Valverde del Camino. Año 84. Éramos unos gansos. Llevábamos Teatro La Paz (Francisco Nieva sobre Aristófanes) por las cuatro esquinas de la provincia de Huelva (que ya es esquina) y nuestro himno de compañía (el «Asturias, patria querida» de nuestras celebraciones: a riesgo alguna de … Continúa leyendo Madres paralelas tras de Voy a ser mamá.
Pelo de tormenta, reópera de teatro furioso de Francisco Nieva, en 1961, fue la obra que fijó mi adicción a Francisco Nieva hiciese él lo que hiciese. Estando yo en Valverde del Camino, curso 83-84, fui a montarla con mi grupo de teatro y me … Continúa leyendo una historia de pelos.
La última entrega de las memorias del profesor Lebrato (tras El profesor, El alumno, El tutor y Consejo orientador) lleva por título Extraescolares y hace referencia al Daniel Lebrato de actividades complementarias; ese que va desde Teatro La Paz (Valverde del Camino, años 80), hasta el que hoy ilustramos con estas raras fotos.
En La Paz, de Aristófanes y Francisco Nieva, Daniel Lebrato montaba jinete de un escarabajo pelotero.
Como ven, el montaje de hoy da idea de un caballito de playa al que una mujer acude con su hija o su nieta para darle un paseíto como en calesita o cacharrito de feria. Por lo que sabemos de Daniel Lebrato, la situación es insólita y habrá de sorprender a quien lo tuvo como serio profesor de adultos en bachillerato. Foto 2:
Daniel Lebrato, en el papel de Trigeo. Al fondo, coro de esclavos y nubes del cielo.
Las fotos están tomadas en blanco y negro por LeMonge durante el verano de 2016 (hace ya cuatro años) en la playa de las Piletas, Sanlúcar de Barrameda, a la altura del chiringuito Macario. Como es sabido, Sanlúcar ha hecho célebres las carreras de caballos por la playa en marea baja. El reportaje de LeMonge quizás evoca esas carreras hacia la puesta de sol.
Teatro La Paz, Valverde del Camino, 28 de mayo 1986.
Valle-Inclán, ciego y bululú, entra en escena
de la mano de Florisel (paje Javier Lebrato)
[eLTeNDeDeRo] deja a ustedes con el último corto del ciclo de chiringuitos a pie de playa: El corazón del Pirata (en playa Montijo, entre Chipiona y Sanlúcar). Y el primer corto nacido del frío: Halloween. Sospecha uno que los calendarios los carga el trabajo, esa maldición, y que las fiestas son solo una trampa, un disimule. No hemos salido del esperpento; si acaso, nos escapamos también con Luces de bohemia.
Ramón María del Valle‑Inclán. Luces de bohemia (1920 y 24) escena 14 y penúltima. Diálogo de Rubén Darío y el Marqués de Bradomín. La escena en un patio en el cementerio del Este. La tarde fría. El viento adusto. La luz de la tarde, sobre los muros de lápidas, tiene una aridez agresiva.
RUBÉN: ¡Es pavorosamente significativo que al cabo de tantos años nos hayamos encontrado en un cementerio!
EL MARQUÉS: En el Campo Santo. Bajo ese nombre adquiere una significación distinta nuestro encuentro, querido Rubén.
RUBÉN: Es verdad. Ni cementerio ni necrópolis. Son nombres de una frialdad triste y horrible, como estudiar Gramática. Marqués, ¿qué emoción tiene para usted necrópolis?
EL MARQUÉS: La de una pedantería académica.
RUBÉN: Necrópolis, para mí es como el fin de todo, dice lo irreparable y lo horrible, el perecer sin esperanza en el cuarto de un hotel. ¿Y Campo Santo? Campo Santo tiene una lámpara.
EL MARQUÉS: Tiene una cúpula dorada. Bajo ella resuena religiosamente el terrible clarín extraordinario, querido Rubén.
RUBÉN: Marqués, la muerte muchas veces sería amable si no existiese el terror de lo incierto. ¡Yo hubiera sido feliz hace tres mil años en Atenas!
EL MARQUÉS: Yo no cambio mi bautismo de cristiano por la sonrisa de un cínico griego. Yo espero ser eterno por mis pecados.
RUBÉN: ¡Admirable!
EL MARQUÉS: En Grecia quizá fuese la vida más serena que la vida nuestra…
RUBÉN: ¡Solamente aquellos hombres han sabido divinizarla!
EL MARQUÉS: Nosotros divinizamos la muerte. No es más que un instante la vida, la única verdad es la muerte… Y de las muertes, yo prefiero la muerte cristiana.
RUBÉN: ¡Admirable filosofía de hidalgo español! ¡Admirable! ¡Marqués, no hablemos más de Ella!
Callan y caminan en silencio. LOS SEPULTUREROS, acabada de apisonar la tierra, uno tras otro beben a chorro de un mismo botijo. Sobre el muro de lápidas blancas, las dos figuras acentúan su contorno negro. RUBÉN DARÍO y EL MARQUÉS DE BRADOMÍN se detienen ante la mancha oscura de la tierra removida.
RUBÉN: Marqués, ¿cómo ha llegado usted a ser amigo de Máximo Estrella?
EL MARQUÉS: Max era hijo de un capitán carlista que murió a mi lado en la guerra. ¿Él contaba otra cosa?
RUBÉN: Contaba que ustedes se habían batido juntos en una revolución, allá en Méjico.
EL MARQUÉS: ¡Qué fantasía! Max nació treinta años después de mi viaje a Méjico. ¿Sabe usted la edad que yo tengo? Me falta muy poco para llevar un siglo a cuestas. Pronto acabaré, querido poeta.
RUBÉN: ¡Usted es eterno, Marqués!
EL MARQUÉS: ¡Eso me temo, pero paciencia!
Las sombras negras de LOS SEPULTUREROS -al hombro las azadas lucientes- se acercan por la calle de tumbas. Se acercan.
EL MARQUÉS: ¿Serán filósofos, como los de Ofelia?
RUBÉN: ¿Ha conocido usted alguna Ofelia, Marqués?
EL MARQUÉS: En la edad del pavo todas las niñas son Ofelias. Era muy pava aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca!
RUBÉN: ¿No ama usted al divino William?
EL MARQUÉS: En el tiempo de mis veleidades literarias, lo elegí por maestro. ¡Es admirable! Con un filósofo tímido y una niña boba en fuerza de inocencia, ha realizado el prodigio de crear la más bella tragedia. Querido Rubén, Hamlet y Ofelia, en nuestra dramática española, serían dos tipos regocijados. ¡Un tímido y una niña boba! ¡Lo que hubieran hecho los gloriosos hermanos Quintero!
RUBÉN: Todos tenemos algo de Hamletos.
EL MARQUÉS: Usted, que aún galantea. Yo, con mi carga de años, estoy más próximo a ser la calavera de Yorik.
UN SEPULTURERO: Caballeros, si ustedes buscan la salida, vengan con nosotros. Se va a cerrar.
EL MARQUÉS: Rubén, ¿qué le parece a usted quedarnos dentro?
RUBÉN: ¡Horrible!
EL MARQUÉS: Pues entonces sigamos a estos dos.
RUBÉN: Marqués, ¿quiere usted que mañana volvamos para poner una cruz sobre la sepultura de nuestro amigo?
EL MARQUÉS: ¡Mañana! Mañana habremos los dos olvidado ese cristiano propósito.
RUBÉN: ¡Acaso!
En silencio y retardándose, siguen por el camino de LOS SEPULTUREROS, que, al revolver los ángulos de las calles de tumbas, se detienen a esperarlos.
EL MARQUÉS: Los años no me permiten caminar más de prisa.
UN SEPULTURERO: No se excuse usted, caballero.
EL MARQUÉS: Pocos me faltan para el siglo.
OTRO SEPULTURERO: ¡Ya habrá usted visto entierros!
EL MARQUÉS: Si no sois muy antiguos en el oficio, probablemente más que vosotros. ¿Y se muere mucha gente esta temporada?
UN SEPULTURERO: No falta faena. Niños y viejos.
OTRO SEPULTURERO: La caída de la hoja siempre trae lo suyo.
EL MARQUÉS: ¿A vosotros os pagan por entierro?
UN SEPULTURERO: Nos pagan un jornal de tres pesetas, caiga lo que caiga. Hoy, a como está la vida, ni para mal comer. Alguna otra cosa se saca. Total, miseria.
OTRO SEPULTURERO: En todo va la suerte. Eso lo primero.
UN SEPULTURERO: Hay familias que al perder un miembro, por cuidarle de la sepultura, pagan uno o dos o medio. Hay quien ofrece y no paga. Las más de las familias pagan los primeros meses. Y lo que es el año, de ciento, una. ¡Dura poco la pena!
EL MARQUÉS: ¿No habéis conocido ninguna viuda inconsolable?
UN SEPULTURERO: ¡Ninguna! Pero pudiera haberla.
EL MARQUÉS: ¿Ni siquiera habéis oído hablar de Artemisa y Mausoleo?
UN SEPULTURERO: Por mi parte, ni la menor cosa.
OTRO SEPULTURERO: Vienen a ser tantas las parentelas que concurren a estos lugares, que no es fácil conocerlas a todas.
Caminan muy despacio. RUBÉN, meditabundo, escribe alguna palabra en el sobre de una carta. Llegan a la puerta, rechina la verja negra. EL MARQUÉS, benevolente, saca de la capa su mano de marfil y reparte entre los enterradores algún dinero.
EL MARQUÉS: No sabéis mitología, pero sois dos filósofos estoicos. Que sigáis viendo muchos entierros.
UN SEPULTURERO: Lo que usted ordene. ¡Muy agradecido!
OTRO SEPULTURERO: Igualmente. Para servir a usted, caballero.
Quitándose las gorras, saludan y se alejan. EL MARQUÉS DE BRADOMÍN, con una sonrisa, se arrebuja en la capa. RUBÉN DARÍO conserva siempre en la mano el sobre de la carta donde ha escrito escasos renglones. Y dejando el socaire de unas bardas, se acerca a la puerta del cementerio el coche del viejo MARQUÉS.
EL MARQUÉS: ¿Son versos, Rubén? ¿Quiere usted leérmelos?
RUBÉN: Cuando los haya depurado. Todavía son un monstruo.
EL MARQUÉS: Querido Rubén, los versos debieran publicarse con todo su proceso, desde lo que usted llama monstruo hasta la manera definitiva. Tendrían entonces un valor como las pruebas de aguafuerte. ¿Pero usted no quiere leérmelos?
RUBÉN: Mañana, Marqués.
EL MARQUÉS: Ante mis años y a la puerta de un cementerio, no se debe pronunciar la palabra mañana. En fin, montemos en el coche, que aún hemos de visitar a un bandolero. Quiero que usted me ayude a venderle a un editor el manuscrito de mis Memorias. Necesito dinero. Estoy completamente arruinado desde que tuve la mala idea de recogerme a mi Pazo de Bradomín. ¡No me han arruinado las mujeres, con haberlas amado tanto, y me arruina la agricultura!
RUBÉN: ¡Admirable!
EL MARQUÉS: Mis Memorias se publicarán después de mi muerte. Voy a venderlas como si vendiese el esqueleto. Ayudémonos.
Pedro Domínguez, Daniel Lebrato, Maribel y Eladio. «El Convidado», Huelva, 1986. Foto Rodríguez.
Teatro. Es una manera, y quizá la mejor, de escapar del diario, de salir de un mundo realista. Nada más abrirse el telón, sabemos que todo lo que pase va a ser mentira, pura mentira que, a lo mejor, sin embargo, es eso que llamamos la verdad, o sea, el puto realismo que vuelve otra vez. Si el filósofo fue acusado de pervertir a la juventud, el profesor que yo fui también podría. Vayan a ver a Pedro Domínguez en Agnus Dei y, si no les gusta, pónganme una denuncia ante el tribunal de buenas costumbres.
DISPUTA DEL CLÉRIGO
Y DEL MAESTRO AJUGLARADO
–Valverde del Camino, 1984–
De un clérigo se cuenta y, por ende, no me callo
que anduvo en las paredes allá en el mes de mayo
quitándole un cartel, sañudo y sin desmayo,
al Teatro de La Paz, non es pequeño fallo.
Mencionelo en un Claustro sin ánimo enemigo,
que siempre cuando fablo me pienso lo que digo.
Dixo que no era çierto, quedé peor que un higo,
non supe que acusar exige un buen testigo.
Faciendo averigüanzas por ese derrotero
díxome Eladio Ortiz, alumno de tercero,
haberlo visto y visto doña Isabel Rentero
al clérigo que digo quitando aquel letrero.
Non quiero fer maldat a clérigo ninguno
pero creer que miento tampoco es oportuno.
Yo tengo mis testigos que acusan de consuno,
podéis echar la cuenta: ya son dos contra uno.
Siendo clérigo él, fablé en cuaderna vía,
que cada cual decida quién es el que mentía.
Yo pido por mis trovas lo que Ioan Ruiz pedía:
non juzguemos por uno a toda la maestría.
Compúsolo el maëstro
Daniel Lebrato
el año del Señor
del 84
El curso 82‑83 me destinaron como profesor de lengua y literatura al instituto de secundaria de Valverde del Camino, Huelva, plaza que había dejado vacante mi querido José María Delgado. Pues después de él no tienes nada que hacer aquí, me recibió ‑agradable‑ la delegada de curso de aquel cou de letras. Yo le repliqué que a mí en Valverde no se me había perdido nada y que en cuanto pudiese haría como José María: pedir traslado y salir pitando. Pasado aquel flechazo, Valverde vino a conquistarme cuatro años en los que fui feliz, tanto que ‑por miedo a mi propio declive o al desgaste de mi propia estrella‑ salí de allí con ánimo obligado (sabido es: no vuelvas a donde has sido feliz) de no volver nunca jamás. Corrían los cursos en jornada lectiva de mañana y tarde, salvo los viernes, y esas tardes de lunes a jueves se prestaban para que la muchachada y el profesorado se extendieran en actividades extraescolares. El 82 ganaría las elecciones el Psoe de Felipe González y Alfonso Guerra y el Psoe de Valverde del Camino tendría dos valverdeños muy bien situados en la nueva política andaluza. De Valverde eran el presidente del Parlamento autonómico y de Valverde el presidente de Diputación provincial. Manolo Becerro, teniente alcalde de Américo Santos y jefe del Psoe local, aireaba que a Valverde solo le faltaba una Giralda para igualar a Sevilla y un García Lorca como Granada. Fueron los años de la movida y de la reforma educativa, había dinero y ganas, para entendernos, y en cualquier pueblo de mediano tamaño como Valverde del Camino el instituto era la cima y suma del saber y de la inquietud cultural (la Universidad local) por encima del instituto de efepé (aunque no fuésemos clasistas, había clasismo en la enseñanza) y por encima de los varios colegios públicos, privados y concertados (sobre todos, los de monjas) que iban a dar al bachillerato con vistas a la verdadera Universidad, en Sevilla o Huelva capital. De modo que quien llevaba las actividades extraescolares en enseñanza media ejercía tanta o más influencia que la concejalía de cultura, plaza que recaía en un maestro o maestra que parecía inferior a la cátedra que desde el instituto impartía extraescolares con destino al mejor público que se podía tener: una juventud preuniversitaria y con ganas de comerse el mundo o de dejarse llevar detrás de quien supiera ofrecerle lo nuevo, lo inesperado, lo disruptivo con unos programas docentes que a toda costa había que innovar o contradecir. El caso es que el jefe Becerro, nada más conocer al profesor aquel que había venido de Sevilla con ganas de montar jaleo, se puso a mi disposición para organizar lo que fuese con todo el apoyo de propaganda y medios económicos casi hasta hacer de mi otro concejal de cultura en sintonía con el de verdad, maestro José Antonio Pérez Rite. Y el caso fue que a Becerro se le metió en la cabeza que la Giralda podía esperar pero García Lorca ya estaba allí, vivía en Barrio Viejo 1 y se llamaba Daniel Lebrato y su Teatro La Paz, La Barraca. Mañana les cuento cómo llegué a vicedirector.
Juan Manuel Rentero, el corifeo: «Ah desdichado Trigeo y desdichado pueblo griego.»
«Ah desdichado Trigeo y desdichado pueblo griego. Pobre ensalada de pueblos mal avenidos. Aquí será Troya y más. Todo se hunde. Nos comeremos el codo. Haremos de nuestros dientes caramelos consoladores.»
Aristófanes escribió La Paz el año 421 antes de nuestra era en plena Guerra del Peloponeso. El jueves 30 de junio de 1977 la Compañía Corral de la Pacheca estrenó en el teatro romano de Mérida La Paz, celebración grotesca sobre Aristófanes, de Francisco Nieva. Seis años más tarde, el domingo 10 de julio de 1983, en el cinema teatro de Valverde del Camino, la banda de Teatro La Paz estrenó su versión de Francisco Nieva que estuvo tres años por esos teatros de Dios. La última salida a escena fue el viernes 13 de junio de 1986 en Aracena.
La Paz dio guerra a la mediocridad y nombre a lo que fue Teatro La Paz. Después de La Paz vendría La señora Tártara, mucho Francisco Nieva, el hombre que nos dejó el mismo día que Leonard Cohen. Hay días que mejor no poner las noticias.
Pueblo y gente de Valverde: Recordad a Nieva en paz y sus palabras premonitorias en estos tiempos infames cuando realmente nos estamos comiendo el codo, a falta de otra cosa, y haciendo de nuestros dientes caramelos consoladores.
Eladio Ortiz, Luis Martín (el convidado) y Pedro Domínguez en EL CONVIDADO, de Martínez Mediero, por Teatro La Paz de Valverde del Camino (1986).
.
EL CONVIDADO
◊
El hombre convidó al banquete al número contado de los suyos. Uno habló de fondo y forma y formuló una teoría del alma y de la salvación a la medida del maestro del maestro, aquel que dijo conócete a ti mismo, chaval, que yo solo sé que no sé nada. Otro, contento con distinguir el agua del vino, elevó nada en sus manos, lo partió en dos y lo dio a sus discípulos diciendo: diréis antes de y después de. Y entraron los conquistadores. Ya tuvimos precolombinos que unir a los títulos que ya teníamos: precristianos, presocráticos. Desde entonces, el hombre es posterior a la historia, a la filosofía y a la religión. Quizá también a la literatura. Posdata de 1988. Su nombre no es Luzbel ni Vladimir Ilich. Desconoce a ese tal Borges. Puede pensar diluvios. Y está solo.
Arystón era un joven de 29 años en 1985, cuando Teatro La Paz de Valverde del Camino lo subió a escena. Entonces el personaje se debatía entre una realidad que no le gustaba y un deseo no aceptado de borrar con el pensamiento a quienes no soportaba, deseos que involuntariamente se vuelven en los poderes que encarna ‑como si Arystón le hubiese vendido su alma como al diablo‑ la Señora Tártara, la muerte, plasmación de las obsesiones y de los odios que van pasando por la cabeza del protagonista. Treinta años después, y ante la náusea que me provocan los telediarios con la terca complicidad del buenrollismo y de la solidaridad, me he imaginado que Arystón‑Tártara vuelve y anula con el pensamiento todo el horror y todo el buenismo que nos rodea.[1]
La Tártara se estrenó el viernes 1 de febrero de 1985 en el entonces Cinema Valverde y se representó seis veces más: La Zarza (domingo 28 de febrero, Día de Andalucía), Nerva (jueves 7 de marzo), Sanlúcar de Barrameda (Palacio Municipal, viernes 12 de abril), Cartaya (jueves 25 de abril, II Semana de Teatro), Riotinto (jueves 9 de mayo) y Huelva Capital (Escuela de Verano, lunes 1 de julio), representación esta que resultó la mejor pues por falta de algún actor, ya entrados en vacaciones y medio dispersa la compañía, hubo que dar sus voces a un narrador, lo que aligeró la obra y la hizo más refrescante para el verano, aunque las muertes seguían siendo las mismas. Solo Leona y Arystón se salvan siempre. Solo el amor, al fin y al cabo.
La señora Tártara, de Francisco Nieva, por Teatro La Paz (1986)
Treinta años después, habla Arystón:
Fabricantes y mercaderes de armas, los más fe ardientes yihadistas (unos que viven de anticiparnos lo que será el infierno y otros que matan y mueren por no esperar el cielo que les tienen prometido), todos, todos, también yo, que les deseo la muerte, preferiríamos que no muriera nadie, preferiríamos no matar. Ocurre que razones ni buenos modos, nada, nada nos libra de quienes nos quitan la vida y nadie los cesa ni dimiten ni se jubilan ni se retiran. Que desaparezcan, entonces, es cuestión de justicia poética, legítima defensa, eutanasia universal. En defensa propia, y dado que esos tales, que presumen de democracia, jamás se presentan a reelección o, si se presentan, alguien podría hasta votarles, desde aquí deseo que se mueran, que se mueran, que se mueran sin dejar rastro ni descendencia, no digamos tiranos y dictadores, digo monarcas en ejercicio, militares en activo, mercenarios, soldaditos a sueldo o por la patria, presidentes, ministros, mandatarios, ejecutivos y portavoces de la explotación y el beneficio. Y deseo que se mueran junto al personal uniformado que tiene al mundo en su punto de mira o bajo su bota a lo que queda del hombre, si esto es un hombre, en hombres y en mujeres que por interés o simpatía los apoyan o los critican pero, en todo caso, los sostienen. Las víctimas de la ira se dividirán según la escala que regía en la corte del faraón del Antiguo Egipto. Será la última pirámide.
Fabricantes y mercaderes de armas, los más fe ardientes yihadistas (unos que viven de anticiparnos lo que será el infierno y otros que matan y mueren por no esperar el cielo que les tienen prometido), todos, todos, también yo, que les deseo la muerte, preferiríamos que no muriera nadie, preferiríamos no matar. Ocurre que razones ni buenos modos, nada, nada nos libra de quienes nos quitan la vida y nadie los cesa ni dimiten ni se jubilan ni se retiran. Que desaparezcan, entonces, es cuestión de justicia poética, legítima defensa, eutanasia universal. En defensa propia, y dado que esos tales, que presumen de democracia, jamás se presentan a reelección o, si se presentan, alguien podría hasta votarles, desde aquí deseo que se mueran, que se mueran, que se mueran sin dejar rastro ni descendencia, no digamos tiranos y dictadores, digo monarcas en ejercicio, militares en activo, mercenarios, soldaditos a sueldo o por la patria, presidentes, ministros, mandatarios, ejecutivos y portavoces de la explotación y el beneficio. Y deseo que se mueran junto al personal uniformado que tiene al mundo en su punto de mira o bajo su bota a lo que queda del hombre, si esto es un hombre, en hombres y en mujeres que por interés o simpatía los apoyan o los critican pero, en todo caso, los sostienen. Las víctimas de la ira se dividirán según la escala que regía en la corte del faraón del Antiguo Egipto. Será la última pirámide.
Arystón era un joven de 29 años en 1985, cuando Teatro La Paz de Valverde del Camino lo subió a escena. Entonces el personaje se debatía entre una realidad que no le gustaba y un deseo no aceptado de borrar con el pensamiento a quienes no soportaba, deseos que involuntariamente se vuelven en los poderes que encarna ‑como si Arystón le hubiese vendido su alma como al diablo‑ la Señora Tártara, la muerte, plasmación de las obsesiones y de los odios que van pasando por la cabeza del protagonista. Treinta años después, y ante la náusea que me provocan los telediarios con la terca complicidad del buenrollismo y de la solidaridad, me he imaginado que Arystón‑Tártara vuelve y anula con el pensamiento todo el horror y todo el buenismo consolador que nos rodea.
La Tártara se estrenó el viernes 1 de febrero de 1985 en el entonces Cinema Valverde y se representó seis veces más: La Zarza (domingo 28 de febrero, Día de Andalucía), Nerva (jueves 7 de marzo), Sanlúcar de Barrameda (Palacio Municipal, viernes 12 de abril), Cartaya (jueves 25 de abril, II Semana de Teatro), Riotinto (jueves 9 de mayo) y Huelva Capital (Escuela de Verano, lunes 1 de julio), representación esta que resultó la mejor pues por falta de algún actor, ya entrados en vacaciones y medio dispersa la compañía, hubo que dar sus voces a un narrador, lo que aligeró la obra y la hizo más refrescante para el verano, aunque las muertes seguían siendo las mismas. Solo Leona y Arystón se salvan siempre. Solo el amor, al fin y al cabo.