Hércules Poirot. Averigüen a quién beneficia el crimen, quién es el asesino.
[1] Como plantea el cuento filosófico Cándido de Voltaire (1759), recreado ahora por J.J. Díaz Trillo en Cándido en la Asamblea (novela, 2016).