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El otro día, hablando en un programa de radio sobre el plan bici y lo que ha dado de sí en la ciudad de Sevilla, propuse que seamos nosotros, ciclistas, quienes vaciemos de bicicletas aceras e itinerarios peatonales compartidos, y se los devolvamos a las personas andando, al Ayuntamiento, a Sevilla.
Y pienso ahora que la implicación de oenegés, asociaciones y grupos de opinión con el estado de cosas y con el Estado del Bienestar, hace que al final esas entidades, que supuestamente luchan por nosotros o nuestros intereses, son ya el Estado y que lo mismo que en la vieja objeción el individuo se plantaba contra el servicio militar obligatorio asociado a la patria, así tendríamos que extender la objeción a todo lo asociado a conceptos como democracia, solidaridad, defensa de supuestos valores, que en realidad son valores precocinados. Y hacernos objetores de conciencia de todo lo que transmite, sostiene o apoya esa visión del mundo que es Occidente, lo que incluye objetar no solo del Estado y de la clase política, sino de toda institución, oenegé o grupo que se haya hecho cómplice y parte del mismo: por ejemplo, el plan bici que me tienen prometido. No lo quiero. Yo, ciclista por la calzada, doy mi parte en el presupuesto para causas que más lo necesiten. Sé que a esta hora un padre duda si coger la bici con su hijo entre el tráfico general y sé que un niño sufre en Alepo, otro se ahoga en el Estrecho y niñas son violadas sistemáticamente. Pónganme al habla con el padre y con sus padres y madres y, estos, con el clérigo que los guía, con el dios al que rezan o con el presidente de la metrópoli que dejó su país hecho una mierda; su ciudad, un paraíso para los coches. Pero de causas parciales supuestamente humanitarias que utilizan menores como escudos humanos, déjenme en paz, que no me quiero salvar. [Letra y canción de Víctor Manuel]
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