Nos creemos que son nazis, fachas, capillitas, futboleros. Nos creemos que son su niño de ay mi niño, o mi perro de ay mi perro. Nos creemos que son su militancia o su política. Puede ser el juego, el ajedrez en línea. Puede ser el cupón o la bonoloto. Lo que más une a la gente es el lenguaje común y lo que más nos separa de la gente es el lenguaje de extraterrestre que viene de fuera.
Me cuentan que en Chequia, país el más ateo, en tiempos de la URSS, todo esfuerzo por superar la religión (como superstición etcétera), todo esfuerzo era inútil frente a lo que sin religión o con religión tenía que ver con reunirse, disfrazarse, regalarse, divertirse, compartir mesa juntos.
Y me cuentan que en el mundo del toro y del caballo y del Rocío, todo lo que une a entendidos y caballistas es hablar de lo suyo como equipo, vale decir: como compartido y participado en conversaciones simultáneas que, no por repetidas o manidas, se hacen cansinas. Al revés: lo que te garantiza el trato con un jaque rociero es que siempre y solo te va a hablar del Rocío, del caballo, del toro.
De vuelta de tanta antropología por renombrar este mundo -desde llamar solsticio o fiesta de invierno a lo que siempre fue navidad-, la que más puede es la palabra siempre. En nombre de lo que se ha hecho siempre, la insoportable levedad del ser no concibe cambio a otra cosa.
—Callemos, Sancho, callemos, que mañana ni hablaremos.