montando el Rocío.

En Desmontando el Rocío se pone de relieve que, igual que hablábamos de nacionalcatolicismo en tiempos de Franco, se puede hablar de democatolicismo o socialcatolicismo en tiempos de democracia y clases medias en onda Psoe (psoecatolicismo). El artículo terminaba con esta lápida: no es que Canal Sur y medios informativos se hagan eco de un fenómeno religioso único en el mundo: es que inducen a él. Desde Albacete, Benidorm, Cartagena, Hospitalet, Madrid, Medina del Campo, Melilla, Menorca, Navarra, Sabadell, Salamanca, Santander, Segovia, Terrassa, Torrevieja o Vitoria-Gazteiz, una amplia geografía humana –no toda de andaluces por España, aunque también– se interesa por la romería y quiere venir más en condiciones.

Esta carrera por ser y estar es paralela y la hemos visto en la Semana Santa de Sevilla, Málaga y grandes poblaciones andaluzas: también ahí, con el reclamo de alguna obra de verdadero arte y de algún origen medieval, lo que abunda es mucha artesanía de mérito ninguno. Pura idolatría. Todo ello, al alcance de las dichosas clases medias que, no contentas con contemplar un espectáculo anacrónico que debiera estar en retroceso (vamos, se quiera o no, hacia un laicismo irreversible o, en todo caso, a una religión privada frente a las otras), alimentan al monstruo por dentro y quieren protagonizar con el visto bueno, buenísimo, de concejalías de fiestas y cultura que, con tal de atraer recursos y visitantes, se inventan lo que haga falta por elevar a tradición o bellas artes esos churretes que sacan en procesión.

La emulación mueve montañas y masas. Esa emulación, en Semana Santa, corre de barrios al centro y, en el Rocío, de clases medias al señorito, que era quien se permitía el caballo, la carreta y la casa en la Aldea que aderezaban un abundante cuerpo de criadas y gañanes mal pagados y peor tratados, que iban haciendo “el camino sucio”: las camas, la comida, los bueyes, la cuadra, servir el vino al gusto del señorito, bien fresquito; ese Rocío que pintó Alfonso Grosso en su novela Con flores a María (1981).

Ahora, con un 4 x 4 te crees alguien y, yendo en sociedad, la hermandad funciona como la caseta de Feria: que, compartiendo gastos comunes de montaje y de servicio, de pronto un sueldo medio presume de ir al Rocío a base de endeudarse en algo todos los días del año.

Lo que sí tiene el Rocío frente a otras romerías, las más de ellas en alturas o en rutas de poco aforo o de difícil acceso, es un escenario único, una explanada interminable, un caserío propio y en plena marisma del Coto de Doñana, a dos pasos, por cierto, de la playa de Matalascañas y en un triángulo Sanlúcar · Sevilla · Huelva donde la gente entiende la buena vida, y hace bien. Se citan el turismo de invierno y de verano, el ecológico, la monta, la observación de pájaros y ganaderías, espacios naturales que –manda la Onu– no se pueden estropear. No es poca cosa. La Iglesia no es tonta. El Psoe y clases medias, tampoco. Falta que la Unesco, comandante, mande parar.

–enlace a Desmontando el Rocío


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