APOSTILLAS A “EL ÁNGEL REBELDE”
–Lectura de El Sacrificio de Isaac–
Escribe Rosa Sánchez: «El cura Ángel. Todo un personaje. A pesar de que sus clases no me gustaban lo más mínimo, por parecerme aburridas y por las broncas que nos caían día sí, día también, lo recuerdo con cariño y la noticia de su muerte me entristeció mucho. Muchas veces me acuerdo de él al pasar junto a la iglesia de Santa Aurelia.»
Leído lo cual, habría que hablar mucho de cómo los profes de religión no son profes en el sentido de una didáctica o de una vocación, o de haber pasado el CAP, sino obligados a hacer eso que se llama dar testimonio de la fe y de la Iglesia. Sin vocación de profesor ni fe en la institución, el cura Ángel se parecía al San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno y también al Nazarín, de Galdós y Buñuel (película que os recomiendo que veáis). Ángel Esteban calzaba el mal humor del Yahvé del Antiguo Testamento, el de las zarzas, los diluvios, las plagas, las travesías del desierto y de los sacrificios. ¿Habrá prueba más caprichosa ‑padres, madres‑ que pedirle a un hombre el sacrificio de un hijo? Esas historias (sagradas) ponen espanto y tuvo que llegar el Dios del Nuevo Testamento para humanizarse. Es la diferencia entre el Dios Bíblico y el Dios Evangélico, humano, demasiado humano (y no político: Jesús de Nazaret no fundó ni se apuntó a ningún partido), que es el que encanta al cristianismo de base, al margen de la pompa, de la jerarquía y de los lujos mundanos de la Iglesia. El drama de Ángel Esteban fue ser profesor en tiempos de la Reforma Educativa. Ángel era un tipo siempre en otro lado del que ocupaba contigo en clase o en el recreo tomando café y fumando con los pocos profes que éramos sus amigos. Todo, fatal para los infartos que tuvo. La culpa del mal (o buen) profesor que fue la pague la empresa que lo nombró, la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía y la Diócesis de Sevilla, que gusta poner curas y párrocos de proximidad en colegios e institutos. Ángel se vio condenado a dar clases por ser cura de Santa Aurelia. Pero él hubiera hecho con vosotros lo que Dios con Abraham: poneros una prueba y daros nota si la aprobabais. El impaciente Ángel debió ver a su alumnado como Jesús a los mercaderes en el templo: ¿Pero qué hace esta gente aquí? Y la emprendería a latigazos. Os puedo asegurar que, como cura de base que era, hablaba siempre bien de vosotros, más como víctimas del sistema que como culpables de nada. Ojalá lo recordéis como yo lo recuerdo. Con amor y dulzura. Y el látigo, no a las personas: a las instituciones.