la bicicleta y el lince ibérico.

Bicicletas matriculadas (La Enramadilla 1964)

Es evidente que la ciudad de Sevilla no es más feliz, gracias a la bici, ahora en 2018 que en 2005, cuando empezó el Plan Bici. Para qué entrar en detalles: se llama segregación, por decir saque usted la bicicleta de donde estaba (vehículo dgt con derecho a matrícula como el resto de los vehículos) y hágale itinerarios propios por donde la nueva bici discurra.

Hablábamos del «Carril‑bici, ¡ya!» que pedían las pegatinas, donde carril ni siquiera tenía que ser una alfombra roja cuando el ancho de las calles no daba para tanto: nos podía bastar el lado derecho de las calzadas (reservado al tráfico más lento y más templado) y, en calles de sentido único (para los coches), la libre circulación de las bicicletas a contramano (siempre según los coches) con tal de respetar los sentidos o direcciones preferentes y sin olvidar el ceda el paso a vehículos más rápidos que, cediéndoles el paso, la bicicleta se quitaba de encima, quiere decir de detrás y bufándonos con sus motores.

En vez de esa coexistencia educada y pacífica, el plan de IU y de Acontramano fue como el célebre anuncio de gaseosa La Casera: «Si no hay carril‑bici, ¡nos vamos!» Nos vamos, sí, mucho orgullo bici por esa parte pero ninguno para reconocer que aquel plan (discutible pero reconocible) se fue viniendo abajo por mengua de presupuestos para la obra pública (crisis de 2007 y cierre de las subvenciones europeas) y por falta de voluntad política por la parte Psoe que al plan tocaba (áreas de urbanismo, tráfico y transporte, siempre en poder del Psoe, desde donde se petardeaba el plan bici, y ahí siguió el feroz adoquinado de las calles del casco antiguo, brutal pavés para las bicis).

Sea como sea, Acontramano Izquierda Unida jamás hizo una lectura política de su pérdida de influencia y de cómo, lo que empezó en carril‑bici, pasó a acera‑bici y, de ahí, a itinerarios bici para acabar en brochazo por el suelo: itinerario de uso compartido por zonas peatonales, o sea, a costa de las personas que ya eran felices porque iban andando (patrimonio mejor no tienen las ciudades).

Resultó que la supuesta mejora de calidad de vida de las bicis se hizo a costa del grupo que ya vivía feliz con que lo dejaran en paz (porque lo peatonal es no tener que mirar ni por donde pasas ni por donde pisas). De pronto, viandantes tuvieron que atender al paso de bicicletas (y, de regalo, el del metro: la cifra de ese urbanismo se junta y se expresa muy bien por la Avenida de la Constitución, barbaridad contra la libre expresión de las personas y de las bicis y, si apuramos, hasta del cuerpo de conductores de tranvías).

Desde que se conoce (aunque sea el Borrador) la ordenanza de Madrid de Unidos Podemos para la bici, Sevilla la modélica debería dejar de ser un referente para municipios que se miran en Sevilla y que en hora electoral se limitan a pedir red de carril como si la red fuese una gran cosa y, lo que es peor, como si fuese barata y como si fuese exhaustiva (es decir, tan completa como ya es la suma de la red general de calles y avenidas).

Final. Gente de bien que cuida el lince ibérico, ¿por qué no ha cuidado la bicicleta de los abuelos y su entorno como ha cuidado de Doñana? Se admiten ideas.


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