Yo creía que el bipartidismo era asunto PP PSOE, y también Izquierda Unida está ahí metida. IU es un caladero de artistas y gente de la cultura más radicales que el PSOE pero muy dentro de la ideología del Bienestar, del PSOE, actitud en que coincide la generación que ahora tiene mínimo 50 años con la generación de sus hijos, de 35, que ha dado vida a Podemos. Son personas que, al vivir del ocio, no tienen la visión calvinista del trabajo duro propia de la derecha empresarial, como el dueño de Mercadona. La crisis los pilló en el lado bueno de la vida, junto a los oficios intelectuales, liberales o de cuello blanco y sin corbata: profesores, periodistas, políticos, carreras todas que estudiaron no para trabajar sino para trabajar lo menos posible y por huir de los trabajos peor pagados, más físicos y más desagradables. Elitistas y señoritos, son de una izquierda estética muy alejada de la izquierda sincera y total, que sería la actitud de quien está dispuesto a cuestionarse a sí mismo y a su grupo y a perder parte de sus privilegios, si es que hubiera que repartirlos. García Montero, el No a la guerra, la SGAE, quienes quieren el iva reducido para la cultura son buenas personas que no quieren añadir más dolor al que ya hay (aunque fue el PSOE de Zapatero con UGT y Comisiones quien adoptó las primeras medidas dictadas por la Troika contra los trabajadores) pero menos quieren todavía perder el estatus que les daba papá Estado. El engaño (o el truco si lo hacen queriendo) consiste en identificar el quién con el qué, su persona con los oficios del ocio de los que quieren seguir viviendo. Confunden arte con artistas, cultura con universidad, progreso con I+D, música con músicos, poesía con poetas. ¿Salida de la crisis? Que el empresariado vuelva a hacer cómoda la vida de las clases trabajadoras para que siga habiendo público para sus películas, exposiciones o libros publicados, todo ello protegido por el copyright, la SGAE y leyes antipiratería. Ahí termina lo progresista de este grupo: un capitalismo feliz: que siga siendo la empresa empresa; los trabajadores, trabajadores; y los artistas, artistas. Y porque alguna vez se sumaron a consignas humanitarias (No a la guerra, Stop desahucios) parecen radicales ante la real política. Y no. No pueden ser antisistema de un sistema que les da, mal que bien, de comer. Y no es que yo quiera echarlos al paro. La primera ley del trabajo debería ser la de derechos adquiridos, incluyendo el salario mínimo social para probados artistas mendicantes. No hay estampa más cruda que el despido ni peor oficio que los oficios del no: callejeros, ambulantes, petitorios de monedas por las calles comerciales. Vivir una persona sin trabajo, sin ingresos, sin pensiones, sin techo, es lo primero que debería estar prohibido. Lo que pasa es que el grupo arte y cultura, tan alejado de las clases trabajadoras, tan lloroso de su mileurismo cuando y donde había quinientismo, tampoco puede pedir para sí lo que no está pidiendo para los demás, ¿n’est ce pas?
Ser progresista o de izquierdas no depende de una militancia, de una definición personal ni de una etiqueta que te cuelguen otros; tampoco, de los signos externos de nuestra vida. Depende de la respuesta a estas tres cuestiones (de poner en cuestión, en duda). Ser (o no ser) partidarios de la igualdad. Ser (o no ser) críticos con la división social del trabajo. Y ser (o no ser) críticos con el trabajo, entendido como algo que unos demandan y otros ofrecen o que unos hacen para sí (empresarios y autónomos) y otros hacen para otro (trabajadores por cuenta ajena). Responder a estas preguntas no cuesta nada; soñar, tampoco. El mundo seguiría siendo el que es pero nuestras conversaciones irían más a tono con la miseria que nos rodea. Si eso se llama izquierda, progresista o revolucionario, qué más nos da. El caso es matar al mediocre que llevamos dentro, al malaconciencia o al tontolaba que va por la vida de poeta sin haber escrito un solo verso y para que otros vayan de fregona. Si usted es partidario de la igualdad es usted un 33 por ciento progresista. Ya es algo. Usted estará en contra de la desigualdad inherente a las tres vías de la enseñanza (la pública, la privada y la concertada) y estará en contra de las mujeres tapadas por obediencia islámica mientras sus varones vayan destapados. No está mal. Si, además, es usted consciente de lo que significa la división social del trabajo, es usted progresista un 66 por ciento, nivel 2. Ya no se escandalizará porque un fontanero sin estudios le cobre más por una avería que arregla en cinco minutos que lo que gana usted, como profesor, dando una hora de clase. Ni dirá que hay que hacer bien cada uno su trabajo, cuando hay trabajos de los que usted sería el primero en escaquearse si no fuera por jornal por bombona repartida, por diamante extraído o por mamada hecha a quien la paga. Y si usted distingue esfuerzo de trabajo y cuestiona el trabajo, que es que alguien trabaje para otro produciendo mercancías, bienes de uso (no poemas ni melodías, por mucho que nos alimenten la música y la poesía), entonces es que usted está en contra de la explotación del hombre por el hombre, de mujeres y hombres, incluso aunque usted la practique. Usted sería progresista 99 por cien. Ya puede usted votar, opinar, parecer, presumir o disimular: usted sabrá estar a la altura cuando la historia pase por su puerta o por su Facebook. El cien se lo lleva quien tenga en la cabeza una ética como de mártir cristiano ante los leones: de cada uno, según su capacidad y, a cada uno, según su necesidad. Ya que la humanidad no puede dejar de trabajar, que sea bajo ese lema. Mejor no se conoce y lo demás son excusas. Excusas para no dar golpe y que los den y los reciban los demás.
Daniel Lebrato, Ni tontos ni marxistas, Ni cultos ni demócratas, 6 del 8 de 2015