El disfrute de la cultura empieza por saber las tonterías que se dicen o los abusos que se cometen en nombre de la cultura.
Supongamos los viajes al tercer mundo. Allí nos será fácil ver “la vida como hace años”, dice el turista occidental por Marrakech, la Amazonia, el Cuerno de África o la Polinesia, donde fotografiamos, flash, flash, lo que no querríamos para nosotros ni en pintura.
Supongamos las míticas canciones que, siendo míticas o porque las cantaban generaciones o las abuelitas, te metían cada letra impresentable que no hay más que hablar.
Supongamos las fiestas que acarrea el folclore o se inventa la concejalía de turismo.
Cuiden su viaje y el destino que elijan, cuiden lo que ven o lo que pagan por ver. Cuiden lo que bailan en el gimnasio y lo que cantan en la fiesta, y si lo disfrutan, mejor que mejor, pero no quieran ignorar o hacer pasar por bueno lo que nunca lo fue.
Cuiden también noticias como la pederastia en la Iglesia. Igual que España, capital: Madrid, «Pederastia, capital: Celibato católico» (no pervertidos casos aislados al margen de Roma). Si la Iglesia no estuviese presente en la esfera pública, tampoco la pederastia eclesial sería problema o cuestión de Estado: todo lo más, un asunto propio de una asociación privada que impone esa castidad y que, por esa imposición contraria a las normas que rigen el Registro Nacional de Asociaciones, debería estar prohibida.
–enlace a Daniel Lebrato en 6 pasos