El principio del lenguaje fue bautizar, dar nombre a un nuevo ser. Después vino la semejanza entre el ser nuevo y otro anterior que ya existía, semejanza que seguiría los pasos «A como B», «A parece B» y «A es B» para reducirse a «A» [igual a B]. Y la hoja de papel se llamó hoja por la del árbol. Que ese proceso esté en el origen de la enseñanza (primeros deberes en la historia: los que puso Dios a Adán en el Paraíso) o que la retórica le dé categoría de figuras (símil o comparación, metáfora en presencia o en ausencia) no importa ahora. Lo importante es el proceso.
La última novela de Agustín Fernández Mallo propone una lectura metafórica de la paz y de la guerra en el escenario del Desembarco de Normandía (1944): ayer, tropas aliadas contra nazis; hoy, migrantes que vienen buscando Europa. Pero lo mismo que la igualdad hombres mujeres no anula la crítica por separado de las construcciones masculino y femenino, igual que al feminismo no basta la igualdad con los varones para lograr un mundo insuperable, así tampoco los movimientos migratorios de Oriente hacia Occidente se pueden comparar, sin más ni más, con lo que fueron tropas de Aliados contra Alemania. Hace falta criticar la guerra y hay que acabar con el género bélico como si no fuese un género sexista y por clases sociales (soldados en las trincheras, enfermeras en los hospitales, generales en sus despachos) y hay que ir a la política de agresión que dio y sigue dando origen a movimientos de personas y a campamentos de inmigrantes como fue el de Nord-Pas-de-Calais (2006-16). Es lo que no hace Agustín Fernández Mallo en su Trilogía de la guerra (Seix Barral, 2018) como si las potencias coloniales a las que él pertenece no tuviesen nada que ver en lo que pasa en Siria. Así es muy fácil decir A como B. Nos salen metáforas y novelas como churros.
La invención del lenguaje debió ser obra de cuatro elementos primordiales: los campos personales (yo, tú y algo que decir), la interjección, la onomatopeya y la metáfora. Los campos personales organizaron el espacio (yo, tú y eso; mi, tu, su; este, ese, aquel; aquí, ahí, allá) y, con el espacio, el tiempo (hoy, ayer, mañana). Mucho antes de la oraciones de sujeto y predicado, los mensajes serían elementales gestos y golpes de voz, eso que llamamos interjección (en un principio, sí, no, más, ya, serían tan interjecciones como oh, ja o fu). El gran paso hacia un lenguaje verbal (y no natural) fue la invención de la sílaba, base del lenguaje articulado. Las primeras sílabas y palabras se formarían por onomatopeya o imitación de sonidos reales, las primerísimas con la bilabial eme, nasal y sonora, y el bebé casi puede decir mamá sin dejar de chupar el pezón que le da de mamar; y la pe sorda de papá, que se basta con despegar los labios. Cuando la vida se hizo compleja se hizo complejo el vocabulario, y ahí estuvo Adán poniendo sustantivos (adjetivos y verbos vendrían con él). Para formar nuevos sustantivos el método fue la metáfora, manera de ir de lo conocido a lo desconocido, nuevos objetos que había que ir nombrando, metáforas visuales y concretas junto a las abstractas necesarias para nombrar lo que no se ve. Dios fue el Sol y el Sol fue Dios y lo cambiante fue la Luna. Metáfora hizo el inventor de la hoja de papel, hoja por la del árbol, y es lo que hará quien llamaría manzana de tierra a la patata o camino de hierro al ferrocarril. Tuvo que llegar el poeta con tus dientes son como perlas (símil o comparación) o directamente perlas; y tus mejillas, manzanas o rosas. Desde la poesía de cancionero hasta Góngora o Quevedo, la metáfora seguirá buscando similitudes o identidades. Hasta que en 1933 Paul Éluard pensó que La Tierra es azul como una naranja. Antes, los simbolistas habían querido nombrar lo inefable, lo misterioso, prolongando la relación de la metáfora con lo sagrado. Tuvo que darse la mentalidad antropocéntrica y maquinista del siglo 20 para que la metáfora se hiciera ingenio: esa fue la vanguardia, que se precia de unir extremos cuanto más alejados y sorprendentes. Vía Láctea : eyaculación de Dios, dijo Buñuel o su guionista. La nota más alta de aquella tendencia la dio Gómez de la Serna con sus Greguerías (1917‑1955). Por su parte, la metáfora clásica (clásica en el sentido de la poesía de Garcilaso y del Renacimiento) seguía viva pero admitiendo fórmulas rupturistas y las espadas como labios sustituyeron a los labios como espadas, que es lo que nosotros, pobrecitos lectores y comentaristas, debemos entender para entender a Vicente Aleixandre. Y es que ‑después de Neruda‑ nuestros oídos y nuestras palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en las playas. Metáforas, metáforas, metáforas.
Sobre los penúltimos apuntes de retórica, contra las figuras y contra el hipérbaton, escribe mi amigo: Mira que te gustan las cuestiones bizantinas y atacar (supongo que por lucimiento de tu indudable ingenio) lo que otro día defenderías. Alegar que nadie utiliza el hipérbaton en el lenguaje coloquial es como acusar a la ópera de que nadie habla cantando.
Leído lo cual, ópera ‑guste o no guste‑ no hay más que una, burguesa o de tres centavos, pero poesía (o que pase por poesía) hay dos: la que utiliza o reivindica un lenguaje poético y la que no, y simplemente toma de poesía el ritmo o compás o la apariencia tipográfica a la vista (pues entre el verso libre y el poema en prosa, nadie que lo escuche y no lo vea, percibirá la diferencia). Un tiempo se dijo que lo específico de la poesía era la metáfora, aunque la metáfora está en el lenguaje común. Metáfora, subjetividad, sensibilidad, ruptura y originalidad son pautas para todos los géneros literarios, no solo para la poesía ni para la lírica. Me vino a la cabeza caído se le ha un clavel hoy a la aurora del seno, qué contento que está el heno porque ha caído sobre él, de Luis de Góngora al nacimiento de Jesús. Ese verso me chirrió tanto que, hace años, me burlé de él:
[Mariquita]
El agujero negro
lo presagiaba: nada es
creación ni dios, belleza.
«Caído se le ha…» puso
el peor de los Góngoras,
como ese huevo o caca
que acaso es cara abajo
un burdo calambur:
muy mari quita y pone,
lunar, a sus lunares.
Alimañasse publicó a finales de 1999, pero quien sabe leer o interpretar solo tiene que ir a De quien mata a un gigante, libro empezado en mayo del 85. Daniel Lebrato lleva toda su vida riéndose de las figuras y de los figuras, sus cursos de bachillerato como testigos. Esta vez, recalé en Quevedo tras de su soneto ¿Buscas a Roma en Roma?, a propósito de un reciente viaje a Italia. Al caer en la cuenta del obtuso verso tres ‑que no recordaba‑, puse mi máquina de divagar a funcionar. Que escribo a diario lo sufren los míos, que publico en mi TeNDeDeRo lo que interesa y lo que no, y que me guía ‑como a todos‑ la vanidad de ser leído para lucimiento de mi posible ingenio; todo está en el programa de quien escribe y publica, todos a la manera de Lázaro, en su prólogo: confesando yo no ser más santo que mis vecinos, no me pesará que hayan parte y se huelguen los que algún gusto hallaren, lo que incluye a jóvenes profesoras y profesores de lengua y literatura que se encuentran indefensos ante el abominable libro de texto y que corren el riesgo de contagiar el mal, la pamplina o la falsía al raro público que les escucha en clase. En cuanto a las sandeces que alguna vez yo defendería, más motivo para arrepentirme a tiempo y desdecirme y aconsejarles a los míos que hagan lo que bien digo y no lo que mal hice, máxima de Sempronio a su señor Calixto. Como afirma mi amigo, nadie utiliza el hipérbaton en lenguaje coloquial (sí, la inversión o anástrofe y la sintaxis expresiva), así que el hipérbaton es seña ‑como pocas‑ de un lenguaje poético que yo fustigo y pongo en duda y al que acuso de las peores atrocidades. ¿Hay algo en mi postura de bizantino? ¿Hay otro tema en crítica literaria más interesante? No lo creo. Desde estudiante padecí profesores que enfocaban el comentario de texto como quien busca errores o diferencias en un dibujo de pasatiempo: A ver, niños -y nos llevaban a pescar‑, ¿qué figuras hay en este texto? Contra esa manía, alzo mi voz; otros, la suya, no menos bizantinos, supongo. Siempre he combatido las rancias figuras retóricas lo mismo que la acrítica aceptación de los clásicos, Shakespeare, Cervantes, Góngora o Quevedo. Para terminar, digamos que el hipérbaton que obedece a justificación métrica todavía tiene un pase. Bécquer no podía escribir En el ángulo oscuro del salón porque el decasílabo se le salía de madre. Pero cadáver son las que ostentó murallas, en vez de es un cadáver que ostentó murallas son ganas de joder o de parecer propietario de un idioma profesional, minoritario y exclusivo, algo que va muy bien con la jactancia de quien se tiene a sí mismo por poeta. El Góngora que escribe caído se le ha un clavel en vez de se le ha caído un clavel pretende decirnos: ¿Ven ustedes lo poeta que soy? Prefiero el Góngora que se hartaba de caracoles. Otra poesía es posible. No al cáncer de estilo.
Daniel Lebrato, efecto secundario del Viaje a Italia, 24/06/2016
COPAS Y CAÑAS de los nombres de los vasos del vino y cómo pasaron a la cerveza
Sevillistas en Basilea, llévense botellines, latas o litronas de Cruzcampo porque acostumbrados a una cerveza a euro o euro y pico, ¡está barata una caña en Basilea! Y si solo fuese una.
La palabra caña es metáfora para designar el vaso de vidrio alargado y fino como una caña o bambú. Igual que el primer cine se acomodó en los viejos teatros, las primeras cervezas (1904) se sirvieron en los vasos del vino. Era lo que había, cañas. De fino o de manzanilla, de moscatel, de mosto o de mistela. Todavía hay bares que despachan la cerveza en tubos (o tanques). El vaso muy ancho que ahora se usa viene de Asturias, patria querida de la sidrina. Por eso, ese vaso se conoce también como vaso sidra. El cual pone a prueba la exactitud de la metáfora caña, cierta en los primeros vasos estrechos. Vean lo que en Sanlúcar de Barrameda es una cañera y lo que en los bares se entiende por vaso, gorrión o castora, todos ellos cañas frente a los catavinos o copas.
Que haya suerte en Basilea. A mí el fútbol me alegra cuando alegra a mis amigos. Y lean El bebedor de cerveza.
metáforas (Máquina de escribir Underwood, imagen tomada del bloc adspeculum)
Una reciente e involuntaria polémica sobre qué es metáfora más o menos, qué es greguería, me lleva a proponerle a mi alumnado, emérito y de curso, alguna reflexión. Estamos al cabo de tanta literatura, somos tan enanos en hombros de gigantes, que el campo de la metáfora clásica, analógica, está esquilmado. ¿Quién llamará rosa, perla, oro, a su amada? Queda un campo abierto en los inventos que habrá que llamar de alguna manera. El más didáctico ejemplo es haberle puesto ratón al de ordenador, ese dispositivo apuntador adaptado al hueco de la mano y con rabito, el cable. Pedro Salinas llamó Underwood girls, como chicas de revista, a las teclas de la máquina de escribir, puro progreso en los años treinta. Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas, y las lanzas, a las treinta, eternas ninfas, contra el gran mundo vacío, blanco a blanco. Por fin a la hazaña pura, sin palabras, sin sentido, ese, zeta, jota, i…
(cartel de finales del siglo 19)
En ese alzarse las letras, veíamos las piernas de coristas bailando el cancán en el Moulin Rouge de la bella época. La metáfora de vanguardia consistió en buscar conceptos que no tienen nada que ver y unirlos por un procedimiento ingenioso, es lo que Gómez de la Serna llamó greguerías: la metralleta es la máquina de escribir de la muerte, o quien se le duerme una pierna (lo cual ya es metáfora) es que se ha echado sifón o agua carbónica en las venas. El extremismo tampoco era nuevo. Quevedo ya dijo, tan optimista, que una cuna es un ataúd anticipado. Modernamente alguien pensó que el zigzag del rayo es en realidad el metro de carpintero de Dios, que está tomando medidas en el cielo, y Buñuel, en la película de ese nombre, califica la Vía Láctea como resultado de una corrida de Dios: se masturbó y le salió esa galaxia. Lorca sabía que los cuernos de la luna ya era metáfora popular, pero la reescribió de otra forma asociada además al redondel de la plaza: Que se pierda [Ignacio el bien nacido] en la plaza redonda de la luna que finge cuando niña doliente res inmóvil. Otras veces fueron las piquetas de los gallos o el jinete que tocaba el tambor del llano.
También eLTeNDeDeRo es una metáfora, desde que cuelga y orea artículos que bien pueden considerarse prendas, trapos (sucios a veces como en Lebrato contra Lebrato), pinzas. Feliz metáfora a todos. Y no hagan caso a la de Windows 10 gratis. La instalación es gratuita (término imagen) pero, cumplido el plazo, o pagas el sistema (término real) o tienes que tirar el ordenador. Decir que el Estado vela por nuestros intereses como consumidores es también pura metáfora.