Se trataba de hablar de feminismo aplicado, y no teórico, de qué me pongo o qué le pongo a la niña cuando sale de casa.
Y hablarlo en clave unisex, lejos de terminología militante y libres de bibliografía, y sin entrar en disputas académicas.
Con dos condiciones.
Una es hablar de la femineidad o feminidad, que sustenta lo mujer y, otra, no atribuirse el feminismo logros que, en todo o en parte, correspondan al desarrollo del Estado del Bienestar, como pueden ser paridad laboral (sindicalismo de a igual trabajo, igual salario) o campañas contra el sexismo, mal trato o trata de personas, o derechos de maternidad o conciliación.
En Carta al feminismo yo cuestionaba el feminismo al modo, o la moda, del 8M, ese ochoemeísmo de igualdad o equiparación sin mirar a qué o a quién me equiparo. Y ponía el caso de «El largo de mi falda no te dice que sí», que no era más que una forma de fidelizar a las mujeres a la falda.
También puse por caso esas presentadoras de telediario que, más que periodistas, parecen azafatas de noticias con su rímel, sus tacones o probados escotes, cuyo efecto debe ser atroz en una España que casó a su príncipe con la periodista que le hizo al príncipe el busto en los informativos de Televisión Española. Ya pueden dar noticia del feminismo que nos rodea: mujeres futbolistas o militaras que no han venido a cuestionar nada.
Se acuerda uno de las tres mujeres negras de Hidden Figures (Figuras ocultas, 2016) en la Nasa años 60. Bajo los derechos de los negros y de las mujeres, no había más que carrera espacial de Guerra Fría contra las aspiraciones de gente que podría mirarse en las socialdemocracias europeas o en la mismísima Unión Soviética. Aquellas tres mujeres, futuras del Apolo, vendrían, a la larga, a estropearlo todo.
Me fingí a cargo de un niño de once años y de su hermana, de ocho, que al yo ordenarles la ducha, me responde la niña: ¿El pelo? Hoy no me toca lavarme el pelo, que me lo lavé ayer.
Me vi mujer madre que al ponerle a la niña la falda ya la estaba condenando de por vida al rol de a ver qué enseño o qué se me ve cada vez que muevo las piernas. Sobre esa base y el pelo sucio no habrá igualdad con el hermano ni aunque el hermano se pase a la falda.
Con faldas y a lo loco, película de Billy Wilder en 1959, está bien para pasar un rato o para ser Jack Lemmon, Tony Curtis o Marilyn Monroe. Pero un feminismo así no es serio ni por mucha gente que salga a la calle a pegar el grito el próximo 8 de marzo.