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Vivir del arte o vivir del cuento. Un ensayo de 3 por 3: El arte ¿hay que pagarlo?

Portada: Kazimir Malévich, Blanco sobre blanco, 1918. Sigue: Duchamp, Rueda de bicicleta, 1917, y Ramón María del Valle-Inclán. Valle-Inclán distinguía tres miradas o modos de dramaturgia: tragedia, drama y esperpento, miradas por abajo, de frente o por arriba. [1] Entre arte y artista, y siguiendo … Continúa leyendo Vivir del arte o vivir del cuento. Un ensayo de 3 por 3: El arte ¿hay que pagarlo?

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EL SALTO

¿Quién genera la cultura gratuita?, Brigitte Vasallo, EL SALTO, 27 abril 2020.

*cursivas, negritas y [corchetes] de eLTeNDeDeRo. En rojo, nivel de 1º de primaria.

Con el confinamiento se ha abierto de nuevo a lo grande el melón nunca cerrado de la gratuidad de la cultura. Cultura gratis para que todas tengamos acceso a la cultura. El argumento, sin embargo, tiene trampa, que se visualiza de manera mucho más clara pensándola desde cualquier otra industria[1]. Cuando una cadena de supermercados revienta el precio de un producto[2], no lo está haciendo más accesible. En su consumo directo sí, ahí está el gancho.

Pero sabemos que la trampa es que, para hacerlo, revienta la producción, expulsando de ella a las pequeñas productoras locales que no tienen medios para el cultivo extensivo y el monopolio. Y favorece, en la práctica, solo a las grandes productoras que usan métodos para el desastre. Eso mismo sucede con la industria cultural. Otra trampa, sin embargo, en el debate, es la confusión entre cultura e industria cultural.[3]

La cultura es un bien de primera necesidad, es un alimento necesario para hacernos comunidad. Creamos cultura cada vez que nos expresamos, de manera individual o estando juntas, incluso en esa forma de estar juntas tan dura como está siendo el confinamiento. Creamos cultura cada vez que posteamos cosas en las redes, cada vez que creamos o recreamos palabras, cada vez que inventamos canciones o le damos vuelta a otras para hacerlas más nuestras, cada vez que bailamos, aunque sea en una fiesta.

Es, además, un bien de primera necesidad para hacer resistencia política, para articular pensamiento que nos acompañe en la resistencia al desastre [parece que la firmante cree en el capitalismo del desastre : 459.000 usos en Google] en el que vivimos. Pero eso que denominamos productos culturales, que es una de las formas en que se concreta la cultura, no salen de la nada, como no salen de la nada los alimentos concretos con los que cocinamos. Salen del trabajo y necesitan de tiempo sostenible para realizarse. Es una mierda que el capitalismo lo cruce todo. Pero que las personas no cobren por su trabajo no es romper el capitalismo, es reforzarlo. Es, de hecho, el sueño húmedo [líquido, líquida, en sociología: 11.8 millones de usos] de cualquier magnate: hacernos trabajar gratis[4].

Igual que en el consumo de alimentos, no se nos ocurre pedirles a esas agricultoras locales que nos regalen las patatas, sino que entendemos, incluso, que su producto sea más caro que esos productos con los precios reventados en las grandes superficies.

Sin embargo, cuando hablamos de productos culturales, de libros, de películas, de discos, nos parece incluso ofensivo que las productoras híper precarizadas por la industria quieran cobrar por su trabajo. Se supone que ese trabajo es de todo el mundo, pero no lo es. Lo pueden ser las ideas que contienen, pero la forma concreta en que esas ideas han sido articuladas y plasmadas han necesitado de un tiempo y de un esfuerzo que es trabajo como cualquier otro trabajo.

No conozco a ningún grupo de música con mirada política [¿?] que se niegue a que sus canciones se canten libremente, ni conozco a ninguna escritora con mirada política que se niegue a que sus libros se presten, se comenten, se hagan clubs de lectura con ellos o que sus ideas sean difundidas y explicadas. Y, sin embargo, se pide, se exige incluso, que no quieran cobrar (la miseria que se cobra, todo sea dicho) por la ingente cantidad de horas dedicadas a realizar el producto concreto. El problema no es solo a corto plazo: ese mecanismo impide la sostenibilidad de la creación independiente de productos culturales.

La gratuidad tiene consecuencias en el acceso a la cultura. No en su consumo, pero sí en su producción. Lejos de liberar los productos culturales, los discursos, deja su creación en manos de quien se la puede permitir. Libera el consumo, pero secuestra la producción, se la entrega de manera descarnada al capital, convirtiéndola en un lujo que solo algunas se pueden permitir.

“De los libros no se vive”, es lo que nos dicen. Y, sin embargo, hay imperios económicos organizados alrededor de los libros. ¿Dónde va todo ese capital? Pues al mismo sitio que va todo el capital de las grandes cadenas de supermercados: a cualquier sitio menos a la agricultora. Si quieres escribir, si quieres poder hacerlo materialmente, tienes que buscarte otro trabajo para poder vivir.

Pero volvamos al mundo real: las dobles jornadas sumadas a las múltiples jornadas que se van sumando para sostener la vida son inviables. Se podrá escribir un libro, dos como máximo, y luego el capitalismo se impone. Por si fuera poco, cuanto más disidente es la escritura, el pensamiento, y cuanto peor te sabes relacionar con el poder, hacer contactos, alianzas, ir a saraos y todas estas cosas, más difícil es que alguien apoye ese trabajo, por muy necesario que sea. Mucho peor aún si hablamos de producción cultural en lenguas sin apoyos oficiales, otro abismo.

Es la cultura del fast food: ¿cómo puede ser que tengan tanto éxitos los McDonalds y similares, si sus hamburguesas saben a nada con salsa? Porque producen muy barato, cosa que les da mucho margen de beneficio, que invierten en dos cosas: hacerse omnipresentes y hacerse una publicidad de impacto que nos convence de que aquello que comemos mola mucho. Y por eso lo consumimos, aunque sepa a mierda y arrase con todo a su paso.

La industria del libro funciona así, e imagino que el resto de industrias culturales no deben de ser muy distintas. Y lo hace no solo en referencia a las productoras: las grandes superficies también arrasan con el pequeño comercio de librerías con unos métodos muy serios de lobby y de reducción de precios a las autoras y a las pequeñas editoriales con técnicas cercanas al chantaje denominadas negociación de porcentajes. Cada vez que veáis un libro más barato en una gran superficie, recordad que la banca siempre gana, y las grandes superficies nunca pierden. Esa es la realidad de la cultura si la cruzamos con la mirada de clase.

Hay compañeras que optan por asegurarse un lugar en la academia que debería garantizarles tiempo para escribir. Esa garantía de tiempo ya no funciona así y la precarización en la academia está a niveles que dan miedo (e invoco aquí, y a partir de aquí, a la maravillosa Remedios Zafra). Y aun así, no olvidemos que el acceso a la academia no está al alcance de todo el mundo. Es necesario un capital económico que sostenga los largos años hasta alcanzar el puesto de trabajo y es necesario un capital cultural que contemple esa posibilidad con el que no todas crecemos. Y aunque esos capitales no existiesen, es dramático para la cultura que su producción tenga que pagar semejante servitud [catalán, por servidumbre] a la institución que ha convertido el conocimiento, precisamente, en una cuestión de clase. Así que la gratuidad de los productos culturales repercute directamente en una exclusión de clase para la creación de esos productos culturales y en el monopolio de las grandes cadenas de producción, cuyos intereses tienen mucho más que ver con el capitalismo que con la cultura.

Así que tenemos un debate de fondo: ¿queremos que todos los productos culturales que nos alimentan provengan de la burguesía? ¿Queremos un arte cuya única experiencia de opresión de clase sea inventada, o un arte que solo responda a los intereses del amo y se vea obligada a silenciar las cuestiones que realmente apuntan al amo? Porque si queremos un ecosistema un poco más variado tendremos que apoyar económicamente a las pequeñas productoras de alimento y asegurarnos de que puedan seguir trabajando con un mínimo de independencia.

[1] La cultura no es comparable con cualquier otra industria. En la comparación se escamotea la especificidad de la cultura. Ver nota 2.

[2] La trampa es la comparación industria cultural : supermercado. Tomen por caso el agua. El agua es gratis en el manantial que fluye, de pago corriente en mi grifo en casa, y a precio venta al público el agua embotellada. Donde ‘agua’ pongan libro o poema.

[3] confusión a la que artículo se presta y no desenreda.

[4] El artículo invierte los papeles. Al magnate le importa poco o nada la cultura. Al artista sí interesa vivir del arte por huir del trabajo manual.


la industria cultural.

FNAC

La secuencia “la industria cultural en España” arroja en Google 119 mil resultados y “la industria cultural española” 31.600. Hablamos de periódicos como Público o El Mundo, y de entidades como el BBVA. industria, del latín industria, es palabra que ha ido ampliando su campo de significación; campo que va del individuo al colectivo, y de lo manual a lo abstracto: 1. Maña y destreza o artificio para hacer algo. 2. Conjunto de operaciones materiales ejecutadas para la obtención, transformación o transporte de uno o varios productos naturales. 3. Instalación destinada a la industria [fábrica, factoría, taller]. 4. Suma o conjunto de las industrias de un mismo o de varios géneros, de todo un país o de parte de él. La industria algodonera. La industria española. Negocio o actividad económica. La industria del espectáculo. La industria del turismo. Hasta ahí el Dile. Vamos ahora con la industria cultural.

Decimos industria cultural lo mismo que decimos ingeniería financiera, biomédica, genética o industrial, donde la palabra ingeniería, “técnicas para el aprovechamiento de los recursos naturales o para la actividad industrial”, acaba adquiriendo un valor de uso semejante al de las palabras ciencia (ciencia biomédica), técnica (técnica genética) o investigación (investigación industrial), que serían sus sinónimos. Pero, cuidado, industria y cultura son términos opuestos: industria pertenece al mundo económico (es sector secundario o de transformación, según los repartos de la economía clásica), mientras cultura y arte pertenece al mundo improductivo (es ocio, al menos para una de las partes).

Poniendo algunos ejemplos, sería industria cultural la producción y comercialización de lienzos y bastidores, óleos y pinceles, paredes y museos para el cuadro de Velázquez, pero no el genio ni el talento de Velázquez. Sería industria cultural la producción y comercialización de vinilos o discos y micrófonos, estudios de grabación o auditorios para oír a los Beatles, pero no las habilidades creativas de los Beatles, o de Lennon y McCartney, que procesan por la privada, nunca sus derechos de autor son patrimonio del Estado ni contribución al pib de su país.

Es ahí donde el factor humano, de cultos y artistas, quiere meterse de polizón: yo el poeta, como parte de la industria cultural, soy pib, creo riqueza y empleo y levanto el país. ¡Vamos allá! Yo el poeta quiero igualarme con una tradición de poetas que han ido antes que yo (yo, el enano en hombros de gigantes) y quiero ser el motor de actividades manuales que abomino: ¿fabricar lienzos?, bastidores?, óleos?, pinceles?, discos o vinilos?, museos y auditorios? O actividades económicas que me apropio: turismo, hostelería, viajes y agencias de viaje, bares y restaurantes que harán negocio por cuanta gente acuda a ver mi cuadro (no siendo yo Velázquez: nadie) o a mi concierto (nadie, no siendo yo los Beatles). Así el sector del libro de papel, tan necio últimamente, mezcla y confunde la musa puesta en libro, con manufacturas reales de papel, de máquinas de imprimir, de puntos de venta o librerías que efectivamente son negocio, y no ocio, pero yo me sumo como poeta al sector manual y cuelo, a ver si cuela, que no solamente la creación es un sector estratégico y vital para la marcha de la economía de mi país, sino que yo con mi creación debo ser tratado como especie protegida.


el poeta es un fingidor.

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Fernando Pessoa

tesis.

Siendo TP (Todas las Personas) todas las personas, hombres o mujeres, en edad y condiciones de trabajar y siendo TT (Todo el Trabajo) todas las horas de trabajo que una sociedad necesita para ponerse en pie y producir los bienes de uso y de consumo necesarios y siendo TO (Todo el Ocio) todas las horas de ocio, de descanso o tiempo libre necesarias para TT reponer fuerzas y no embrutecerse,

en una sociedad bien ordenada, donde horas de trabajo y de notrabajo salieran a reparto y con justicia repartidas, la fórmula del trabajo sería:

TT menos TO dividido entre TP
(trabajo menos ocio: trabajo por persona)

Este silogismo, que debiera hacer que ustedes no siguieran leyendo tan absurda, por obvia, parrafada calificándola de macarrónica gramática parda, algo esconde, que no es tan obvio puesto que todos saben, hasta el último de la clase, que lo que todos quieren es no trabajar [1] y que hay gente y oficios que lo consiguen, que viven sin trabajar.

¿Cuál es el truco?
–Unos son dueños, y otros no.
–Unos, empresarios; otros, trabajadores.
–Quienes, por cuenta propia; quienes, por cuenta ajena.
Respuestas así.


Cuando la verdad del cuento se inicia antes del reparto:

antítesis.

1º) hay clases rentistas y parasitarias cuyos privilegios vienen de siglos: Rey, nobleza, hijos de papá, herederos de esto o de aquello y

2º) hay una serie de oficios (vamos a llamarlos así) que detraen del TO una cuota permanente o vitalicia. Ejemplos o casos concretos:

pensar no es un trabajo y, sin embargo, el filósofo se alza por encima y quiere vivir de la filosofía:

«Yo soy el que pienso, mi oficio es pensar»;

rezar, tampoco es trabajo, y ahí está el zángano cura que vive de la religión:

«Mi oficio es hablar con Dios».


síntesis.

Hacer croquetas al marido, prestarse al sexo, escribir poemas, tocar violín o la flauta tampoco son horas de trabajo para el bien común del colectivo y, sin embargo, amas de casa, putas prosindicales, poetas o músicos quieren decirnos que sí, que lo suyo es un trabajo, cuando en realidad son horas de ocio (hay que estar libre de trabajo manual para dedicarse a todo eso), horas de ocio que son previas al reparto, ya no saldrán a reparto.

Este atraco “a oficio armado” nada tendría de particular si los productos del ocio salieran al mercado como mercancía sujeta a oferta y demanda. Si alguien los paga, ¿cuál es el problema? Ocurre que, para llenar conciencias, salas equis, museos, conciertos o librerías de un público suficiente, la ideología dominante impone como necesarios la monarquía, la clase política, los consumos de familia, de pornografía o de cultura que previamente a los trabajadores manuales les han sido hurtados. El robo es doble, o sea: primero me quitan mi tiempo libre y luego me hacen pasar por caja o por taquilla.

El remate de los tomates es que, a través de impuestos al Estado (encima, llamado del Bienestar), usted y yo paguemos amas de casa que no son nuestra casa, pornografías que ni nos van ni nos vienen, poemas y partituras que quien dice no nos saldrían igual o mejor que los de la Sociedad de Autores. Es un sistema, en fin, porque si sé de qué me quejo, no sé, en cambio, ante quién quejarme. Al otro lado no hay nadie:

La abducción del marxismo por el capitalismo, y su dejarse raptar la clase obrera por el Estado del Bienestar, es la mayor tragedia intelectual que ha conocido el mundo, después del fraude de la invención de Dios y del pueblo hebreo como pueblo elegido y después, tal vez, de la invención –no del arte– del artista.


 

[1] no trabajar: enfermedades o patologías personales aparte que (como la explotación del hombre por el hombre) deberían curarse o estar prohibidas.

arte y artistas, ocio y negocio.

pinza dibujada vector art

1.
El currante, hombre o mujer, a quien llamaremos T (de trabajo), acude a su trabajo. Sin haber leído a Marx, en una economía de mercado, lo único que puede ofrecer (vender) T al mercado es su persona. T tendrá que poner ladrillos o tornillos, coser ropa o contratarse como asistenta. Ya en casa, en su tiempo de ocio, T se dedicará a leer, a oír música o a tocar la guitarra o las narices. [1]

2.
La vida, tal como está montada en Occidente, es una larga conspiración contra el trabajo[2]. Así, ocurre que detrás de una reclamación sindical o de una marea blanca, verde o amarilla, se esconde la defensa de mi puesto de trabajo, que puede discurrir al margen del bien común. «Sin cultura no hay vida», escribe en su pancarta la alumna de conservatorio. «La vida está en los libros», dice el librero en crisis de competencia con Amazon o HTML. Y cuando yo, el de la marea pública defiendo la sanidad o la enseñanza públicas en nombre de la salud o de la educación general, en realidad estoy defendiendo mi empleo, empleo que entrará en competencia con otros sindicatos de la privada o de la concertada. La prueba de la sinrazón estaría en currantes de Airbus o Navantia que, alegando la defensa de su puesto de trabajo, para el sostenimiento de su familia, defienden y sostienen con sus monos azules la fábrica de armas o transportes militares que irán a herir o a matar familias como la suya.

3.
El sector del arte y la cultura anda removiendo el patio como sector damnificado por el parón de la puñetera crisis. El sector, de suyo quejica y acostumbrado a ser mimado y subvencionado en nombre de “arte y cultura para todos”, lo que de verdad quiere es un salario como el currante de la ferretería o del transporte o de la construcción.

Si todo el mundo tiene derecho a un trabajo retribuido, también tendría derecho a un ocio retribuido, sea el que sea. De lo que no se quiere hablar es del injusto reparto entre cigarras y hormigas ni de equilibrar la carga de horas gratas e ingratas. Al final, y por el proceloso cauce del Estado del Bienestar (Estado que nutren con sus impuestos las clases productivas, de ‘negocios’ y de ‘no ocios’), las clases culturales, improductivas, se la montan de maravilla y también explotan a la masa trabajadora, que carece de glamur (esa tontería) y acude al trabajo por la acera y por la sombra, y no entre focos por la alfombra roja.

[1] Por trabajo se entiende, no esfuerzo ni vocación (con esfuerzo se practica algún deporte; por vocación, se apunta uno a misiones humanitarias), sino actividad de obligado cumplimiento para la adquisición de un salario. trabajador se sobreentiende por cuenta ajena frente a por cuenta propia o notrabajador, si cuna y rentas nos permitieran vivir sin trabajar. negocio viene de nec otium, no ocio, sin ser necesariamente un hombre de negocios. trabajo viene de tripalium, potro de tres palos donde azotar esclavos. La etimología se expresa sola.

[2] Pues todos quieren trabajo, y nadie quiere trabajar.