La siniestrabilidad laboral sigue y sigue. Como en tiempos de las pirámides, de los pantanos o de los rascacielos, cuando un obrero muere o queda inservible, otro obrero lo sustituye. Lo llamó Marx ejército de mano de obra de reserva. El obrero entrante no tiene más remedio que vender lo único que tiene, su fuerza de trabajo. Otro día el accidentado puede ser él pero ¿qué podría hacer? El obrero, nada; la sociedad, sí.
De entrada, se deberían pagar los trabajos manuales, de riesgo y de fuerza bruta, por encima de los trabajos de manos limpias, de cuello blanco o como se quieran llamar (algunos ni son trabajo, sino vocaciones más o menos cumplidas, artísticas o intelectuales). Eso sería justipreciar la producción de bienes de uso y de consumo por encima de la creación artística o intelectual, es decir, premiar los oficios del homo fáber, hembras o varones proveedores sin los cuales nadie podría vivir, no habría sociedad.
Sería darle un cuarto de vuelta a lo que dijo Federico García Lorca en septiembre de 1931, inauguración de la biblioteca pública de su pueblo natal: «No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.»
Lo de que “todos los hombres coman o comen”, es parte del optimismo de Lorca, recién estrenada, como estaba, la España republicana. Y la exaltación de los libros “que los pueblos piden a gritos para que todos los hombres sepan”, está bien para empezar; luego vendría la crítica a la máquina de la cultura, incluyendo biblias y coranes. Libro se hizo Mein Kampf, de Adolf Hitler.
Al final, volviendo a los obreros muertos, un país que paga la hora de trabajo por nivel de estudios recibidos y alcanzados (ingenieros, arquitectos, cuadros de mando) es un país vil preparado para justificar, en nombre de la educación, su propia, su inseparable vileza.
–enlace a FGL: Medio pan y un libro