APOSTILLAS A DEFENSA DEL COLECTIVO
La Academia distingue entre idolatrar y adorar. Adorar es reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido, mientras que idolatrar es adorar un ídolo, deidad o persona. Se ve que la Academia cuida de nuestras almas para que no confundamos lo que es debido, honrar a Dios (podía haber dicho “como Dios manda”), con honrar deidades, objetos o personas. Viene esto a cuento porque mi adorada o idolatrada Rocío Romero me comenta a propósito de Defensa del colectivo que “la igualdad iguala a la baja excepto a los dirigentes salvadores que se cotizan al alza; para eso se ponen a salvar, que es bien duro. Estaría bueno. El no juzgar ¿incluye también a la Infanta Cristina o solo nos referimos aquí a ciertos partidos políticos? No llego a captar del todo el mensaje de este artículo. Por último, Dios salve la individualidad, llena eres de gracia, que nos permite vestir como nos dé la gana sin que nos uniforme el Estado ni la Iglesia”. Apostilla primera. Defensa del colectivo vino en respuesta a José Ruiz de Cueto: “Déjese de despilfarrar neuronas escribiendo artículos que defienden lo indefendible. Hay ya demasiado progre champán, o progre manzanilla, a favor de una panda que al berrido de la democracia son todo menos demócratas, cosa que le recuerdo inventó la burguesía, y no la plebe que solo busca derechos y estatalismo. No sé si recordará usted que el socialismo de Estado cayó ya, él solito, hace un cuarto de siglo, y nos ha dejado esos siniestros engendros que responden a la sospechosísima redundancia de democracias populares. Sin excelencia no hay mejoras en la sociedad, amigo Daniel. Sin deberes no hay derechos, porque todo derecho de alguien, usted incluido, es un deber para otro. Lea a Goligorsky, ese viejito lúcido e inevitablemente liberal que vino huyendo de los fascistas argentinos, no menos totalitarios que los obscenos, incultos y crueles guiñapos políticos que aquí quieren hacernos más felices”. Apostilla segunda. En Defensa del colectivo he querido usar el verbo juzgar en el sentido de no juzguéis y no seréis juzgados, nunca en el sentido jurídico o legal o político, como puede verse en las Coplas urdangarinas de la Infanta doña Cristina. En América, viajar en colectivo es viajar en autobús. Eso significa algo en un mundo donde hay quien viaja en vehículo automóvil, coche, carruaje o limusina, sin mezclarse nunca con los demás. Es todo. Si ustedes conocen otras maneras de organizar el viaje, me lo dicen, sabiendo que colectivo es un tren expreso, con sus distintos vagones según clases y, colectivo, el transatlántico de lujo donde caben viajeros de segunda y de tercera clase, polizones y ratas de bodega. Lo que llamamos cultura, civilización o democracia son billetes de primera clase, clase ejecutiva, de lujo o clase vip. La mayoría viaja por esta vida en segunda o en tercera. Cultos, demócratas o civilizados hablamos de nuestros asuntos como si fuesen los asuntos del mundo, y no es verdad, o no es una verdad completa. Primero, los dejamos fuera de la acrópolis y, después, decimos ¡Qué sabrán éstos de la acrópolis! Nosotros, con nuestra sabanita y nuestra nariz griega, y ellos sin sábana con qué taparse y, de nuestra nariz, hasta las narices. Otro idolatrado o adorado lector, José Manuel López Muñoz me dice: “Solamente por cuestión de convivencia acepto el voto universal. Los suizos, que hoy día hacen referendos para todo, tienen una larga historia de experimentos de voto ponderado. El nivel de educación, la condición de propietario, el estado civil conferían distintos pesos a los votos de los ciudadanos. Ninguno fue un éxito pero yo coincido con el alma de aquellos intentos. Mi voto debería valer más que los de algunos y menos que los de otros muchos. Mala cosa cuando se cree que la mayoría tiene siempre de su parte la razón. Creo en las minorías cualificadas que suelen llamarse élites. Creo en el cumplimiento de las normas caiga quien caiga. Creo en la palabra dada. Creo en la necesidad de que cada palo aguante su vela y cada hombre/a (bonito dúo) responda por sus actos. No creo en la resurrección de la carne salvo cuando está congelada por los argentinos”. Tercera y última apostilla. El comunismo literario yo lo intenté expresar en dos libros inútiles, uno fue Elecciones generales Todo a cien y, otro, Predisposición de las uvas. En Todo a cien me imaginé nacido a tiempo de celebrar la liberación de París, que siempre me ha parecido el día más hermoso del mundo. Ahí situé yo a los míos. La penúltima vez que me distancié de las divinas distancias que mantienen distantes y divinos del arte o de la poesía fue cuando mi adorado o idolatrado José Antonio Moreno Jurado bajó de su acrópolis hasta La Isla de Siltolá, que republicó su Fedro, poemas. Mucho se habla del salir del armario (qué expresión más chunga, parece mentira que el propio colectivo la haya adoptado) y poco del salir del ropero los comunistas a quienes el anticomunismo les comió la moral. A mí, no. A mí, si me preguntan si alguna estuve enamorado, me saldrá decir, como el camarero de Joaquín Sabina: “Yo, mire usted, yo siempre fui comunista”, que lo mismo es ir a fondo común en los bares como que cada uno se pague sus copas. Vaya por mis idolatrados o adorados Rocío, José Manuel y José Antonio, y que le vayan dando a la Academia con mayúsculas, que la hay más laica, más real y con minúsculas. Dejo a ustedes los episodios que se citan, Los míos y El albatros, y espero que al menos les agraden. [Daniel Lebrato, Ni cultos ni demócratas, 2 del 7 de 2015]
LOS MÍOS (París, agosto de 1944)
Si se burlan será porque no me conocen.
Ha caído Berlín. París, ocho de mayo del
cuarenta y cinco. Vuelan la penicilina,
la vanguardia y las canciones. Risas y escotes
internacionales saludan a la cámara.
Juntos han conocido el miedo y los piojos.
Entrar en la asamblea no era un juego, camaradas,
ni la lucha de clases. Burgueses por destino,
lo que sigue es el final de su propia burguesía
y a ver cómo se lo decimos a papá.
Elogian mi corbata, se fuman mis cigarrillos,
Y los tuyos, qué tal, chaval. Son los míos.
FEDRO COMO EL ALBATROS
Ses ailes de géant l’empêchent de marcher
Charles Baudelaire
Bajaban de la acrópolis turistas
de dos en dos, en grupo, gente sola.
Traían con el sol en los talones
sus cámaras cargadas de cultura
y democracia. Esto que ven será
‑dijo la guía‑ espejo del futuro:
aquí estudió Protágoras con Sócrates,
aquí fue el Siglo Quinto; aquí, el Banquete
–hoy, musgo y lagartija y una sombra
que desenfoca fotos y elegías:
la explotación del hombre por el hombre.
Y Fedro, el descreído,
duda, como el albatros, de sus alas:
si es él ‑no un dios‑ el que hasta el mundo baja.
Piezas encajadas, el puzzle adquiere su sentido y se ve de otra manera. Me quedé atrás con artículos y comentarios anteriores y no tenía visión de conjunto.
El sentido figurado de juzgar lo había comprendido, de todos modos viene a ser lo mismo, con o sin banquillo. Todos lo hacemos, qué difícil algunas veces no hacerlo. Caigo en la tentación por más que me lo proponga.
Una vez yo también fui comunista, visto lo visto, 🎶ayer maravilla fui, llorona, ahora ni sombra soy🎶🎶
Todo lo que coarte mi libertad lo rechazo con un Vade retro. Será que mi Reino no es de este mundo.
Siempre desde el respeto y admiración a mi maestro, Daniel Lebrato. Y agradecida
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