el albatros.

baudelaire albatros en Ítaca

 

 


Ses ailes de géant l’empêchent de marcher, sentencia Baudelaire, qué lástima: ¡sus alas de gigante le impiden caminar! En español, albatros se dice de un ave marina de la familia de las diomedeidae que habita los mares del Sur. Sus estrechas y largas alas pueden alcanzar los 3,5 metros, la mayor envergadura en su género que se conoce. Marineros europeos debieron encontrar un parentesco entre los nunca vistos albatros (y petreles, que también son enormes) con somorgujos, gansos, patos y gaviotas, grullas, garzas y otras aves playeras. El albatros, si lo dejan, como todos, nace, crece, se reproduce y muere cumplidos los 50 años; menos, por culpa de la mierda de contaminación y residuos que han puesto su hábitat en peligro. Pueden verlo en un répor de Chris Jordan.

El término albatros proviene del inglés albatross, a su vez, del portugués alcatraz, aves que dieron nombre a la famosa isla y prisión; lo que sitúa al albatros o parentela en el Hemisferio Norte. Alcatraz deriva del árabe alcadús o algatás (pelícano, literalmente: buceador). El Oxford English Dictionary indica que la palabra alcatraz se aplicaba originalmente a las fragatas; el cambio a albatros fue por albus, blanco, en contraste con los veleros, negros o color madera. El nombre del género, diomedea, asignado a los albatros por Carlos Linneo (1707·78), botánico y zoólogo sueco, nos remite a Diomedes y a la metamorfosis en pájaros de sus compañeros guerreros en la Guerra de Troya. El nombre del orden, procellariiformes, procede del latín procella, que significa viento violento o tormenta.

El poeta como el albatros (y la tripulación como la sociedad) es símbolo o alegoría imaginada por Charles Baudelaire (1821·67), quien escribió el poema a bordo del L’Alcide en 1842, a los 21 años de edad, de vuelta a Francia desde la India; poema que fue a parar a Spleen et Idéal dentro de Les fleurs du mal (1857). Otros albatros en poesía han sido los de Walt Whitman (1819·92), Pablo Neruda (1904·73) y Salvador Reyes (1899·1970). El añadido Fedro como el albatros, episodio de Historias de la literatura (2014) de Daniel Lebrato, es una revisión (o remake) del tópico en diálogo con Fedro poemas (1979), de José Antonio Moreno Jurado, a quien va dedicado.

CHARLES BAUDELAIRE
L’albatros
(1842)

Souvent, pour s’amuser, les hommes d’équipage
Prennent des albatros, vastes oiseaux des mers,
Qui suivent, indolents compagnons de voyage,
Le navire glissant sur les gouffres amers.
À peine les ont-ils déposés sur les planches,
Que ces rois de l’azur, maladroits et honteux,
Laissent piteusement leurs grandes ailes blanches
Comme des avirons traîner à côté d’eux.
Ce voyageur ailé, comme il est gauche et veule!
Lui, naguère si beau, qu’il est comique et laid!
L’un agace son bec avec un brûle-gueule,
L’autre mime, en boitant, l’infirme qui volait!
Le Poète est semblable au prince des nuées
Qui hante la tempête et se rit de l’archer;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l’empêchent de marcher.

CHARLES BAUDELAIRE
El albatros[1]
(1842)

Por distraerse, a veces, suelen los marineros
dar caza a los albatros[2], grandes aves del mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
dejan penosamente arrastrando las alas,
sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El poeta es igual a este señor del nublo,
que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.

WALT WHITMAN
Al albatros[3]
(entre 1842·1855)

Tú, que has dormido la noche entera sobre la tormenta, que despiertas descansado sobre tus alas prodigiosas. ¿Se ha desatado la tempestad brutal? Por encima de ella asciendes y reposas en el cielo, ese esclavo que te acunó. Ahora pareces un punto azul, lejano, flotando en el cielo; a la luz que comienza te observo desde la cubierta. Yo mismo no soy más que una mota, un punto en la flotante amplitud del mundo. Lejano, lejano en el mar, luego que las bravías corrientes han sembrado la playa de despojos náufragos, al retornar el día, como ahora, te ves feliz y sereno. Como el alba rosada y elástica, como el sol deslumbrante, como la límpida extensión de aire cerúleo también tú retornas. Tú, nacido para medirte con la tempestad (eres todo alas), para competir con cielo y tierra, con mares y huracanes, tú, navío del aire que jamás arriaste velas, durante días y hasta semanas recorriste, infatigable, espacios y reinos, siempre avanzando; en el crepúsculo miraste al Senegal, a la enlutada América que surgía entre relámpagos y nubes preñadas de rayos. En éstos, en tus experiencias, va mi alma. ¡Cuántas alegrías! ¡Cuántas alegrías las tuyas!

 

 


Pablo Neruda
Oda al albatros viajero[4]
(1954)

Un gran albatros gris murió aquel día. Aquí cayó en las húmedas arenas. En este mes opaco, en este día de otoño plateado y lloviznero, parecido a una red con peces fríos y agua de mar. Aquí cayó muriendo el ave magna. Era en la muerte como una cruz negra. De punta a punta de ala tres metros de plumaje y la cabeza curva como un gancho con los ojos ciclónicos cerrados. Desde Nueva Zelandia cruzó todo el océano hasta morir en Chile. El océano en este ancho sendero no tiene isla ninguna, y el albatros errante en la interplanetaria parábola del victorioso vuelo no encontró sino días, noches, agua, soledades, espacio. Él, con sus alas, era la energía, la dirección, los ojos que vencieron sol y sombra: el ave resbalaba en el cielo hacia la más lejana tierra desconocida. Pájaro extenso, inmóvil perecías volando entre los continentes sobre mares perdidos, un solo temblor de ala, un ágil golpe de campana y pluma: así cambiaba apenas tu majestad el rumbo y triunfante seguías fiel en el implacable, desierto derrotero. Hermoso eras girando apenas entre la ola y el aire, sumergiendo la punta de tu ala en el océano o sentándote en medio de la extensión marina con las alas cerradas como un cofre de secretas alhajas, balanceado. Ave albatros, perdón, dije, en silencio, cuando lo vi extendido, agarrotado en la arena, después de la inmensa travesía. Héroe, le dije, nadie levantará sobre la tierra en una plaza de pueblo tu arrobadora estatua, nadie. Allí tendrán en medio de los tristes laureles oficiales al hombre de bigotes con levita o espada, al que mató en la guerra a la aldeana, al que con un solo obús sangriento hizo polvo una escuela de muchachas, al que usurpó las tierras de los indios, o al cazador de palomas, al exterminador de cisnes negros. Sí, no esperes, dije, al rey del viento al ave de los mares, no esperes un túmulo erigido a tu proeza, y mientras tétricos ciudadanos congregados en torno a tus despojos te arrancaban una pluma, es decir, un pétalo, un mensaje huracanado, yo me alejé para que por lo menos, tu recuerdo, sin piedra, sin estatua, en estos versos vuele por vez postrera contra la distancia y quede así cerca del mar tu vuelo. Oh capitán oscuro, derrotado en mi patria, ojalá que tus alas orgullosas sigan volando sobre la ola final, la ola de la muerte.

SALVADOR REYES
Al albatros
(1954)

No he de volver al Sur, donde tu vuelo
en el viento de Dios gira y reposa;
no he de volver al Sur, donde la rosa
se cristaliza en pétalos de hielo.
Hay una certidumbre, existe un duelo,
saber que nunca tu ala poderosa
volverá a ser para mis ojos cosa
cotidiana, rutina de mi cielo.
En la Antártica, patria ya perdida
para cualquier camino de mi vida,
regirá para siempre tu poder marítimo.
Y así, desde muy lejos, tú señalas
para mí un imposible, y con tus alas
allá en el Sur limitas mi destino.

JOSÉ ANTONIO MORENO JURADO
Fedro, poema VI
(1979)

Ahora atardece el mármol / de la Acrópolis, / como si un junco antiguo se quebrase la voz, / los labios en el agua, / gélido el rostro, inútil / su cabello de nácar y de tiempo. // Mármol que se resiste al pie del hombre, / al beso de la sal y a la tormenta. / Junco, como nosotros mismos, débil / cinta en la verde orilla, / que se dobla y perece al soplo del mistral. // Tal vez el mar esconda en Cabo Sunion / la penúltima luz / y el viento, metalmente, / pula en su yunque el arco de la espuma.

DANIEL LEBRATO
Fedro como el albatros
(2014)

Bajaban de la acrópolis turistas
de dos en dos, en grupo, gente sola.
Traían con el sol en los talones
sus cámaras cargadas de cultura
y democracia. Esto que ven será
-dijo la guía- espejo del futuro:
aquí estudió Protágoras con Sócrates,
aquí fue el Siglo Quinto; aquí, el Banquete,
hoy, musgo y lagartija y una sombra
que desenfoca fotos y elegías:
la explotación del hombre por el hombre.
Y Fedro, el descreído,
duda, como el albatros, de sus alas:
si es él -no un dios- quien hasta el mundo baja.

[1] Traducción Antonio Martínez Sarrión

[2] Compárese con el Romance del prisionero

[3] Traducción de Pablo Mañé dispuesta en prosa, por comodidad de lectura

[4] De Odas elementales (1954), el poema se transcribe en prosa


 

ENLACE A MORENO JURADO Y DANIEL LEBRATO HISTORIA DE UNA CONJURA

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