La gente está obligada a preguntarse para qué ser madre o padre. Porque las viejas bases de la familia han cambiado. La mayoría no siente necesidad de prolongar el apellido por motivos de herencia ni tampoco razones de asistencia cuando llegue la vejez. Y hay mucha criatura en adopción por el mundo. ¿Para qué parir, entonces? Mientras cada persona despliega su abanico de respuestas, todas ellas comprensibles, la prolongación de un ser en otro ser a través del parto -su educación y mantenimiento- no debería contar, ni un euro así, con el presupuesto del Estado.