PRÓLOGO A LAS
COPLAS POR LA MUERTE DEL QUIJOTE
Sobre el Quijote de Andrés Trapiello se ha oído de todo (Babelia). Lo que más, el relativismo del tipo Quien quiera leer el original, ahí lo tiene, o del tipo Ya se hizo con Lazarillo o La Celestina. Yo entiendo que no es lo mismo un clásico para la escena (Celestina) o para la infancia (Lazarillo), que un clásico para ser leído. Suscribo a Alberto Manguel que ve en las versiones actualizadas de los clásicos un síntoma de pereza intelectual. «Cada libro establece con sus lectores una relación de aprendizaje: cada libro nos enseña a leerlo. Al simplificar un libro, al quitarle palabras que juzgamos difíciles o anticuadas, lo destruimos. Hablar de simplificar un texto es suponer que el estilo, el vocabulario, el tono, lo que nosotros desde nuestro siglo hallamos oscuro o confuso, no es parte esencial de la obra sino una suerte de decoración superflua, y que solo la anécdota vale. Si fuese así, el Inferno de Dan Brown tendría el mismo valor literario que el Inferno de Dante». Lo peor es que el Quijote de Trapiello (el Trapiello) sube la cota del español difícil hasta muy cerca de nosotros. Y más cambió el castellano de La Celestina (1499) a Don Quijote (1605) que, de Don Quijote, a nuestros días. A eso, se añaden los límites de subjetividad de cualquier traslación de una lengua a otra lengua. Leer el Trapiello también hará a los más pobres en lenguaje ir al diccionario, suponer lo que no entienden o dejar el hueco del significado en blanco. Para ese viaje, las alforjas originales de Cervantes. La otra deuda de Trapiello ya es con la posterioridad, el día que el español estándar de 2015 también se pase. Entonces, el trapilleador que lo destripe buen destripa trapiellos será. Dejo a ustedes, por si son de su agrado, las Coplas por la muerte del Quijote. Buen provecho.
Daniel Lebrato, Taller, 6 del 5 de 2015
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