Manuel Delgado Cabeza, Una economía transformadora: de la acumulación de capital al cuidado de la vida, Portal de Andalucía, 5 octubre, 2022 (extracto interesado)
ilustración: El idiota moral (homo economicus). José Francisco González Ramírez.
La forma dominante de enriquecimiento está provocando una fuerte concentración de la propiedad, una aceleración de la polarización social y un aumento progresivo en las cuatro fuentes de tensión en el conflicto entre el capital y la vida: el trabajo asalariado, la esfera de los cuidados, la explotación de la naturaleza y la de los pueblos sometidos del Sur que se dedican a exportarla a cambio de una muy baja remuneración.
La apropiación desde fuera de la riqueza generada en Andalucía se encubre presentando el intercambio desigual que tiene lugar aquí como resultado del libre mercado, cuando es el poder de las grandes corporaciones multinacionales que gobiernan las cadenas de valor en la agricultura, el turismo o la minería las que consiguen imponer las condiciones que convierten a estas tareas extractivas en las peor remuneradas dentro del sistema.
Manuel Delgado Cabeza, Una economía transformadora: de la acumulación de capital al cuidado de la vida, Portal de Andalucía, 5 octubre, 2022 (extracto interesado)
Cuando José Saramago recogió el Premio Nóbel de Literatura en 1998 empezó su discurso diciendo:
—El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir.
Evidentemente Saramago no quería decir que para ser sabio es necesario no saber leer ni escribir. Pero sí reivindicaba una sabiduría que no tiene nada que ver ni con la enseñanza reglada recibida ni con la cantidad de información que se tiene o se recibe. Se puede decir que el escritor asociaba la sabiduría a una determinada manera de entender la vida. Una forma de mirar propia de muchas comunidades campesinas en cuyas culturas es central la importancia de los vínculos; la conexión de cada miembro consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Conexiones y vínculos desde los que el campesinado atendía su propósito: para vivir, había que mantener la vida, la suya y la del entorno del que se dependía.
Por eso se puede decir que en estas culturas hay una importante dimensión espiritual como el reconocimiento de una estancia por encima de nosotros; en este caso, la trama de la vida, que unifica todo lo existente. Ante esta trama de la vida en estas culturas hay una actitud de humildad, de respeto, y de reconocimiento y aceptación de los límites.
En lo social, esta huida tiene su máximo exponente en lo que Almudena Hernando ha llamado la fantasía de la individualidad. Una individualidad que se construye negando la importancia de lo relacional, de las relaciones afectivas, desde la exaltación de la razón y la mente e invisibilizando las emociones, sobre todo las relacionadas con los afectos y los cuidados, que se suponen propias de las mujeres y de los pueblos sometidos del Sur, ambos inferiorizados y negados como sujetos completos.
Por eso, el discurso en que vivimos es un delirio que supone no solo negar algo tan evidente como que somos vulnerables y que somos interdependientes; también implica la subordinación de la mitad de la población humana (las mujeres) que sostienen los vínculos afectivos y de cuidados que los hombres niegan a la vez que los necesitan de manera perentoria.Una fantasía que en lo económico se encarna en el Homo Economicus, que es un individuo que usa solo su racionalidad utilitaria, ausentes las emociones, sin restricciones morales ni éticas, que persigue su propio interés. Un ser que no se dudaría en calificar de psicópata.
La otra vertiente de esta huida de la condición humana se hace sobre todo desde la economía, que es desde donde se gobierna todo lo demás. Es la huida a partir de la negación de los límites que la realidad social y ecológica imponen al crecimiento y la acumulación de capital. Para desprenderse de estos límites la economía se aísla, se encierra en el universo de los valores monetarios, desconectándose así de lo social y de los ingredientes físicos, materiales y energía, que requieren los procesos económicos. Tratando de presentarse así una economía que no está anclada a la tierra, flotando separada de todo lo real. De modo que a la fantasía de la individualidad se le une otra enajenación a la que podríamos llamar la fantasía de la ingravidez, como señala Yayo Herrero el capitalismo tiene una lógica extraterrestre.
El sistema se vale de lo que José Manuel Naredo viene llamando la metáfora de la producción, llamando producción a lo que es mera extracción y deterioro de bienes preexistentes; así se evita la idea de pérdida que tiene lugar cuando extraemos, sustraemos, algo que ya existía y se sustituye por la ilusión siempre positiva de producción, que al expresarse en términos monetarios nos aleja de los límites. En el caso de la explotación de género (las mujeres) el encubrimiento se procura colocando este dominio de los cuidados fuera de la esfera productiva, monetaria, invisibilizando un trabajo esencial para el funcionamiento de lo económico pero que, como en el caso de la naturaleza, se desprecia tomándolo como recurso gratuito y supuestamente inagotable. Para este enfoque, ni la naturaleza ni el trabajo de cuidados producen riqueza. En una economía que confunde la creación de riqueza con la aparición de valores monetarios, no es posible la apropiación de algo que previamente no existe.
Por esta vía se oculta también la explotación de los pueblos que se dedican a exportar naturaleza, como es el caso de Andalucía. Porque la degradación y la depredación que sufre su patrimonio natural no se contabiliza; son costes que permanecen fuera de lo monetario, fuera de lo económico. La apropiación desde fuera de la riqueza generada en Andalucía se encubre presentando el intercambio desigual que tiene lugar aquí como resultado del libre mercado, cuando es el poder de las grandes corporaciones multinacionales que gobiernan las cadenas de valor en la agricultura, el turismo o la minería las que consiguen imponer las condiciones que convierten a estas tareas extractivas en las peor remuneradas dentro del sistema.
A todos estos modos de prestidigitación hay que añadir la última fórmula que en el sistema se ha encontrado para alejar los límites que imponen la realidad social y la naturaleza a la acumulación de capital. Para evitar los inconvenientes que la reproducción de capital encuentra en la esfera productiva se ha emprendido una huida hacia arriba, hacia la órbita financiera, convirtiéndose la especulación en la forma predominante de hacer dinero. Ahora el enriquecimiento de los ricos es consecuencia de una revalorización de activos financieros, inmobiliarios y otros; del aumento del precio de las acciones, títulos, inmuebles, y otros bienes, adquiridos muchos de ellos con lo que se ha obtenido en revalorizaciones anteriores. Así, como resultado del predominio de estos modos de enriquecimiento a partir de procesos puramente especulativos, desde 2008 y mientras se recorta casi todo lo social, el valor del patrimonio de las 200 grandes fortunas se ha multiplicado casi por tres.
Esta forma predominante de enriquecimiento está provocando una fuerte concentración de la propiedad, una aceleración de la polarización social y un aumento progresivo en las cuatro fuentes de tensión en el conflicto entre el capital y la vida: el trabajo asalariado, la esfera de los cuidados, la explotación de la naturaleza y la de los pueblos sometidos del Sur que se dedican a exportarla a cambio de una muy baja remuneración.
Quizás después de todas estas consideraciones podamos entender mejor que Joan Robinson (1903-83), una reconocida economista inglesa heterodoxa, escribiera que la economía es una rama de la teología. Los estudiantes en las Facultades de Económicas desperdician unos años preciosos aprendiendo a recitar conjuros, idea que muchos años después recogió El Roto: la economía es una rama del ilusionismo.
Esta mirada predominante desde la que se ve el mundo es en gran medida una creación, una invención del sujeto privilegiado de la modernidad: el hombre blanco perteneciente a una élite económica del Norte. Un hombre que nos ha construido unas gafas con las que vemos la realidad según conviene a sus intereses. Por eso, si queremos comprender lo que está pasando hoy en el mundo o en alguna parte de él tenemos que desprendernos de esas gafas, o, lo que es lo mismo, tenemos que situarnos fuera de la casa del amo. Urge un anclaje, o, como dice Jorge Riechmann, una toma de tierra que nos permita replantar o reactivar nuestras raíces y restablecer las conexiones perdidas. Recobrar el sentido de los límites y de los vínculos.
En esta visión, los seres humanos no están separados ni de la naturaleza ni de su cultura y su valor no depende de la dominación o el poder sobre otros seres (humanos o no humanos) sino de lo que compartimos con ellos, de lo que tenemos en común con los demás seres, que en lo profundo es formar parte de esa trama de la vida.