Francisco de Quevedo y Villegas, atribuido a Juan van der Hamen, antes a Diego Velázquez.
NO A LAS FIGURAS RETÓRICAS
enmiendas a un soneto de Francisco de Quevedo (1580‑1645)
A Roma sepultada en sus ruinas (El Parnaso español, 1648)
A ROMA SEPULTADA EN SUS RUINAS
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí propio el Aventino.
Yace donde reinaba el Palatino
y, limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades, que blasón latino.
Sólo el Tíber quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya sepultura
la llora con funesto son doliente.
¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura
huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura.
No hay más remedio que corregir a los clásicos. Estamos obligados en nombre de la estética, de la claridad y el buen gusto.
Hablamos del verso tercero: cadáver son las que ostentó murallas.
La idea es: las murallas que ostentó Roma son (un) cadáver, equivalente a esta otra: Roma, que ostentó murallas, es [un] cadáver.
–las sin antecedente (femenino plural) no encuentra su consecuente hasta murallas, que llega muy tarde y por satisfacer la rima en ‑allas.
–cadáver son choca con la concordancia intuitiva: cadáver es.
–las murallas serían cadáveres, no cadáver.
Total: tres reparos y ninguno grave, pues la retórica de su época (anástrofe, hipérbaton) autoriza a Quevedo a no decir cadáver es la que ostentó murallas, o, mejor aún, es [un/hoy] cadáver que ostentó murallas.
Otro punto endeble del soneto resulta la secuencia batallas de las edades (versos 7 y 8), determinada por la rima, otra vez, y por el número de sílabas, que quedaría en 9, y no 11, si hubiera escrito batallas de la edad (carrera de la edad leemos en su soneto Miré los muros de la patria mía).
En fin, niñas y niños que escribís poesía, no exageréis la carga de figuras retóricas. Por algo, a las figuras se las llama licencias, licencias que son permisos para matar la buena literatura y el fluido natural del idioma.
No existe el idioma poético, ese que permitió a Bécquer usar dó por dónde y a él y a su escuela (Luis Cernuda) tal y cual por como (tal un dios : como un dios). No existe el idioma poético más que como negación del idioma buenamente común, dignamente vulgar y sanamente ordinario. Prevenid, jóvenes, el cáncer de estilo.
Daniel Lebrato, efecto secundario del Viaje a Italia, 19/06/2016