LA METÁFORA
La invención del lenguaje debió ser obra de cuatro elementos primordiales: los campos personales (yo, tú y algo que decir), la interjección, la onomatopeya y la metáfora. Los campos personales organizaron el espacio (yo, tú y eso; mi, tu, su; este, ese, aquel; aquí, ahí, allá) y, con el espacio, el tiempo (hoy, ayer, mañana). Mucho antes de la oraciones de sujeto y predicado, los mensajes serían elementales gestos y golpes de voz, eso que llamamos interjección (en un principio, sí, no, más, ya, serían tan interjecciones como oh, ja o fu). El gran paso hacia un lenguaje verbal (y no natural) fue la invención de la sílaba, base del lenguaje articulado. Las primeras sílabas y palabras se formarían por onomatopeya o imitación de sonidos reales, las primerísimas con la bilabial eme, nasal y sonora, y el bebé casi puede decir mamá sin dejar de chupar el pezón que le da de mamar; y la pe sorda de papá, que se basta con despegar los labios. Cuando la vida se hizo compleja se hizo complejo el vocabulario, y ahí estuvo Adán poniendo sustantivos (adjetivos y verbos vendrían con él). Para formar nuevos sustantivos el método fue la metáfora, manera de ir de lo conocido a lo desconocido, nuevos objetos que había que ir nombrando, metáforas visuales y concretas junto a las abstractas necesarias para nombrar lo que no se ve. Dios fue el Sol y el Sol fue Dios y lo cambiante fue la Luna. Metáfora hizo el inventor de la hoja de papel, hoja por la del árbol, y es lo que hará quien llamaría manzana de tierra a la patata o camino de hierro al ferrocarril. Tuvo que llegar el poeta con tus dientes son como perlas (símil o comparación) o directamente perlas; y tus mejillas, manzanas o rosas. Desde la poesía de cancionero hasta Góngora o Quevedo, la metáfora seguirá buscando similitudes o identidades. Hasta que en 1933 Paul Éluard pensó que La Tierra es azul como una naranja. Antes, los simbolistas habían querido nombrar lo inefable, lo misterioso, prolongando la relación de la metáfora con lo sagrado. Tuvo que darse la mentalidad antropocéntrica y maquinista del siglo 20 para que la metáfora se hiciera ingenio: esa fue la vanguardia, que se precia de unir extremos cuanto más alejados y sorprendentes. Vía Láctea : eyaculación de Dios, dijo Buñuel o su guionista. La nota más alta de aquella tendencia la dio Gómez de la Serna con sus Greguerías (1917‑1955). Por su parte, la metáfora clásica (clásica en el sentido de la poesía de Garcilaso y del Renacimiento) seguía viva pero admitiendo fórmulas rupturistas y las espadas como labios sustituyeron a los labios como espadas, que es lo que nosotros, pobrecitos lectores y comentaristas, debemos entender para entender a Vicente Aleixandre. Y es que ‑después de Neruda‑ nuestros oídos y nuestras palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en las playas. Metáforas, metáforas, metáforas.