(apostillas a Albur de espadas)
No se sabe en qué consiste pero se sabe que está ahí. La literatura es un mercado y hay divisiones sociales o de clase, acordes con el negocio que mueven empresas editoriales, distribuidoras o libreras que afectan la cotización en euros de público y crítica; el gusto lector puede ser lo de menos. Un Pérez-Reverte convierte en oro todo lo que toca. En el pasado debió ser así con Ilíada, Eneida o Dante (ídolos que, diga usted ahora, se le caen de las manos).
Cuando los méritos puramente literarios no han bastado a marcar las categorías, han venido los premios, la universidad, el libro de texto o la academia a decir quién es del canon y quién no; caso probado entre nosotros con el menosprecio a Juan Ruiz, y alabanza al infante Don Juan Manuel. Quien no capte esos matices será lector ingenuo o convidado de piedra al gran banquete de la literatura.
Por géneros literarios, manda la época: la épica, a sociedades guerreras; la novela, para sociedades ociosas con presencia femenina. En el primer Diecinueve quizá se impuso la poesía con su teoría del genio: la práctica la pondría el joven Werther, otra novela. Y todo va de esta manera. ¿Que manda el rap o el tuit? ¡El rap o el tuit entran en el canon!, faltaría más. ¡Va a perder por eso el libro su cuota pib de cazatalentos!
Hablar, como hablábamos ayer, de escritores de segunda (división, en liga de fútbol) no es hacer menos al escritor de quien hablábamos, Juan Manuel Borrero, sino al contrario: por hacer más a quien, remando a su letra (o a su tecla), logra abrirse camino y cuajar una obra de mérito sin por ello venderse a un circuito que, francamente, lo ignora y podría pasar sin él porque, sin él, el mismo circo funciona: Gran Best Seller, dicho sea entre Grand Prix y los 40 principales.
Cualquier observatorio de las letras, cualquier taller de la escritura ilustra al aprendiz de lo que, como moda, se lleva. Se lleva novelar sobre mujeres que no estaban donde debían estar a juicio de lo que hoy se tiene por políticamente correcto. Se lleva la literatura de trinchera tipo Primera Guerra Mundial, Pierre Lemaitre en Francia, Guerra Civil en España, Pérez-Reverte. Y se lleva la metaliteratura del libro por sí mismo, Irene Vallejo, antes de que lo digital se imponga a la selecta cuadra de purasangres Reverte, Vila-Matas, Muñoz Molina o Javier Cercas, quien promete para marzo su nueva novela, Independencia, solo por el título destinada al mismo impacto que Patria de Fernando Aramburu, cuéntame cómo pasó en versión algo más culta que la tele, pero del mismo efecto demoledor de otras ideas diferentes del discurso que nos lleva. Discurso que no diremos de izquierdas ni de derechas, Psoe o PP; la política de siglas nada tiene que hacer aquí: la conjura política literatura se alza únicamente contra fenómenos disruptivos que inquietar puedan el alabado Estado del Bienestar: ayer, ETA; hoy, el independentismo. Hay una literatura oficial para una España oficial y quien no sale en la foto, sencillamente no sale.
Honor a quienes como Juan Manuel Borrero defienden y custodian su obra, sus Termópilas. La cita es de Kavafis y yo soy Daniel Lebrato, un escritor de tercera.
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