la maldición del trabajo.

1.
A veces lo peor que te puede pasar es que tus deseos se cumplan, que lo que pidas te sea concedido. Es lo que ocurre con el trabajo (de tripalium, tres palos, instrumento de tortura), que lo pides, te lo dan y luego no te quejes, que es lo que hace, quejarse, esta sociedad laboral que mira a la Epa (encuesta de población activa) como si fuese el mesías y anda prometiendo la creación de puestos de trabajo como motor de la economía, propulsor del Pib y tapadera de la precariedad que la Epa esconde.


2.
La fuente de la riqueza no es el capital. Es el trabajo del hombre que sigue siendo “la explotación del hombre por el hombre”. Es falsa la explotación del hombre por la máquina, revolución que no quieren ver patronal, sindicatos ni partidos políticos que, en lugar de imaginar y proyectar, ríen las gracias a pequeños autónomos o sectores nostálgicos de un pasado que no ha de volver pero genera votos y de eso se trata. Por mucho que quieran halagar al cuerpo de Correos, no volverán las cartas de sobre, sello y buzón.


3.
Los sindicatos no van más allá de pedir trabajo y, “a igual trabajo, igual salario”, consigna que ya desmontó Carlos Marx, pues habría que medir no solo lo que cada uno trabaja sino lo que necesita y, más aún, lo que no trabajan las clases parasitarias o improductivas. A Comisiones y Ugt, por combatir el desempleo y en nombre del todo vale, les da igual fabricar barcos de guerra o aviones de combate (Navantia en Cádiz, Airbus en Sevilla). Pero el futuro es la paz frente a la guerra, la televenta frente a la tiendita, plataformas colaborativas junto al taxi o la hostelería. Lo que, en cálculo global, hoy son horas de trabajo pasarían a ser horas de ocio, y robots, pantallas y mandos a distancia habría vencido, por fin, la maldición del trabajo.


4.
Pasa que el violinista tendría que producir algún bien material, lejos de su violín; muy poco, porque el total de horas de trabajo necesarias divididas entre el total de personas en edad y condiciones de trabajar sería, con la ayuda de la tecnología, una cantidad ridícula. Y, a cambio, más público ocioso llenaría los conciertos. Y pasa que habría que superar la actual división social entre el trabajo manual e intelectual, al que acceden minorías para no trabajar o para evitar los trabajos más duros y peor pagados, caso de élites universitarias especializadas en todo menos en cuestionarse a sí mismas porque a esas élites (que se las dan de izquierdas) les va muy bien mientras el resto concibe la vida como un perverso álbum de cromos: capacitarte para un empleo fijo, inmutable en un mundo mutable, cumplir ocho horas de jornada, cuarenta años cotizados, una pensión mínima y después morirte. Pobre inteligencia y pobre España.


 

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