Existen libres de tasas, de impuestos o imposiciones, de cargas, de prejuicios, de compromiso. Existen libres y esclavos, libres y propietarios, libres de halógenos, de acidez o de reflujo, libres del mal o libres del pecado. Libre, un taxi libre y una canción de Nino Bravo. Libros libres, ese Quevedo, y personas de pensamiento libre que se quieren libres al fin del mal que nos rodea, a la manera de José Antonio Moreno Jurado, quien nos remite a la Epístola moral a Fabio, esa que acaba:
«Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al alto fin que aspiro
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.»
Para acabar con el mal que nos rodea, hay que acabar con la libertad de mendigar y hay que acabar con la libertad de dar o no limosna y de seguir a nuestras compras, a nuestras copas, a nuestra casa: todo es seguir libres como sin nada.
–enlace a la Epístola de Andrés Fernández de Andrada (1575‑1648) en la página Apolo y Baco.
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