1.
El currante, hombre o mujer, a quien llamaremos T (de trabajo), acude a su trabajo. Sin haber leído a Marx, en una economía de mercado, lo único que puede ofrecer (vender) T al mercado es su persona. T tendrá que poner ladrillos o tornillos, coser ropa o contratarse como asistenta. Ya en casa, en su tiempo de ocio, T se dedicará a leer, a oír música o a tocar la guitarra o las narices. [1]
2.
La vida, tal como está montada en Occidente, es una larga conspiración contra el trabajo[2]. Así, ocurre que detrás de una reclamación sindical o de una marea blanca, verde o amarilla, se esconde la defensa de mi puesto de trabajo, que puede discurrir al margen del bien común. «Sin cultura no hay vida», escribe en su pancarta la alumna de conservatorio. «La vida está en los libros», dice el librero en crisis de competencia con Amazon o HTML. Y cuando yo, el de la marea pública defiendo la sanidad o la enseñanza públicas en nombre de la salud o de la educación general, en realidad estoy defendiendo mi empleo, empleo que entrará en competencia con otros sindicatos de la privada o de la concertada. La prueba de la sinrazón estaría en currantes de Airbus o Navantia que, alegando la defensa de su puesto de trabajo, para el sostenimiento de su familia, defienden y sostienen con sus monos azules la fábrica de armas o transportes militares que irán a herir o a matar familias como la suya.
3.
El sector del arte y la cultura anda removiendo el patio como sector damnificado por el parón de la puñetera crisis. El sector, de suyo quejica y acostumbrado a ser mimado y subvencionado en nombre de “arte y cultura para todos”, lo que de verdad quiere es un salario como el currante de la ferretería o del transporte o de la construcción.
Si todo el mundo tiene derecho a un trabajo retribuido, también tendría derecho a un ocio retribuido, sea el que sea. De lo que no se quiere hablar es del injusto reparto entre cigarras y hormigas ni de equilibrar la carga de horas gratas e ingratas. Al final, y por el proceloso cauce del Estado del Bienestar (Estado que nutren con sus impuestos las clases productivas, de ‘negocios’ y de ‘no ocios’), las clases culturales, improductivas, se la montan de maravilla y también explotan a la masa trabajadora, que carece de glamur (esa tontería) y acude al trabajo por la acera y por la sombra, y no entre focos por la alfombra roja.
[1] Por trabajo se entiende, no esfuerzo ni vocación (con esfuerzo se practica algún deporte; por vocación, se apunta uno a misiones humanitarias), sino actividad de obligado cumplimiento para la adquisición de un salario. trabajador se sobreentiende por cuenta ajena frente a por cuenta propia o notrabajador, si cuna y rentas nos permitieran vivir sin trabajar. negocio viene de nec otium, no ocio, sin ser necesariamente un hombre de negocios. trabajo viene de tripalium, potro de tres palos donde azotar esclavos. La etimología se expresa sola.
[2] Pues todos quieren trabajo, y nadie quiere trabajar.
Un comentario en “arte y artistas, ocio y negocio.”