Un autor amigo mío llevaba años con una doble vida literaria. Escribía en Word© al teclado de su ordenador y publicaba en libro de papel: presentación y firma, ferias y librerías. Hábil usuario de las modernas tecnologías, mi amigo nos convocaba a sus actos sociales mediante avisos en redes o por correo electrónico. O sea, con un pie en la imprenta y otro en internet (entre Gutenberg y Google), aquel escritor era un buen publicista.
Pasado un tiempo que algún título de los suyos se descatalogaba (por agotar existencias o por quedar libre de obligaciones de copyright), nuestro hombre daba esa obra ya descatalogada a quien la pidiera por privado. Su oferta, generosa y gratuita, era el pdf correspondiente.
Pero el pdf (antes facsímil) obliga a quien lo recibe a una buena impresora y a sacar folios por un tubo (de tinta) y no se deja leer cómodamente por pantalla o dispositivo.
Quien ofrezca su libro a quien lo pida, tenga en mente al santo patrón de todo esto: Juan Ruiz Arcipreste de Hita (1283-1350) con la salvedad que si cualquiera “añade o enmienda” lo que uno ha escrito estaríamos apañados. [1]
Hay formas de hacer indeleble nuestro pie de la letra. Con crear nosotros y compartir con nuestra gente una copia de nuestro original como texto sin formato (que se abre con el bloc de notas y es compatible con Kindle) es suficiente. Nadie de nuestra confianza nos va a alterar nada. Contra el albur de algún desaprensivo, lo mejor es exponer nuestra obra en Blogspot, WordPress o similares. Nuestros escritos estarían para leer por pantalla en lenguaje html adaptable a tamaño de letra al alcance de vistas cansadas, presbicias o hipermetropías. [2]
Cada día crece el número de lectores en portátil, ebook, Kindle o libro electrónico. Pasa que, por viejos reparos y antiguas alabanzas al libro libro, esa digitalización de la lectura rara vez se dice a boca llena.
La gran ventaja. Ya podríamos quejarnos de manera distinta de esa juventud que está “siempre enganchada” a la maquinita. Tal vez, tal vez, esa niña o ese joven que anda enganchado lo está leyendo a usted.

[1] Libro de Buen Amor: «Qualquier omne que loya, si bien trobar sopiere,/ más á í a añedir e emendar, si quisiere;/ ande de mano en mano a quienquier que.l pidiere,/ como pella a las dueñas, tómelo quien podiere.»
[2] Desde que existe la edición digital, los derechos de copyright no pasan necesariamente –como era antes– por registro en ISBN o sociedad de autores. Un texto es mío desde que lo publico. En caso de pleito, no fallará otra cosa un tribunal.