Quien quiera cambiar el mundo, recuerde que la Historia es una de las labores de paciencia. Los cambios sociales son como los cambios del paisaje, que son muy lentos, lentísimos, y esas rocas que apetecen irse a caer al vacío, permanecerán ahí cuando ya no estemos. Es lo que tiene la lenta marcha de la Historia. Que solo unas pocas generaciones han asistido a algún espectáculo que merezca la pena, por ejemplo, las revoluciones rusa o francesa (1917, 1789), la primera ejecución de un rey (Inglaterra, 1649), el descubrimiento de América (1492) o la caída del imperio romano (476). Quitando esas citas privilegiadas, la mayoría se va dejando el mundo como estaba y, sin embargo, con la lección aprendida de lo que han sido guerras y desastres. Paciencia, pues, paciencia.
Pero la juventud es impaciente y, cuanto más idealista, más espera ver sus ideales reflejados. El cuándo, dónde y cómo del cambio social se mezcla y se confunde con los cuándo, dónde, y cómo de quien se busca la vida y siente la necesidad de acomodarse en un mercado laboral que será además una forma de integrarse. Doble lenguaje. Porque ese mundo, que no le gusta, el joven está deseando cambiarlo y echarlo abajo, lo que no quita que, de momento, estudiar hay que estudiar, trabajar hay que trabajar, competir hay que competir si quieres alcanzar la buena vida que te mereces en pugna con la que se merecen los demás.
De ahí, el atractivo que ejerce sobre nuestro joven idealista la acción humanitaria, oenegé o asociación colaborativa, consciente de que la aportación al banco de alimentos o al proyecto hombre son solo parches, de los de pan para hoy y hambre para mañana, que no hacen más que lavarle la cara al sistema, pero ¿qué hacer? Nada, absolutamente nada, si se hace solo; como mucho, calmar la mala conciencia, acercar en vano el tiempo del granito de arena de playa al tiempo del acantilado.
Tres películas 2018 vienen a propósito: El vicio del poder (sobre los manejos de la Casa Blanca, el Pentágono y la Cía desde la era Bush), La favorita (sobre la historia impasible) y Un asunto de familia (sobre relaciones humanas). Y siempre está La Red, película que nuestra juventud no debería perderse. Si la buena gente no invade la Red con sus buenas ideas, las malas seguirán siendo virales. Con su inmediatez y su alcance de multitudes, la acción en red a lo mejor pudiera cambiar el paisaje.
/ a Pedro, Dayamor y Alberto /