No hay fiestas populares, sino señoritos en fiestas donde trabaja el servicio, que bendicen curas o inauguran alcaldes. Una sociedad desigual no reparte el ocio por igual. Así puestos, que cada persona negocie lo suyo, no nos quieran meter la fiesta por los ojos y la cartera, vía presupuestos: el caballista, su caballo; el cuidador, su cuidado; el público, su entrada; el ayuntamiento vigile y preserve, cobre tasas y cuotas de ocupación; y la organización se haga cargo de dejarlo todo como estaba.
¿Que al chiringuito tal le aumenta la caja? ¡Que ponga algo y aporte! ¿Que al gremio de taxistas o cocheros? ¿Que hoteles bares y restaurantes de la ciudad de Sanlúcar salen en pleno ganando? ¡Lo mismo de lo mismo! A una inmensa Sanlúcar el tinglado de las carreras nos echa para atrás y nos parece genial un agosto sin hipódromo, sin invasión de playas, sin guardias civiles por Doñana y sin baile de borrachera hasta las tantas y sin señoritos de espuela jerezana.
Y no nos vengan con la milonga del interés general, turístico universal, ni del mito que los parió. Ayuntamiento, Diputación y Junta deben sacar sus fondos de las carreras y dejar a iniciativa privada organización y responsabilidades ciudadanas, medio ambientales y legales. ¿A qué viene dotar con millones de euros premios a cuadras particulares?
Y quien dice las carreras, dice cofradías por Semana Santa o hermandades hacia el Rocío. ¡Qué olor a caca de cuadra de cultura de izquierdas!