Cristal. ¡Espejo, nunca!
(Pedro Salinas)
Ahora que, con la Ley Trans, sale a nuestro encuentro qué es ser hombre y qué es mujer (adjetivos primordiales: uno de los dos era nuestro antes de nacer) no está de más cuestionar las atribuciones que nos traen los nombres y adjetivos calificativos.
Una ocasión la ha dado Irene Montero, ministra de Igualdad con la futura Ley de Transexualidad. Otra, Pablo Iglesias calificando a Carles Puigdemont con tal o cual clave adjetiva. Y otra más el colectivo Anticapitalista que reivindica el anticapitalismo y me pregunta, amable, qué narcisismo hay en creerse masa y conductores de masas (obreras) cuando se es tan corto número de anticapitalistas de palabra. No sé a quién se refiere con esto último, Daniel.
Los nombres y adjetivos, que nos dan o nos damos, igual hablan que callan. Y cada uno, como pez, muere por la boca. Decir que Puigdemont está exiliado y no fugado es calificar más que a Puigdemont a la justicia española, que lo juzga o lo quiere juzgar, cuando lo suyo sería que lo dejaran en paz y, en referéndum, votar. El grupo de Puigdemont no rechaza verse calificado con título de independentismo o soberanismo, lo que es anticiparse a la fase referundista en la que ni siquiera estamos y puede inducir a error, pues referundismo ganaría las simpatías del partido En Comú Podem (ECP), sector no independentista pero sí a favor del referéndum.
De masculino y femenino, qué decir, si son composiciones que en el individuo mismo se disputan y gestionan sin necesidad de trauma o de conflicto por quítame allá qué género es el mío. (Género que son dos, tres con el neutro, cuando la sexualidad es tan diversa.)
En cuanto a los nombres que etiquetan organizaciones públicas, cómo ordenarlos sino es por fundacionales (apelativos al fundador u origen: cristianismo, de Cristo; marxista, de Marx) finalistas (por el fin que aspiran: anticapitalistas, comunistas) o intermedios (como protestantes u ortodoxos).
Los nombres, todos los nombres propios o calificativos, ayudan a logros de alcance. Hasta el nombre de pila, ese que nos ponen al nacer, puede ayudar a abrazarnos con su significado: llamarme Daniel (Juez es Dios) me puede servir de avatar o señal para ser justo, lo que siempre irá bien.
También anticapitalista me puede ayudar para andar una ruta social y política ubicada en el terreno de la utopía que, a base de llamarla repetidamente por su nombre (y deseo), más me parecerá más conseguible y más cerca. El narcisismo, así visto, deja de ser espejo y se hace cristal, espejo nunca.
/ a anticapitalistas en acción /