pétalos que escapan a su rosa.

Última clase Jubilación de Daniel Lebrato 02·10·14

Hace exactamente cuatro años, un 2 de octubre como hoy, tuve el honor de, digamos, impartir mi última clase. Yo venía del nocturno de adultos y me habían dado horario de diurno, con pequeñines de 1º de la eso (que aún piensa en clave del cole y del maestro, a alguien se le escapa la seño) junto a la fornida guardia de 2º de bachillerato (que ya piensa en la selectividad). Me venía mal madrugar, y me hacían madrugar por un horario que me iba a durar justo los 14 días lectivos del 15 de septiembre al jueves 2 de octubre, fecha en que vencían mis requisitos para decirle a la empresa ahí te quedas. Yo era consciente, y lo sigo siendo, del privilegio muface, Mutualidad de Funcionarios del Estado que me iba a permitir decir adiós al trabajo cinco años antes. Mi hermana mayor, siendo mayor, se jubilaría después. ¿Había derecho? No. Pero yo, como un pupas, empaqueté mis créditos, mis trienios, mis sexenios y mis hojas de servicios prestados y allá que eché la solicitud de prejubilación. (Aún me dura esta pre, hasta los 65.) El profesor Lebrato se iba y, en nombre de 14 días, no le iban a dar precisamente el mejor de los horarios, así que te jodes, Danielito, y tú, lo que te echen: lo que me echaron, sí, señor. Al final, no saben el favor que me hicieron. Mi experiencia la comparto por si alguien a mi parecida edad tiene que hacer el papelón de iniciar un curso que apenas va a rozar.

Al principio, visto desde agosto, caramba, tener que ir en septiembre y por tan poca cosa, sienta regular; lo suyo, hubiera sido terminar en junio. Pero luego le ve uno la gracia. Un profesor que finge el mismo afán que los demás colegiales y claustrales es más fingidor que otra cosa, porque ni los nombres de su alumnado se los tendrá que aprender, ni las fichas de inicio de curso las tendrá que recoger, ni las pruebas de nivel, nada de nada lo tendrá que hacer o tomarse en serio. Para eso, quien viniera en mi lugar.

Daniel Lebrato tenía 14 días lectivos por delante para no hacer ni el huevo según los planes de la excelencia docente y 14 días para dar las clases que nunca dio o para desplegar su propia antología. Un profesor es una época, que se va y se pierde, de manera que el profesor Lebrato se tomó aquellas tres primeras semanas de clase como si fuesen suyos el instituto, los planes de estudio, las criaturas y, suyos, los temas de clase que podía dejar como herencia o legado. Una auténtica licencia poética y docente que, lejos de desanimarme, me dio vida como la que se refleja en la foto, tomada en el salón de actos, no en cualquier aula. Silvia Ruiz, Manolo Román, Elena Benito, Alicia Camiña, Ana Rocío Sánchez, Laura Coll, Sandra Correa, Ángela Zoe, quienes le disteis al me gusta una foto y un pie de foto que decía «Ojalá hubiéramos podido tenerle como profesor más tiempo», os digo que no: que el secreto de esa foto y de esa magia que tuvimos (el primerillo de la eso gritándome por la Alameda: ¡Tinta de calamar!, ¡Tinta de calamar!) está en lo efímero del profesor, por una vez, con la vida exigua que os enseñaba el tópico de la rosa. Ojalá seáis pétalos que escapan a su rosa.

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(En la foto de portada, Daniel Lebrato escapándose el 2 de octubre de 2014. En el instituto, todavía hay quien teme que Daniel Lebrato regrese un día.)


 

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