Otros pueblos ‑quizás envidiosillos
del ser universal de aquella gente‑
tenían una lengua común en las escuelas
y una moneda internacional para cerrar los tratos.
Cancillerías de todo el mundo darían el pláceme
al himno, a la bandera. Pues no se conoce
en los anales un rey sin súbditos
ni súbditos sin patria.