Entre el pase usted por caja y el coja usted de mi obra lo que le sirva o le aproveche –citando fuente o procedencia, claro está–, el copyright o derecho de autor divide a la comunidad artística en conservadores o donantes y es evidente que la legislación apunta a conservar.
Corresponde a la comunidad artística, mujeres y hombres tomados de uno en uno o por grupo de actividad, liberar esos derechos basados en una división social del trabajo que básicamente responde a:
–Yo, a mi guitarra o a mi poema y, usted, al ladrillo, al andamio o a repartir bombonas.
Quienes tanto se precian de la materia que traen entre manos (materia, la del arte, que tanto gana cuanto más se expande), qué menos que, si no lo han pensado, se lo empiecen a pensar. En todo caso, nada hay de progresista en la conservación y no en la abolición por una ley de plazos que salve los derechos adquiridos que, contra el plagio, haya que salvar. El resto no es arte, sino mercancía de privilegio antiguo y galgo corredor.