Vista la levantada alrededor de la Virgen del Rocío (TV3, jueves santo 6 de abril de 2023), incluyendo otras voces (Nieves Concostrina), novelas como Con flores a María (Alfonso Grosso, 1981) o películas documentales como Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980) o sucesivos como El caso Rocío (José Luis Tirado, 2013), lo que más han usado a favor y en contra, defensores y acusados, ha sido el Rocío como fiesta o cultura popular. Lo que llamamos cultura popular tiene tantos prejuicios, tantas obligaciones y deudas, que se queda uno preguntándose qué será dicha cultura popular, para despejar el concepto pueblo, cuál sería, y dejarlo limpio de cuanto encima le echaron desde antes de nacer.
Mucho es creer que el pueblo haya asistido alguna vez con voz y voto como sujeto protagonista (¿con su conciencia de clase?) al devenir de la Historia, y otro extremo, ya risible, es que ese pueblo, carne de yugo y de yunque nacido, haya impuesto sus conceptos feriados como fiesta popular. Lo popular tiene que verse como creación de la antropología para justificarse y justificar facultades, cátedras, libros, púlpitos, museos, concejalías y excursiones para el novamás de lo cultísimo, que es rendirse a la cultura popular.
Para empezar, porque toda fiesta supone un tiempo de ocio, y ese tiempo es patrimonio de gente triunfante en tiempo y renta libre. Y no confundir ocio con tiempo libre, de reparación de la fuerza de trabajo, aunque el trabajador, de vacaciones, llegue a pensar su paraíso. Las creaciones de trabajo (folclores o canciones) no podrían dar nunca el salto hacia el tiempo de ocio. La etiqueta cultura popular autoriza a clérigos intelectuales a gestionar en nombre del pueblo filias y fobias, donde el humor ‑o la tragedia o el drama‑ no es más que un tono con sus grados, desde el humor blando del chiste del párroco hasta el trágala de la sátira cruel como el despiece. Al final, se trata de construir lo sagrado como fetiche y tótem de dominación y explotación, alienación, que es lo que ven nuestros ojos hoy en día. Esto, dicho a gente hecha al Camino de Santiago como exploración personal, es difícil de aceptar. Se trata de nuestra culpa en un plan del que no nos reconocemos cómplices ni culpables. La Virgen del Rocío o el Apóstol de Santiago son creaciones subrogadas de clase alta, no baja ni popular. Y desde abajo tenemos derecho a hacernos pasar por pueblo para explotar las antiguas cantigas de escarnio y de maldecir. El humor o la liturgia son tristezas iguales.