Cuba, canción del alma.

—A la revolución después de la Primera Internacional—

En España gente de mi generación hablábamos de Cuba como un viaje, y no era un viaje. Al menos, no a la manera del turista occidental. Antes de la caída del Muro de Berlín, Berlín y todo lo que fue Soviética, Cuba incluida, se había caído ya, estaba muerto del todo.

Lo dejamos caer con Johnny el día que Johnny cogió su fusil o fuimos luego buscando al soldado Ryan. Toda la miseria del mundo fuimos. También contra el moderno apocalipsis de Conrad y Coppola y, cuando lo fuimos a leer en Pierre Lemaitre, Nos vemos allá arriba, ya en 2013, no éramos más que juguetes consoladores del pacifismo que perdimos.

Abrazar la nación y aceptar el servicio militar contra el internacionalismo de la Internacional; concebir que podía prosperar una experiencia de socialismo en un solo país, fue dar todo por muerto. Bastaba adornar el Estado con título de Estado del Bienestar. Faltaba tirar piedras a las piedras del Muro de Berlín. Qué bien, aplaudimos todos.

Entonces qué dijimos por Cuba. Qué decimos por Cuba ahora. Mañana qué diremos.

Brindemos, aún no es tarde, por la experiencia cubana, esa isla frente al continente que también nos contiene a ti y a mí.

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