crítica a la crítica de costumbres.

Titánic
la juventud, a bordo del Titánic

Una rara idea de esta vida me impide criticar a quienes me vienen detrás, después de tanto tiempo que he tenido yo, el profesor (y mi generación de profesores y maestros, de periodistas y políticos, y filósofos y científicos, y escritores y lectores, y revolucionarios y progresistas, y artistas y gente culta, dicho sea en masculino y femenino), para educar o conformar, en el sentido de dar forma, y ni hemos educado ni hemos conformado nada.

A mi generación, pues, esa es mi cuenta y mi reproche, que es la que sigue haciendo el ridículo. Ridícula, la exaltación de la generación de Ortega y Gasset o Manuel Chaves Nogales. Ridícula, la exaltación del exilio español, gente bien que dijo a la República ahí te quedas y hoy pasa por patriota. Ridícula, la exaltación de la República incapaz de abolir el ejército que se levantaría contra ella y, ridícula, esta España que aún no ha enterrado a Franco ni desenterrado a gente buena que sigue por las cunetas. Ridículos y amañados, los libros de texto que inculcamos a nuestra chavalería en clase, sombras plagadas de mentiras disfrazadas de cultura.

Ridícula, la Transición del 78 en España, del 89 en el mundo, y quienes saludaron la caída del Muro de Berlín y ahora en su muro de Facebook lamentan la deriva de la historia reciente. Todo, todo, menos nombrar al Imperio por su nombre. Qué fácil decir sociedad, mundo en que vivimos, jóvenes, juventud, costumbres, como si quienes hoy pasamos de los sesenta no fuésemos, al fin, padres y madres, cristales o espejos donde una generación se hizo y se deshizo.

Ahora que no hay grandes partidos comunistas (¡qué larga la sombra del anticomunismo!), yo sigo nombrando al capitalismo por su nombre y me sigo cagando en sus muertos y en sus vivos. (“¡Son sus valores, estúpido!”) Aunque capitalista sea mi cuenta en Santander y mi Visa Máster Card.

La joven tripulación, con capitanes profesorado como nosotres (incapaces ni de poner las vocales a la altura de los tiempos), la juventud, o sea, milagro no nos salga terrorista ni haya prendido fuego al mundo que le hemos dejado en herencia. Milagroso, quien, de uno en uno, se salve del naufragio.


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