La última pirámide

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LA ÚLTIMA PIRÁMIDE

La señora Tártara, de Francisco Nieva, por Teatro La Paz (1986)

Treinta años después, habla Arystón:

Fabricantes y mercaderes de armas, los más fe ardientes yihadistas (unos que viven de anticiparnos lo que será el infierno y otros que matan y mueren por no esperar el cielo que les tienen prometido), todos, todos, también yo, que les deseo la muerte, preferiríamos que no muriera nadie, preferiríamos no matar. Ocurre que razones ni buenos modos, nada, nada nos libra de quienes nos quitan la vida y nadie los cesa ni dimiten ni se jubilan ni se retiran. Que desaparezcan, entonces, es cuestión de justicia poética, legítima defensa, eutanasia universal. En defensa propia, y dado que esos tales, que presumen de democracia, jamás se presentan a reelección o, si se presentan, alguien podría hasta votarles, desde aquí deseo que se mueran, que se mueran, que se mueran sin dejar rastro ni descendencia, no digamos tiranos y dictadores, digo monarcas en ejercicio, militares en activo, mercenarios, soldaditos a sueldo o por la patria, presidentes, ministros, mandatarios, ejecutivos y portavoces de la explotación y el beneficio. Y deseo que se mueran junto al personal uniformado que tiene al mundo en su punto de mira o bajo su bota a lo que queda del hombre, si esto es un hombre, en hombres y en mujeres que por interés o simpatía los apoyan o los critican pero, en todo caso, los sostienen. Las víctimas de la ira se dividirán según la escala que regía en la corte del faraón del Antiguo Egipto. Será la última pirámide.

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LA SEÑORA TÁRTARA

La señora Tártara, de Francisco Nieva, por Teatro La Paz (1985)

Arystón era un joven de 29 años en 1985, cuando Teatro La Paz de Valverde del Camino lo subió a escena. Entonces el personaje se debatía entre una realidad que no le gustaba y un deseo no aceptado de borrar con el pensamiento a quienes no soportaba, deseos que involuntariamente se vuelven en los poderes que encarna ‑como si Arystón le hubiese vendido su alma como al diablo‑ la Señora Tártara, la muerte, plasmación de las obsesiones y de los odios que van pasando por la cabeza del protagonista. Treinta años después, y ante la náusea que me provocan los telediarios con la terca complicidad del buenrollismo y de la solidaridad, me he imaginado que Arystón‑Tártara vuelve y anula con el pensamiento todo el horror y todo el buenismo consolador que nos rodea.

 

La Tártara se estrenó el viernes 1 de febrero de 1985 en el entonces Cinema Valverde y se representó seis veces más: La Zarza (domingo 28 de febrero, Día de Andalucía), Nerva (jueves 7 de marzo), Sanlúcar de Barrameda (Palacio Municipal, viernes 12 de abril), Cartaya (jueves 25 de abril, II Semana de Teatro), Riotinto (jueves 9 de mayo) y Huelva Capital (Escuela de Verano, lunes 1 de julio), representación esta que resultó la mejor pues por falta de algún actor, ya entrados en vacaciones y medio dispersa la compañía, hubo que dar sus voces a un narrador, lo que aligeró la obra y la hizo más refrescante para el verano, aunque las muertes seguían siendo las mismas. Solo Leona y Arystón se salvan siempre. Solo el amor, al fin y al cabo.

Teatro La Paz eran (por orden alfabético):

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Arturo Carrasco

Belén López

Daniel Lebrato

Eladio Ortiz

Eulogio Rabadán

Fernando Murillo

Francisco José Garrido

Isabel Rentero

Joaquín Romero

Juan Duque

Juan Martínez

Juan Senra

María del Mar González

Paco Romero

Pepa Arrayás

Ramón Picón

Sebastián Forero

Tere Duque Reina

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/ a todos, gracias /

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visita a álbum de fotos La señora Tártara

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Daniel Lebrato, 21 junio 2016

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