La guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto la decrepitud de las ideas que nos sustentan. Y es que, aunque aparentemente nos dividamos según las ideologías o el color del partido político que votemos, hombres y mujeres nos dividimos en gente de paz y gente de guerra, donde gente actúa como un caracterizador genérico: y de guerra es lo mismo Churchill que su soldado; Charles de Gaulle que toda la narrativa francesa sobre la Mundial, Primera o Segunda, tipo Casablanca o Nos vemos allá arriba.
De guerra es usted, lector, lectora, que impulsa en su pancarta el No a la guerra (no a una guerra, en realidad), pero sostiene con sus ideas o con sus impuestos las fuerzas armadas que son el Ejército español y el Ministerio de Defensa, por supuesto, con sus misiones de paz y sus respuestas humanitarias de acogida de refugiados al reclamo de la comunidad internacional.
Desde 2001, la mili voluntaria, y no forzosa, hurtó a España (ese Estado de Derecho) el derecho humano elemental a la Objeción de Conciencia. Sin mi objeción, también fiscal y contributiva, mi NO A LA GUERRA no vale nada. Pero tampoco vale, es trampa ventajosa, hablar por TODOS LOS ESPAÑOLES (por la Unidad de España, contra Eta o a favor de un resultado en Ucrania).