desnudar a la doncella

E-224.

Si yo escribiera como Carlos Germán Belli -digo,
es un decir-, (Lima, 1927),
tendría -yo, no él- una antología en Pre-Textos,
haría versos con tal en vez de comos: tal rosa,

y mas por vulgarísimos peros: mas celebraste.
Si yo escribiera de ignotos senos o humus recónditos,
sería un E-224 de la lírica
moderna. Edulcorante autorizado de poemas,

colorante y conservante de la literatura,
diría entonces: para que de tu vida señal
no haya,
en fin: que una vez más ejemplo eres muy claro

¿de qué? De que se tienen o no los amigos que hacen
falta y las obras carlosgermánmente se publican
bien, gracias, se antologan y traducen tan bellices.

(TRES EXPERIENCIAS Y UNA CONCLUSIÓN)

PRIMERA EXPERIENCIA:
UN LIBRO INTONSO

Compré un libro que me llamó por su título: Para esto hay que desnudar a la doncella Obra poética, de Américo Ferrari (Lima, 1929), editado por Los libros de la frontera (1998), 288 páginas, intonso.

Se llama intonso el libro sin guillotinar. Drae: libro que se encuaderna sin cortar los pliegos de que se compone. Wikipedia: libro cuyos cuadernillos no pasan por el corte que dota a las hojas de uniformidad y deben ser divididas manualmente mediante cuchilla o abrecartas, detalle que emula las ediciones antiguas.

SEGUNDA EXPERIENCIA:
PAPIROFLEXIA

Para hacerme una idea, cojo un folio A4 y lo doblo por la mitad: ya tengo cuatro carillas; un pliegue más, y ocho; y otro más, y dieciséis, de las cuales solo se dejan leer sin arte cisoria las supuestas páginas 1, 8, 9 y 16. 288 dividido entre 16, da 18: los dieciocho cuadernillos del libro Para esto hay que desnudar a la doncella.

TERCERA EXPERIENCIA:
SIN PUNTUACIÓN

Desde el caligrama y el surrealismo, el rechazo a los puntos y comas es algo familiar en la poesía. Relatos o novelas de vanguardia o experimentales también se han escrito sin signos y sin la oposición de letras mayúsculas y minúsculas. Hay que acordarse de e. e. cummings (Edward Estlin Cummings, 1894-1962), poeta nacido en Cambridge, cambridge, para sus lectores.

Las marcas ortográficas, unas son redundantes, como la mayúscula inicial; otras se suponen fácilmente (un soneto sin puntuar siempre será un soneto); y otras resultan imprescindibles. Cuando el mejor verso es el último, nuestra experiencia lectora nos dice, sin necesidad de punto final, que el poema ha terminado. Es lo que se llama el cierre. Ese factor de cierre queda impreciso cuando un poema lo mismo podría acabar aquí que allá. Con o sin ortografías, cualquier lector de poesía ha pasado por esa perplejidad que nos da pasar página y ver que el poema continúa o, al revés, el poema ya ha terminado. En todo tiene mucho que ver la arbitrariedad del signo poético y lo que se llama caja tipográfica, esas coordenadas de márgenes, encabezamiento y pie, donde se acomodan renglones y caracteres por carilla de manera que resulte un libro objeto convencional, comercial y, a ser posible, estético.

Américo Ferrari no es mal poeta pero padece de verborrea, esa palabrería que aqueja a tanto poeta de hojarasca, de esos que nos cuesta recordar un solo verso inolvidable, una línea que apuntar en nuestra antología de citas. En general, la poesía en castellano que se escribe al otro lado del Atlántico peca más por exceso que por defecto, y más le sobran versos que le faltan. La rienda corta de Jorge Luis Borges es casi un milagro. Neruda fue el primer gran poeta palabrero de palabrería ya no comparable con las de Rubén Darío y otros poetas de estrofa clásica. El alejandrino y las rimas consonantes son parte de un juego que consiste en sacar de una breve anécdota una ristra de mil y pico versos. La palabrería a la que me refiero es la del verso libre: bajo pretexto de libertad, la poesía se alarga y se alarga, las palabras se inventan o distorsionan, y de sintaxis, mejor no hablar. En novela experimental, un autor tenido por grande, Juan Benet (1927-93), probado está que en su obra cumbre Volverás a región (1967) se le va la gramática y se mete en largos párrafos de tantas oraciones subordinadas que no hay manera de encontrarles la principal, o sea: lo que quiere decir.

CONCLUSIÓN:

Quizá otro día coja la navaja y le dé al libro las 72 cuchilladas que hacen falta para desplegar las 216 páginas de momento siamesas, eclipsadas a mi vista, y habré desnudado del todo a esta doncella. También pienso: aplícate al cuento, Danielito, y no aburras con media palabra de más de las que escribes.

Me despido con algo que dediqué a un compañero de generación de Américo Ferrari, Carlos Germán Belli (Lima, 1927). Mi reflexión fue esta:

E-224.

Si yo escribiera como Carlos Germán Belli -digo,
es un decir-, (Lima, 1927),
tendría -yo, no él- una antología en Pre-Textos,
haría versos con tal en vez de comos: tal rosa,

y mas por vulgarísimos peros: mas celebraste.
Si yo escribiera de ignotos senos o humus recónditos,
sería un E-224 de la lírica
moderna. Edulcorante autorizado de poemas,

colorante y conservante de la literatura,
diría entonces: para que de tu vida señal
no haya,
en fin: que una vez más ejemplo eres muy claro

¿de qué? De que se tienen o no los amigos que hacen
falta y las obras carlosgermánmente se publican
bien, gracias, se antologan y traducen tan bellices.

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Citas de César Vallejo (digo, es un decir) y de Carlos Germán Belli (Babelia, El País, 24.07.2004). Su Miscelánea íntima está publicada en Pre-Textos.

Daniel Lebrato en WordPress, 28 de abril de 2013

DESNUDAR A LA DONCELLA

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