café para todos: derecho a decidir.

El nacionalismo impide toda conversación. Pues es muy difícil que la otra persona comparta el mismo nacionalismo que yo: nacionalismo. Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia. Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado.

La historia del nacionalismo (o del nacionalismo como algo histórico, es decir, sujeto a tiempo y contingente o pasajero) se esboza echando a pelear dos gallos poderosos, que son tres: (1) internacionalismo o (2) anarquismo contra (3) patriotismo: El nacionalismo, esta es la historia.

Estando de acuerdo que la base del nacionalismo no es otra que la propiedad de la tierra, distinguiremos dos formas de nacionalismo o patriotismo: propio / impropio o motivado / inmotivado, según esté respaldado o no por títulos de propiedad. Visto así (no hay otra forma de verlo), todo patriotismo de masas es inmotivado.

La última [per]versión del nacionalismo es hacer pasar el nacionalismo como parte de los derechos humanos que corresponden a la consigna democrática del «sé tú mismo», y es el «derecho a decidir».

La jugada es astuta. De pronto, los términos históricos, económicos, diplomáticos, de filosofía política o de derecho internacional saltan por los aires: se trata sencillamente de que ustedes (la vieja patria) me dejen ser quien yo quiera ser. A lo cual es muy difícil oponerse. Tanto se ha vendido la democracia como fórmula mágica de libertad, que a ver quién va a oponerse en sociedades donde se conceden y otorgan derechos como a la familia, al divorcio, al sexo, al currículo, tatuajes, culturas o civilizaciones.

Contra el derecho a decidir, el bando patriótico de la vieja patria solo encuentra un terreno de juego de posible defensa o contraataque, que será, por elevación, más democrático todavía:

—De acuerdo, pero decidimos todos: y el otro y el otro y el de la moto.

De esa manera, la vieja patria estrangula o asfixia cualquier patriotismo que no sea el suyo. Mis viejos camaradas se han hecho todos patrióticos de España. Ni Franco, con su «una y libre» lo hubiera hecho mejor.

La vieja y nueva patria -consensuada, crecida y afianzada en su convencimiento democrático- tan segura estará de sí misma que jamás se planteará, ni en referéndum colectivo ni en conciencias individuales, que fue de aquel «derecho a decidir».

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