Internet como voluntad y representación.

¿Por qué desconfiamos de Internet en gente joven?

Primero, porque por Internet nuestros niños y niñas pueden vernos sin que les veamos; pueden entrar en nuestro mundo tal y como es (y aquí cada quien ponga su infierno más temido: pornografías, pederastias, extremismos, violencias, malas compañías, malas palabras, frivolidades, postureos, exhibicionismos; lo dicho: tal como somos).

Segundo, porque nosotros, madres o padres, daríamos algo por saber qué es lo que piensan, qué es lo que buscan y con qué y quiénes se relacionan esos perfectos desconocidos que tenemos en casa y llamamos nuestra familia.

De ahí, lo fácil: desconfiar de los móviles o dispositivos inteligentes, es decir, matar al mensajero. Lo difícil sería revisar y recambiar el mundo adulto que exhibimos.

Prohibir Internet es dejar en manos ajenas o en intenciones dudosas la náusea de un mundo que, si nos preguntan, nos empeñamos en decir –como decimos de la democracia– que es “lo menos malo que se conoce”. Y un jamón. Contra la prohibición: seguridad, autocrítica, conocimiento, educación, respeto, cariño y confianza. Y algo de suerte, como en todo.


 

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