Los seguros, también la Seguridad Social, se basan en un cálculo de probabilidades. Usted paga un seguro de accidentes que a lo mejor no sufre, un seguro de vivienda que ojalá no llegue a necesitar o un plan de pensiones, que a lo peor se muere usted antes, sin disfrutarlo. Pero usted contrata esas pólizas por si otro día, por lo que pueda pasar. No es el caso de la muerte. De todas las causas de baja, la primera es la muerte. ¿Por qué, entonces, la muerte no la cubre la Seguridad Social? ¿Por qué hay que contratar un seguro privado o pagarnos la muerte después de tanto cotizado? La respuesta está en la mordida que la Iglesia, las funerarias y las casas de seguros tienen en la muerte, y en el culto a la muerte, como negocio. Pongámonos en las personas creyentes que necesitan un ceremonial: ese velorio, ese ataúd, esa misa, ese ramo de flores, ese nicho de cementerio, esa hornada en el crematorio o esa urna con las cenizas. Dirán ustedes: normal. Y más normal aún, que quien eso quiera lo pague de su bolsillo. Pero ¿qué pasa con las personas que renuncien a todo ceremonial y aspiren a una extinción rápida, anónima y absoluta? El cuerpo, certificada su defunción, pasaría directamente, desde la cama de habitación de planta, a un destino que ni el muerto cuando estaba vivo ni sus familiares tienen por qué saber. Lo mismo lo incineran colectivamente que aprovechan órganos para la ciencia o para fabricar fertilizantes. A usted y al muerto, ¿qué más les da? Si el vivo no muere en planta de hospital sino en su domicilio o fuera, la recogida del cadáver guardaría algún parecido con la recogida de residuos orgánicos: el cadáver seguiría necesitando de un servicio público que ya viene funcionando cuando el muerto es indigente y nadie se hace cargo del cadáver. De eso se trata, de que el Estado, a través de servicios municipales, se haga cargo de la muerte cero‑cero, del cadáver cero‑cero o de la muerte‑sin, la muerte sin muerto. Familiares o amigos que quieran homenajear al difunto lo harán de cuerpo ausente, sin córpore insepulto, pagado todo por quien quiera pagarlo. La función del Estado y de Sanidad del Estado estaría cumplida y cualquier protocolo sería asunto particular. Se acabó el coche fúnebre obligatorio, el tanatorio, el duelo recibe o despide, qué se hace con las cenizas. Y, sobre todo, se acabó con las criaturas toda su vida pagando recibos del Ocaso. El seguro de enfermedad nos cubriría la más segura de las enfermedades y no tendríamos más que recuerdos vivos de quien conocimos vivo. Y quien crea en la otra vida o en la resurrección de los muertos, que pague sus creencias con su dinero.